Los dos conejos y la niña sueca (por José A. Maqueda)
No recuerdo muy bien si fue por mi primera comunión o por alguno de mis cumpleaños cuando mi abuelo me regaló un libro titulado “Las mejores fábulas ilustradas”. Era un libro que hoy se vería antiguo, con colores apagados e ilustraciones de animales con caras y cuerpos alargados, como si hubiesen salido de la mente y la mano del mismísimo Greco. Un libro que no llamaría la atención a ningún niño actual, acostumbrados a tantos estímulos de luces, color e imágenes en movimiento, pero que a mí, en aquel entonces, me pareció un regalo genial. Eran tiempos en los que no teníamos tablet, play station, ni televisión a la carta las 24 horas, así que yo para entretenerme leía y releía esas historias de zorras inteligentes que siempre engañaban a los pobres cuervos, de fieros leones que descubrían el valor de la amistad de un insignificante ratón o de hormigas egoístas que dejaban morir de frío y hambre a la pobre cigarra. De entre todas ellas, una de mis favoritas era aquella en la que dos conejos en serio peligro de muerte discutían inútilmente sobre si los perros que se acercaban a toda velocidad para cazarlos eran galgos o podencos. Cada vez que la leía deseaba en lo más profundo (aunque sabía que no iba a suceder) poder acercarme y decirles que olvidaran esa discusión estúpida y tomaran una decisión rápida y eficaz para poder escapar de la muerte segura que se avecinaba. Pero claro, una y otra vez, esa decisión de escapar, que les salvaría la vida, no llegaba y acababan muriendo en las fauces de los canes.
Fue por aquel entonces cuando se empezó a crear en mi conciencia infantil y en la de muchos otros niños y niñas de mi generación un sentimiento de preocupación por los problemas medioambientales. En parte, por esas noches en familia viendo “El hombre y la Tierra”, donde nuestro “amigo Félix” nos mostraba las aventuras y desventuras de la fauna ibérica y la importancia de su conservación y también por esas tardes acompañando al “Capitán Cousteau” en su “Calypso” descubriendo las maravillas del mundo submarino y su fragilidad ante las acciones de los humanos. Quizás también ayudó ver en el telediario aquellas imágenes de pequeñas lanchas de “Greenpeace” intentando evitar que enormes barcos lanzaran al mar cientos de bidones con mortales residuos nucleares o esas aves marinas y tortugas cubiertas de petróleo por una inmensa marea negra.
Desde entonces, expresiones como “peligro de extinción”, “contaminación”, “deforestación” o “efecto invernadero” se convirtieron en pequeñas preocupaciones que poco a poco fueron haciéndonos cambiar nuestras acciones cotidianas para poner nuestros pequeños granitos de arena en la solución de estos problemas.
Fue alrededor de 1995 cuando empezamos a oír hablar de una nueva amenaza; el cambio climático. Diversos estudios científicos alertaban de que el alarmante aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, en especial el CO2, debido a la actividad humana, provocaría un aumento progresivo de la temperatura de la Tierra provocando la subida del nivel del mar y cambios en la dinámica terrestre y el clima que podrían incluso poner en peligro el futuro de la humanidad sobre la Tierra. Aunque ya se había dado la voz de alarma décadas antes en el mundo científico, no fue hasta 1997 que un grupo de países se reúne en la ciudad japonesa de Kioto para tomar medidas y reducir los efectos del cambio climático. Medidas que años después y tras otras infructuosas cumbres que pretendían reducir las emisiones de CO2 a nivel mundial, no han sido suficientes ya que los niveles de este gas no paran de crecer hasta el punto de que , de seguir como hasta ahora, llegaremos en pocos años al punto de no retorno. A día de hoy el cambio climático es una amenaza real que se cierne sobre toda la humanidad al igual que los perros de la fábula poniendo en peligro la vida sobre la Tierra. Pero nuestros políticos, como los dos incautos conejos, han perdido el tiempo durante todos estos años en eternas discusiones vanas sin tomar decisiones eficaces que solucionen el problema. ¿Qué importará el color de la tela que cuelgue del balcón cuando debido al aumento de las temperaturas se derritan los polos y el nivel del mar suba varios metros e inunde la mayoría de las ciudades costeras y grandes zonas de la Tierra obligando a miles de personas a convertirse en refugiados y buscar otras zonas donde vivir? ¿Qué importará dónde esté enterrado un señor que murió hace cuarenta años cuando grandes sequías e inundaciones azoten a muchas zonas de la Tierra y el agua potable se convierta en un bien tan escaso que se produzcan incluso guerras por su control? ¿Qué importará si un máster fue cursado o no por tal o cual político cuando se extingan gran cantidad de especies animales y vegetales provocando hambrunas y el desplazamiento de grandes masas de población buscando un lugar para vivir que no podrá para ningún muro aunque algunos se empeñen en construirlo?
Ha tenido que ser una joven sueca de tan solo dieciséis años, Greta Thumberg, quien ante la ineficacia de los políticos, se plante ante ellos y les diga que los ciudadanos queremos tener un futuro y para ello es necesario buscar soluciones y está en sus manos conseguirlas. Las pequeñas acciones a nivel personal pueden ayudar pero no son suficientes. Hacen falta leyes y medida políticas valientes a nivel nacional y global que detengan el aumento de CO2 en la atmósfera reduciendo al mínimo el uso de combustibles fósiles y fomentando las energías limpias así como el uso comedido de recursos. Solo de esta manera podremos librarnos del peligro que sabemos que se acerca pero no hacemos nada por escapar de él. Gracias a esta niña sueca los jóvenes (y no tan jóvenes) de toda Europa han empezado a movilizarse por el clima y a exigir a los políticos soluciones reales ya.
En nuestro país se avecinan elecciones y todos los partidos, de uno u otro color nos prometen “el oro y el moro” pero si analizamos los programas electorales ¿Qué programa político plantea medidas drásticas y eficaces para solucionar el cambio climático? ¿Qué partido será capaz de ignorar las presiones de las grandes compañías energéticas? Esto no es cuestión de izquierdas o derechas, es cuestión de supervivencia de la especie humana y todos nosotros como ciudadanos deberíamos seguir el ejemplo de Greta Thumberg y exigir a los políticos que nos gobiernen que se tomen medidas inmediatas para que cuando lleguen los perros, ya sean galgos o podencos, no nos pillen desprevenidos y nuestros hijos y nietos puedan seguir viviendo en nuestro planeta.
José A Maqueda Casal

































Rebelderota | Jueves, 11 de Abril de 2019 a las 22:56:17 horas
Hablando de política ecológica no hace falta irse lejos aquí en Rota estamos viendo desastres continuos ya sea los naranjos de la calle charco o la poda de árboles. Pero lo curioso de esto es que estas cosas la hacen supuestos partidos con política ecológica como son PSOE e IU pero una vez mas nos engañan estos partidos no se preocupan por el medio ambiente , anhelan los sillones de concejal solo eso
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