"La mona se viste como le da la gana"
por Balsa Cirrito
Soy lo suficientemente mayor para recordar un tiempo en que había ropa de los domingos. Lo mismo en las grandes ciudades se abolió antes esta costumbre - muy posiblemente - pero en Rota, durante mi infancia y el principio de mi adolescencia, todos teníamos reservadas las mejores prendas para el día de fiesta. Recuerdo una anécdota. Tendría yo entonces como once o doce años, era domingo, y marchábamos dos o tres amigos a recoger a otro niño de nuestro grupo. Por las mañanas dábamos algunas vueltas por el pueblo, y terminábamos con mucha frecuencia en la puerta de la iglesia del colegio de las Salesianas para echarle un ojo a las muchachitas en agraz que acudían a misa. Aquel domingo, como digo, fuimos a buscar a uno de los chicos de la pandilla. Nuestro amigo nos recibió en la puerta de su casa, creo recordar que en pijama. "¡Ostras! ¿Qué te ocurre?", preguntamos; "hoy no salgo", respondía nuestro amigo con expresión muy seria. "Pero, ¿por qué?", insistíamos; "¿Por qué? Pues porque mi madre no me deja salir. Estoy castigado", decía el amigo bajo arresto. "¿Qué has hecho, perillán?", "no he hecho nada; solo que quería salir a la calle en vaqueros y mi madre dice que los domingos no se sale con vaqueros".
Ahora, sin duda, resulta ridículo pensar que se pueda castigar a un chavalote de doce años en casa porque quiere llevar unos jeans, pero entonces a todos nos pareció que la madre de nuestro amigo había hecho lo correcto: ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Un domingo vistiendo unos tejanos! ¿Qué sería lo próximo? ¿Llevar puestas unas zapatillas deportivas en vez de unos mocasines o unos zapatos Castellano?
El mundo ha cambiado, desde luego, y en la mayoría de las cosas ha sido para mejor; sin embargo, en el asunto de la indumentaria no estoy muy seguro de que el cambio haya sido positivo. Uno mira a su alrededor y solo ve chándales. De hecho, la ropa de los domingos (y del resto de la semana, pero los domingos todavía más) es el chándal. Y, la verdad, no lo entiendo muy bien. No conozco a nadie, sea hombre, mujer, locutor de TV3 o extraterrestre que no parezca un fardo mal cosido cuando lleva un chándal, pese a que la mayoría de los chandalistas se engañen a sí mismos y se figuren que van que lo petan. Reconozco que es un asunto que me enciende. Llámenme histérico, pero conozco pocos actos tan agresivos contra la estética del mundo como ir vestido con chándal. El chándal me parece obsceno incluso para hacer deporte. No digo nada de ir por la calle con él. Y no se trata de una cuestión menor. El uso del chándal simboliza la abdicación de Europa como defensora de la belleza en el mundo (si somos honestos, que no lo seremos, tendremos que reconocer que fuera de Europa apenas existe la belleza artística) (y no me vengan con cosas de chinos que me dan muchas ganas de reír); el chándal es una renuncia a la armonía, una traición a todo lo que nuestro continente representa. Supongo que lo inventarían los americanos... ¿Me pongo demasiado trágico? No creo (bueno, sí, pero estoy en mi derecho).
Nuestro país, como casi todos, ha ido progresando económicamente con el paso de las décadas, sin embargo, uno mira una peli española de los años sesenta o primera mitad de los setenta, observa a la gente que pasa por la calle, y tiene la sensación de que iban bastante mejor vestidos que ahora, y, aunque es cierto que los chándales de entonces eran todavía más feos que los actuales, también lo es que casi nadie los llevaba. La cuestión ha llegado hasta un extremo que nunca hubiera creído. Hasta hace poco tiempo, uno de los datos que nos hacía distinguir en nuestra villa a un americano de un español era la vestimenta. Un tipo se sabía que era americano porque vestía como un maleante de película; hemos alcanzado el momento en el que se reconoce al español porque viste todavía peor que el americano (para que luego salga el presidente de México y acuse a los españoles de barbarie; los españoles llevaron a América la cultura y la lengua; nos lo pagan mandándonos chándales).
En fin, el futuro no es lo que nos imaginábamos. Ahora, con la extraordinaria elevación del nivel de vida, existen medios para que casi todo el mundo fuera vestido como un duque. Sin embargo, parece que hemos elegido el estilo de los mendigos. No le acabo de pillar el punto.
¡Abajo el chándal!





































En chándal y con tacones | Domingo, 07 de Abril de 2019 a las 18:18:03 horas
Viva el decathlon! Cuando quieras te llevo.. Jajajja
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