"La broma de Juanma"
por Balsa Cirrito
No sé si han leído la obra La señorita de Trevélez o tal vez han visto su versión cinematográfica, la memorable Calle Mayor (1956) dirigida por Juan Antonio Bardem. En todo caso, les cuento brevemente su argumento (voy a optar por el de la película, bastante más triste que el de la obra de teatro). Pues bien, Juan es un señorito de provincias que junto con sus amigos se dedica a gastar bromas pesadas para ahuyentar el aburrimiento de sus vidas. Un día Juan charla un rato con Isabel, una mujer de treinta y tantos años, no totalmente desprovista de atractivo, y a quien en la ciudad se considera como una triste solterona sin remedio. Los amigos de Juan deciden embromar a la pobre Isabel, y con la complicidad algo forzada de Juan, hacen creer a la chica que Juan está enamorado de ella y que la pretende con fines serios. La cosa se va enredando y se habla de boda; la familia de la novia comienza a hacer preparativos. Isabel se encuentra llena de ilusión, pero Juan no quiere saber nada de ella, se asusta y se marcha del pueblo, no sin antes confesar a la pobre mujer que se ha portado como un canalla y que todo era una burla. La escena final, absolutamente terrible, muestra a Isabel paseando sola por la calle Mayor, y al grupo de los bromistas desternillándose de risa cuando la ven.
Dicho así no sé si resulta tan duro como en la contemplación de la película. Cabe señalar que en los años 50 del pasado siglo pocas cosas había tan patéticas como una señorita soltera de una pequeña ciudad de provincias. Ser solterona era algo terrible, porque la suprema y casi única aspiración de las mujeres era casarse. Hacer un buen matrimonio para una chica era haber triunfado en la vida.
No sé si la comparación es viable, pero en nuestros días, donde por fortuna han cambiado muchas cosas, la máxima aspiración de hombres y mujeres es un empleo. Conseguir trabajo en nuestro país, particularmente en Andalucía, resulta tan complicado que cuando alguien firma un contrato se siente como si justificara su paso por el mundo. Por eso toca especialmente las narices Juanma Moreno, el nuevo presidente de la Junta de Andalucía. Su caballo de batalla electoral fue la promesa de crear 600.000 puestos de trabajo en nuestra comunidad. Pero casi lo primero que ha hecho el bueno de Juanma al sentarse en el gran sillón ha sido decir que la promesa de los puestos de trabajo no iba en realidad en serio, que era más bien una especie de metáfora. Vaya. ¿Es este el concepto que tiene el nuevo presidente de una broma? ¿Se está riendo en alguna esquina de aquellos que creyeron en sus promesas? ¿Es como el Juan de Calle Mayor y los andaluces somos Isabel, a quien le dan una esperanza y luego se la quitan? Por supuesto, estamos acostumbrados a las promesas incumplidas por parte de los políticos, pero en esta ocasión, el recochineo es excesivo, incluso para un público tan acostumbrado a que le vacilen como el que componemos todos los españoles.
Y a la postre, ¿para qué? ¿Acaso se imagina Juanma Moreno que no le van a recordar su promesa todos los días de aquí al final de la legislatura? ¿Se cree que las palabras se las va a llevar el viento? ¿No hubiera sido mejor que le hubiera puesto coraje y decisión y hubiera anunciado que seguía manteniendo su promesa de que iba a ir por los 600.000 empleos? Por supuesto, no los iba a conseguir, pero conque hubiera logrado la cuarta parte de lo prometido ya habríamos podido considerarlo un éxito, y habríamos estado tentados de votarle incluso quienes no lo hicimos. Tal como ha actuado, Juanma Moreno no va a quedar como un político impetuoso al que se le ha calentado la lengua (o los carteles electorales) con las promesas. Mucho me temo que la opinión de muchos ciudadanos va a ser la de que se trata de alguien que miente a sabiendas. Alguien en cuya palabra no se puede confiar. Uno más.





































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