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Redacción
Sábado, 09 de Marzo de 2019

"Plaza de San Roque"

"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona

[Img #109010]No existe una fecha concreta sobre la construcción de la Ermita de San Roque, si bien se cree que fue a mediados del siglo XVII en un lugar despoblado. Allí iban aquellos hombres sencillos al amanecer para oír misa antes de dirigirse a sus quehaceres agrícolas, con su capacha hecha de palma, dentro de la cual llevaban  tomates, cebolla, ajo, pan, un trozo de tocino salado y una alcuza con aceite. Algunas veces también sal, que solían almacenar en las chozas de sus ranchos metidas en un cuerno de vaca colgada de un palo de cuna. Aquellos camperos de aspecto inconfundible entraban en la ermita con fe viva, vistiendo pantalones de pana, botas de piel de becerro y blusa, que llaman fresquilla, y sobre ésta, en invierno, la pelliza. Llegaban con total recogimiento, se quitaban el sombrero, hecho igualmente de palma, y se arrodillaban. La oración salía del alma, espontánea y limpia como el chorro de un venero. Fijos los ojos en el altar, pedían a Dios por intercesión de San Roque salud y trabajo para ellos, la curación de la esposa o de la hija, o por el hijo que servía al Rey, y con plena confianza pedían por el caballo que padecía de huélfago o por la vaca que tenía bacera.

 

Así lo narra don Antonio García de Quirós en su libro sobre la hermandad de la Veracruz, editado en l974, y don Ignacio Liaño en su librito Viejas calles roteñas, aparecido en 1989.

 

Según ambos cronistas, la devoción a San Roque se extendió mucho, y hasta se bautizaba a los niños con el onomástico del santo, predominando en nuestra villa este nombre en la segunda mitad del siglo XVIII. La ermita quedó pronto unida al área urbana, pues las calles se fueron trazando hasta desembocar en la plaza, que llevó siempre este nombre, hasta que en tiempos del Frente Popular, el 17 de marzo de 1936, se tomó el acuerdo municipal de rotularla con el nombre de Aída Lafuente, la heroína de Asturias, si bien por escaso tiempo, ya que por acuerdo del 11 de noviembre de 1936 vuelve a ser nombrada oficialmente plaza de San Roque, y decimos oficialmente porque nunca dejó de llamarse de San Roque para los roteños, denominación que se hizo extensiva durante algún tiempo a las calles Aviador Durán, sobre 1609, María Auxiliadora, y la parte de la de Castelar comprendida entre la calle San Rafael y la plaza.

 

A mediados del siglo XVII, poco después de la construcción del convento de Padres Mercedarios, se instituyó la hermandad del Señor San Roque, abogado contra la peste, cuyos miembros reunieron limosnas que ofrecieron a la Iglesia para que se construyese en un solar rústico de su propiedad, sito en la prolongación de la actual calle Castelar, una ermita dedicada a este Santo, a la vez que se construyó una casa adosada a dicha ermita para el sacerdote que habría de atenderla. Al mismo tiempo, el terreno que había detrás de la ermita, que fue jardín de la casa, se dedicó a cementerio.

 

Esta capilla o ermita ha sufrido varias modificaciones y arreglos a lo largo de la historia, tanto de sus interiores como de su fachada, a cargo de la hermandad de la Veracruz.

 

 Además de San Roque, recibía culto en esta ermita el patrón de los viticultores, San Ginés. A principios del siglo XVIII se fundó en ella una cofradía de marineros en honor de la Virgen del Carmen, adquiriéndose la imagen que hoy se venera en la Parroquia de Nuestra Señora de la O, cuyas fiestas se celebraban anualmente, con solemnes cultos y veladas, con verbenas en la placita y calle del Charco el día 16 de julio de cada año.

 

Las imágenes que hoy reciben culto en esta capilla de San Roque no son las mismas que existieron en la antigüedad, ya que todas las imágenes, ornamentos y vasos sagrados que había en ella fueron sacados a la plaza e incendiados por un grupo de anarquistas descontrolados en la noche del día 17 de abril de 1936, desapareciendo, por tanto, dos buenas imágenes de talla allí existentes, como eran la de San Roque, atribuida a Duque Cornejo, y la de San Ginés, que por tener en la mano un gran racimo de uvas muy compacta era conocido por los chiquillos como el santo de la piña.

 

Como era normal en aquellos tiempos, los guardias de Asalto enviados por el gobernador civil con un cabo al frente llegaron después de consumado los hechos, si bien permanecieron en la localidad varios días, alojándose en la fonda de doña María Guzmán Freire, corriendo por cuenta del Ayuntamiento los gastos de su estancia a razón de 6,50 pesetas diarias por cada uno, ya que su dependencia de dicha autoridad provincial no comprendía el alojamiento militar.

 

La ermita fue reparada después de la Guerra Civil, celebrándose en ella algunos cultos aislados, como el triduo dedicado a San Roque. Precisamente, cuando ocurrió la explosión de Cádiz, el 18 de agosto de 1947, se estaba celebrando en la ermita el último día del triduo en honor del santo titular, dirigido por el padre salesiano don José Capote Amarillo, director y fundador de las Escuelas Salesianas en nuestra localidad.

 

Esta humilde ermita fue posteriormente renovada casi en su totalidad en los años cincuenta, gracias a la iniciativa de los directivos de la hermandad de la Veracruz y la contribución económica del pueblo. Como resultado, la fachada varió de aspecto, se le amplió la puerta para que saliesen con más facilidad los pasos en Semana Santa. Perdió la gracia y estilo de las líneas de su espadaña, pues la anterior era mucho más airosa y bonita.

 

En dicha capilla se celebraba antiguamente una misa el día 24 de octubre de cada año, festividad de San Rafael Arcángel, encargada precisamente por todos los vecinos de la calle de dicho nombre.

 

La capilla de San Roque fue asimismo sede, en 1942, de la hermandad de San Isidro Labrador, que hoy radica, como todo el mundo sabe, en la capilla de Nuestra Señora del Carmen, en la parroquia de Nuestra Señora de la O. 

 

La plaza de San Roque, con su ermita pacífica y solitaria, centinela de viñedos y naranjales, fue el centro de un barrio bullicioso y devoto a la vez, porque la devoción al santo fue muy popular como abogado contra la peste, como ya dijimos, terrible enfermedad y mortífera epidemia de otros tiempos, de la que ya hemos tratado extensamente, y que suponía la desesperación ante lo imponderable, contemplando la desaparición de miles de personas en cuestión de meses sin poder hacer nada, al no disponer de medicamentos capaces de erradicar el contagio de estas enfermedades y sin conocerse tan siquiera su procedencia, ni la causa que las provocaban. Hoy, gracias a Dios, esto está  totalmente erradicado.

 

En esta plaza se celebraban frecuentes y animadas verbenas que alegraban a los mayores y entretenían a la chiquillería. En los días más señalados las vecinas colgaban sobre las fachadas de las casas los ricos paños y colchas que guardaban en sus arcones, que lucían sobremanera con sus colores púrpura y oro.

 

La plaza tenía un aspecto típico y heterogéneo. Los chiquillos masticaban habas y pepitas de calabaza tostadas, palmitos o chupaban arropías. Otros hacían girar los caballitos y con esta ayuda que prestaban al dueño tenían derecho a subir después sin pagar, mientras grupos de chiquillos coreaban a unos anunciantes del circo que había de actual aquella noche, que después de recorrer las calles se estacionaban en la plaza.

 

Uno de ellos preguntaba: -¿Habéis comido?

¿Sííí…! –contestaba a coro la chiquillería.

¿Estáis hartitos? –preguntaba de nuevo.

-¡Siíí…! -respondían de nuevo.

-Pues a bailar un poquito, y los chiquillos daban saltos, sin que se pudieran evitar tremendos pisotones.

 

Como se puede ver, la chiquillería de aquellos tiempos se conformaba con poco para divertirse. Es verdad que no disponían de maquinitas come-cocos, ni televisión, pero al menos se relacionaban, hablaban y formaban comunidad, lo que hoy se ha perdido, prácticamente. Hace más de setenta años se celebraban veladas en el verano. La plaza de San Roque se alumbraba con farolillos a la veneciana y gas acetileno, y en el centro se colocaba una fuente luminosa, terminando el festejo con fuegos artificiales.

 

Al Santo titular acudía el vecindario en tiempo de calamidades y contratiempos. En el año 1709 se padeció una serie de enfermedades, además de hambre, causadas por una tremenda sequía, que también se padeció el año anterior, pero el mal fue remediado después de unas fervorosas rogativas que terminaron con la salida procesional de la imagen de San Roque.

 

Las rogativas eran una manera de implorar al cielo y a los santos para que pusieran sus manos sobre la población y remediaran los males que se estaban padeciendo, tales como enfermedades, sequías, plagas, etcétera.

 

El maremoto que se produjo a primeros de noviembre de 1755,  se notó en toda esta zona de la bahía y  afectó bastante a esta placita. Las aguas del mar, provenientes de la playa de la Costilla, invadieron con sus embates y oleajes el viejo corrainque situado en la calle Aviador Durán, que abarcaba toda la manzana hasta la calle María Auxiliadora, hoy la moderna tienda de ropa Springfied, y llegando a inundar toda la zona, incluida la capilla de San Roque y muchas casas de los aledaños, sin que ocurrieran desgracias personales.

 

En aquella época no existían viviendas en lo que es hoy calle Higuereta, por lo que todo la zona de playa estaba bordeada por dunas, lo que permitieron que las aguas embravecidas del maremoto rebasaran sin dificultad el perímetro del pueblo que daba al mar, pues éste fenómeno, que se inició en Lisboa y afectó grandemente a los pueblos de la bahía, incluido Cádiz, hizo que las aguas del mar llegaran también a la parroquia de Nuestra Señora de la O.

 

La plaza de San Roque era una referencia importante como punto de partida de caminos tales como el de Regla hacia Chipiona y Sanlúcar de Barrameda, que cruzaba junto a los desaparecidos pozos vecinales como lo fue el pozo Nuevo, hoy calle de María Auxiliadora. Precisamente a principios del siglo pasado, se cantaba en la Navidad un villancico que decía:

 

Ya vienen los reyes, / por el pozo Nuevo,

y al Niño le traen / chorizo con huevo,

O aquel otro:

Los pastores vienen / por el pozo Mena,

y a Jesús le traen, / pastel de canela.

 

Como anécdota simpática referente a esta plaza, en 1908, siendo alcalde don José María González Arjona, mandó el Ayuntamiento plantar en el centro de dicha plaza, justo delante de la puerta de la capilla, una palmerita con su correspondiente arriate. A los pocos días un periódico de Cádiz publicaba una crónica roteña escrita por su corresponsal Campitos, en la que se daba cuenta de la plantación de la mencionada palmerita, y que pomposamente terminaba así: Felicitamos al Sr. Alcalde, pues ya era hora de que el Ayuntamiento de nuestro pueblo se preocupase de crear en Rota zonas verdes.

 

Como ya hemos reseñado, y ahora matizamos con más detalle,  la ermita de San Roque ha sufrido diferentes remozamientos y remodelaciones a lo largo de su historia. La última fue realizada hace uno años por la empresa roteña NEWIMAR, de don Antonio Marcos, siendo su arquitecto don José Javier Ruiz Arana, que hoy, cuando me encuentro repasando este libro antes de su impresión definitiva, este joven arquitecto roteño, de acuerdo con la voluntad de pueblo, es nuestro nuevo Alcalde de la Villa de Rota. Desde estas páginas le deseamos mucha suerte.

 

Este joven arquitecto roteño enamorado de su pueblo, fue el encargado de elaborar el proyecto y dirigir las obras, lo que le llevó a poner todo su corazón y amor en este trabajo, no sólo en la creación del proyecto en sí, en el que empleó cuatro años por su complejidad, sino en recuperar la delineación original de la ermita, para lo que tuvo que realizar innumerables viajes e invirtiendo también  muchas horas de trabajo en investigar y en aportar la documentación necesaria hasta convencer a la Delegación Provincial de Cultura en Cádiz, de que el nuevo diseño de la ermita se ajustaba, sin lugar a dudas, al construido entre los años de 1620 y 1640.

 

El arquitecto Ruiz Arana nos decía con relación al estado en que se encontró la ermita antes de la acometida de la nueva reforma, que para el correcto entendimiento de la configuración actual del edificio, su estado de conservación, así como de las distintas patologías existentes, resulta imprescindible profundizar en el análisis de la reforma llevada a cabo en 1958, que modificó tanto el interior como el exterior de la capilla.

 

Entre las principales actuaciones realizadas en dicha reforma se encontraba por un lado la intervención en la fachada del templo, que sufrió grandes cambios al sustituirse la espadaña y ampliarse la puerta de acceso, y por otro, con el objetivo de dotar de una mayor altura a la iglesia, se llegó a ejecutar la modificación del  nivel de la capilla, que fue rebajado hasta la cota de la calle, lo que supuso un desnivel respecto a la cota cero original de unos 60 cm., lo que supuso que la cimentación de los muros y columnas quedase por encima de la nueva cota del suelo sin ningún tipo de refuerzo.

 

Las columnas, que partían del nivel de la solería, quedan ahora  sobre pequeños pilares de sección cuadrada. Esta situación, si bien no ha provocado hasta la fecha graves problemas de inestabilidad en la estructura del edificio, resulta completamente insegura, sobre todo cuando se observa que debajo de algunas de las columnas se detectan incluso huecos por haberse desprendido parte del material de la cimentación.

 

En dicha remodelación se recubrieron las columnas con escayola,  se demolió el antiguo coro para permitir ampliar el hueco de la puerta de entrada, y se realizaron diversas acometidas en la cubierta de la ermita.

 

También hay que considerar, continuaba el arquitecto, señor Ruiz Arana, que a finales de los años noventa, como consecuencia de la rotura de una tubería de saneamiento que discurría por debajo de la capilla, se produjo el levantamiento de gran parte de la solería, que quedó gravemente dañada. Este accidente causó daños colaterales, ocasionando ciertos desperfectos en la iglesia, que fueron reparados puntualmente y con urgencia.

 

Debido a estas obras se añadieron al edificio ciertos elementos totalmente discordantes con la estética de la ermita, colocando con escaso acierto un zócalo de azulejos en todo el perímetro y piezas de mármol en los soportes bajos las columnas, en el altar de la nave de la Epístola, y en otras hornacinas de la capilla”.

 

En la conversación mantenida, tanto con el constructor, señor Marcos, como con el arquitecto, señor Ruiz, nos dieron cuenta de ciertos hallazgos arquitectónicos que la escayola y el mortero tenían ocultos, como es el caso de las columnas, que son de piedra, los diferentes arcos de medio punto construidos con ladrillos toscos, la propia fachada principal, donde han aparecido nuevos adornos de piedra labrada, o bien los ojos de buey, que originariamente fueron ventanas cuadradas, con dinteles igualmente realizados con ladrillos toscos.

 

Una vez finalizados los trabajos la fisonomía de la ermita es prácticamente nueva, pues todos los vestigios hallados han quedado al descubierto, y aunque ambas hornacinas laterales y la nave central no necesitaron de cambios estructurales, la iglesia parece prácticamente otra una vez restaurada, pues hay que tener en cuenta que en la fachada principal, aparte de los nuevos adornos de piedra, ya luce la nueva espadaña, que nos recordará la fisonomía que tuvo esta ermita en su construcción inicial. Por cierto, las campanas llevaran acoplado un sistema automático para los diferentes toques de acuerdo con los oficios espirituales que se lleven a cabo.

 

Como roteños agradecidos que somos, tenemos que valorar la labor inconmensurable llevada a cabo por este arquitecto, roteño de pro, como es José Javier Ruiz Arana, por su manifiesto amor a su pueblo y su entrega, y asimismo a don Antonio Marcos, de la empresa NEWIMAR, por el esfuerzo económico, material y tiempo empleado para llevar a cabo este bonito e importante proyecto, con el que se recupera parte de la historia perdida de la Villa de Rota.

 

Tenemos que aplaudir, por cierto, la idea de construir una nueva hornacina para situar en un lugar preferente la imagen de San Roque, ya que bajo su advocación fue construida esta vieja iglesia hace cuatro siglos y que tanto fervor despertaba en los fieles como protector de pestes y calamidades.

 

El arquitecto responsable de las obras de restauración, don José Javier Ruiz, nos apuntaba como fruto de las investigaciones llevadas a cabo durante sus últimos cuatro años, unos datos que, aunque no tienen relación con la ermita de San Roque, si es curioso saber y por ello lo aporta a este capítulo. Debido a las epidemias de peste que azotaron la península en los años 1647/52 y 1676/85 y las consecuencias  en la localidad de la Guerra de Sucesión y la ocupación anglo-holandesa del año 1702, la población roteña se vio reducida a unos mil doscientos habitantes; no obstante, entre los años 1713 a 1752 se produce una importante llegada de inmigrantes a la localidad tras la ubicación en Cádiz del monopolio del comercio con Indias, lo que supuso un gran incremento de la población, que llegó hasta alcanzar los seis mil quinientos habitantes en 1775, según datos del Catastro del Marqués 333de la Ensenada.

 

A este importante incremento de población hemos de añadir la creciente llegada de religiosos y eclesiásticos, como fueron los Mercedarios Descalzos, que se instalaron en la localidad  en el año 1604.

 

A principio del siglo XVIII se funda en la localidad una cofradía de marineros en honor de la Virgen del Carmen, mencionada en páginas anteriores, por lo que es probable que con objeto de conseguir un templo de mayores dimensiones y añadirle un coro se acometiesen las obras de ampliación en la ermita de San Roque, creándose el tacón que sobresale de la línea de la calle Castelar, llamada con anterioridad calle Ondulada y posteriormente calle del Capellán, por vivir junto a la misma el capellán de la ermita, cuya vivienda se construyó al mismo tiempo que la ermita y el cementerio situado a su espalda.

 

Si escribimos sobre esta parte que sobresale de la línea de la calle es porque mucha gente se pregunta la razón de que esté así, pues con razón dicen unos que, si la vivienda del cura se construyó al mismo tiempo que la ermita, debería haber mantenido la misma línea de la fachada y no haberse retranqueado varios metros hacia dentro. Resulta chocante que dicho tacón sobresalga con ese pequeño quiebro si la calle fue construida a posteriori. Naturalmente las casas se construyeron a partir de la vivienda del capellán.

 

Esta incongruencia fue tratada muchos años más tarde por el Ayuntamiento con la idea de derribar el mencionado quiebro, de lo que da cuenta don Antonio García de Quirós en su libro Historia del la Ermita y la Cofradía de la Veracruz, donde recoge que en tiempos de la II República, concretamente el 23 de noviembre de 1932, al punto 5, se dio lectura en pleno al informe elaborado por dos peritos de prácticos sobre el estado lamentable de la capilla, y muy concretamente sobre el deterioro de la fachada, que además se notaba que había sido construida saliéndose de la alineación de las demás casas. Este informe manifestaba el desconocimiento histórico que tenían las autoridades locales de la construcción de la ermita y de las casas adyacentes, puesto que aquella es anterior a éstas. Además, para resolver con más conocimiento les hubiese bastado a los señores regidores consultar las actas capitulares del propio Ayuntamiento. De haberlo hecho, se hubiesen enterado que el 30 de septiembre de 1781 había solicitado el santero de la expresada ermita, don Tadeo de Arroyo, que  se le concediese un pedazo de sitio delante de las puertas de la citada ermita para su extensión y la decencia que correspondía para la celebración de sus festividades y santo sacrificio de la misa, a lo que había accedido el Ayuntamiento quedando la dicha ermita en situación diáfana y bien configurada según el terreno que se le señalase por los caballeros regidores más antiguos y procurador síndico.

 

El acuerdo plenario fue elevado al Ministerio de Justicia, solicitándose la debida autorización para derribar la parte de ermita que sobresalía de la calle para evitar peligros y al carecer de valor  artístico dicha fachada, expropiándose el terreno resultante de la línea de la calle. El Ministerio de Justicia no se pronunció.

 

Años más tarde, poco antes del inicio de la guerra fratricida de 1936, concretamente en el pleno del día 11 de junio de 1936, punto 12, se acordó solicitar del Ministerio de Justicia la incautación de las ermitas de San Roque y de la Caridad, consideradas como bienes nacionales, para dedicarlas a escuelas públicas. Como todo el mundo sabe, un mes más tarde estalló la guerra y, naturalmente, tampoco hubo respuesta del Ministerio.

 

La Hermandad de la Veracruz custodia en esta ermita sus imágenes titulares, aunque debido a las obras se trasladaron a diferentes lugares, como fueron la ermita de la Caridad y la propia Casa Hermandad, sita en la calle Veracruz.

 

Para terminar con el capítulo de la ermita de San Roque, decir que hasta hace una veintena de años los sacerdotes acompañaban los entierros desde el hogar del difunto hasta la puerta de la ermita de San Roque, y tras un corto responso se despedían, dejando en manos de sus familiares el trasladado del cadáver, a hombros o a manos, hasta el cementerio, que estaba situado en lo que hoy es parque del Mayeto, cuya vía no era en aquellos tiempos otra cosa que un camino de tierra escoltado en sus laterales por chumberas, mientras la campana de la ermita tocaba a duelo.

 

La plaza de San Roque ha tomado cierta popularidad gracias a una peña, conocida como El Potaje, que aunque no desarrolla hoy la misma actividad que en los primeros años de su fundación, continúa aún con la quema de los Juanillos y la organización de certámenes carnavalescos en su fecha, de la mano de Juan Arrabal Muñoz, bastión importante de esta fiesta, y también miembro de la Junta de Gobierno de la Hermandad  de Ntra. Sra. del Carmen.

 

En esta misma plaza, justamente frente a la ermita, había una panadería con el nombre de San Isidro, de la familia Gómez de Lara. Era muy activa y además de elaborar un pan exquisito, estaba operativa al público las veinticuatro horas del día, surtiendo de bocadillos, bebidas, cambio de divisas, etc., a taxistas, camareros y gente de la noche. Esta plaza contaba hasta hace algo más de un año y desde muchísimos años atrás, con un pequeño bar, conocido como bar Ramón, que a pesar de ser angosto y disponer de una pequeñísima cocina, ofrecía a sus clientes un pescado magníficamente frito, de entre los que se encontraban los boquerones y el cazón adobado; bueno, en realidad este negocio familiar no ha desaparecido, ya que se ha traslado a de magníficas dimensiones en la confluencia de la avenida de la Marina con la de María Auxiliadora, manteniendo la calidad de sus productos y magnífico servicio.

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