22/02/1939. Tal día como ayer de hace ochenta años, entonces cayó en miércoles, fallecía en la localidad costera francesa de Collioure, Antonio Machado Ruiz, sevillano por nacimiento y circunstancia, pero, castellano por educación y sentimiento. Un poeta que siempre tengo a mano, y al que cada vez que releo, lo que hago con frecuencia, me vuelve a sorprender pues siempre me suena mucho mejor que lo recuerdo. Es más, me parece que tiene un significado nuevo, más claro y reconfortante. Como si el texto, entre una lectura y otra, se hubiera modificado y corregido así mismo, reescribiéndose de alguna forma y adquiriendo una dimensión que antes no tenía o que a mí se me escapó entonces. Que también pudiera ser y, pensándolo mejor, sea lo más probable.

En cualquier caso, el efecto que me produce es inequívoco e invariable: el poeta fue, es y será, mucho más inteligente que un servidor de ustedes y, probablemente, más que muchos de sus contemporáneos sin excepción.  Dicho esto, y porque tengo al poeta en la más alta consideración, no me duelen prendas reconocer que mi relación con él fue más bien tardía. De hecho, salvo algunas referencias escolares y una manita de sus aforismos populares escuchados a mis padres, el conocimiento de su poesía no lo tuve hasta la universidad, bien cumplidos ya los 16 años. Y me llegó, como a muchos otros que supimos más de él, por el disco que le dedicó el cantante y compositor Joan Manuel Serrat, antes que por la lectura de sus libros.

‘Dedicado a Antonio Machado, poeta’. Publicado en mayo de 1969, a los treinta (30) años de la muerte del sevillano -y tan solo un par de meses antes del archiconocido alunizaje (“Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”), del que este año celebramos su cincuenta (50) aniversario-, el disco se compone de doce (12) canciones musicadas por Ricard Miralles y de las que el poeta es autor de la mayoría de los versos que el artista versiona. La cara A del disco arranca con        ‘Cantares’, para continuar con ‘Retrato’ (a partir de una versión de la canción compuesta por Alberto Cortez y arreglada por Waldo de los Ríos), ‘Guitarra del mesón’, ‘Las moscas’, ‘Llanto y coplas’, y cerrar con la archimusicada ‘La saeta’. En la vuelta del disco, cara B, nos encontramos: ‘Del pasado efímero’, ‘Españolito’, ‘A un olmo seco’, ‘He andado muchos caminos’, ‘En Colliure’ (cuya letra es de Serrat, escrita a partir de la visita que hace a su tumba antes de grabar el disco) y ‘Parábola’, que la finiquita.

Un LP de 30 min y 49 s de duración que, por contenido y popularidad, es sin duda el disco representativo de lo que podríamos llamar la ‘poesía cantada’ y en el que, salvo error u omisión por mi parte, la mayoría de los poemas proceden de: ‘Campos de Castilla’ (1912), es el caso de Cantares, Retrato, Llanto y coplas, La saeta, Del pasado efímero, Españolito y A un olmo seco. De ‘Soledades. Galerías. Otros poemas’ (1907), sólo tres, Guitarra del mesón, Las moscas y He andado muchos caminos. Creo que no hay ninguno que provenga de ‘Nuevas Canciones’ (1924), si bien uno de sus proverbios y cantares (“Todo necio/ confunde valor y precio”) es citado por Serrat en la canción “Soneto a Mamá” de su disco ‘Para vivir’ de 1974. Ni que decir que el disco que nos trae, ‘Dedicado a Antonio Machado, poeta’, es de lo más recomendable.

‘Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito’. Quien esto escribe, como otros tantos de más o menos su edad, no solo debe a este disco del músico catalán el hecho de haberse familiarizado con algunos poemas del escritor sevillano. Además, hablo por mí, les confío que soy total deudor, por el extraordinario hecho de haber conseguido que los memorizara. Un logro que no está exento de gran mérito, dada mi escasa capacidad para retener algo aprendido de memoria. Es así, soy un desastre, créanme. Reconozco que, de alguna manera, siempre he envidiado a las personas que, con aparente facilidad, son capaces de repetir un texto sobre la marcha. Ése nunca fue mi caso y, sin embargo, gracias a Serrat y a su música, con los versos de Machado lo he conseguido.

Y ya que lo menciono, en este aspecto discrepo con algunos puristas. A diferencia de aquellos que afirman que la melodía adherida al verso, supone una enojosa interferencia en su percepción poética, en mi caso y lejos de eso, ha sido no ya una ventaja añadida sino un auténtico salvavida emocional. Gracias a la música, esos poemas me acompañan íntimamente desde entonces y cada vez que los necesito. De ahí el verso del subtítulo de más arriba (qué extraños son los mecanismos de las asociaciones mentales), primero de la penúltima estrofa del poema ‘Retrato’ y que el poeta puso al frente de su libro más conocido, ‘Campos de Castilla’. Para algunos, y no andan faltos de razón, una fervorosa y patente explicitación del reivindicativo ‘derecho de escritor’, lo que puede ser. Aunque también comprendo la postura contraria, según la cual es más que discutible semejante pretensión deudora. Ésa por la que, ya de entrada, los lectores deben a los escritores lo que éstos escriban, por el mero hecho de hacerlo ¿Por qué? ¿Acaso se lo han pedido? ¿A que no?, pues entonces de qué. Como mucho -y una vez leído, si es éste el caso- ya verá el lector si le debe algo al autor, porque la lectura le haya sido provechosa, o si es éste quien le debe a aquél, por el tiempo empleado y perdido en hacerlo. Ya sabe cuál ha sido mi caso. Le dejo con el alejandrino, “Estos días azules y este sol de la infancia”, su último verso.

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FUENTE: Enroque de ciencia