"Séptimo arte"
Por Carlos Roque Sánchez
Canudo y el cine. Si bien desde la misma Antigüedad las artes estaban simbolizadas por las nueve (9) musas de las Artes y las Ciencias, ya a mediados del siglo XVIII el filósofo D. Diderot redujo tan extenso número a tan solo cuatro (4) que cita en su archiconocida ‘Enciclopedia’: arquitectura, escultura, pintura y grabado. Una clasificación que modificaría poco después el también filósofo G. Hegel, y que es la que existe en la actualidad, a saber: arquitectura, escultura, pintura, música, danza y poesía. Nada más que éstas, es la lista oficial. Sólo seis, ni una más ni una menos, de ahí que sorprenda porque nadie ignora, que al cine se le denomine ‘séptimo arte’ ¿Cómo es esto posible? ¿Desde cuándo es así? ¿Estamos ante una nueva paradoja? ¿Es el cine el séptimo arte?
Como ya imagina- y dado que cada día tiene su afán, en el que todo hombre pone su empeño-, éste del ordinal artístico es el que toca hoy, y con su permiso me pongo a ello. Por lo que sé, la citada expresión apareció, por vez primera, en 1911. Lo hizo en el ‘Manifiesto de las siete artes’ de Riccioto Canudo, un pionero en el campo de la crítica y de la teoría cinematográfica, que anticipó la llegada tanto del sonido como del color a la gran pantalla. Sin duda fue un cinéfilo vidente e incomprendido quien, a pesar de los recelos intelectuales e ‘intelectualoides’ de la época, reconoció en el cine un arte. Sí, un arte neonato y aún inmaduro para la teoría, de acuerdo, pero un arte en su opinión, y es que el italiano tenía su particular punto de vista al respecto de la lista artistera.
Consideraba que solo arquitectura y música eran artes fundamentales y que pintura y escultura complementaban a la primera, como poesía (el esfuerzo de la palabra) y danza (el de la carne) lo hacían a la segunda. Como verán una estructuración de lo más imaginativa, aunque sólo sea por lo sugerente. Y por supuesto, el cine. La culminación de los seis, el séptimo arte. Casi nada. Un lugar qué, ya lo habrá captado, ni es oficial, ni está reconocido. Pero que ahí está. Total, que más da, es sólo cine. (“¿El cine es un arte? ¡Y eso qué puede importar!”. J. Renoir).
“Bueno, nadie es perfecto”. Es la última frase del diálogo de la escena final de la película ‘Con faldas y a lo loco’ dirigida por Billy Wilder. Sí, la que discurre en el coche entre Osgood (Joe E. Brown) y Jerry (Jack Lemmon). Del director nada que decir, salvo que es un genio con el que pocos, muy pocos, no querrían ser comparados. Y de la escena poco que comentar, pues se trata de una delicia cinematográfica, un detalle sobre lo que es el cine, o al menos así me lo parece. Ahí va.
Osgood: Hablé con mamá. Se puso tan contenta que hasta lloró. Quiere que lleves su vestido de novia. Es de encaje.
Jerry: Eh, Osgood, no puedo casarme con el vestido de tu mamá. Ella y yo... no tenemos el mismo tipo.
O: Podemos arreglarlo.
J: Oh, no hace falta. Osgood, he de ser sincera contigo. Tú y yo no podemos casarnos.
O: ¿Por qué no?
J: Pues... primero, porque no soy rubia natural.
O: No me importa.
J: Y fumo. ¡Fumo muchísimo!
O: Me es igual.
J: ¡Tengo un horrible pasado! Desde hace tres años estoy viviendo con un saxofonista.
O: Te lo perdono.
J: Nunca podré tener hijos.
O: Los adoptaremos.
J: No me comprendes, Osgood, (Se quita la peluca). Soy un hombre.
O: Bueno, nadie es perfecto.
Y hasta aquí por hoy, que si bien el polifacético L. E. Aute, allá por los años ochenta del siglo pasado nos cantaba aquello de ‘Cine, cine, cine, más cine por favor’, unas décadas antes, el inefable Howard Hawks espetaba aquello de: “Tengo diez mandamientos. Los nueve primeros dicen: ¡no debes aburrir!” Pues eso.
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FUENTE: Enroque de ciencia
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