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Sábado, 05 de Enero de 2019

Carlos Roque Sánchez

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NIÑOS, JUGUETES, NAVIDAD

 

 

 

 


Son tres de esas palabras que, al juntarse en una frase, conforman una terna inseparable y mágica, capaz de proporcionarnos una imagen enternecedora. Pocos humanos pueden resistirse al encanto que produce la cara de un niño, cuando recibe sus regalos navideños sean de Papá Noel, de los Reyes Magos o de ambos, que ésa es otra. El caso es que todos los años por estas fechas, sea el hombre gordo de las blancas barbas en la Nochebuena o los Magos de Oriente el día 6 de enero, llenan de ilusión la vida de los pequeños y la realidad de los adultos que los quieren. Sin embargo.


Sin embargo, no todos piensan así y para muestra un botón. Un joven padre, amigo de mi hijo mayor, me comentaba hace unos días que eso era un error. Que no es bueno para los niños hacerles creer y vivir esa fantasía, y que es mejor decirles la verdad desde el principio. Que en ese asunto lo tenía claro, trataría a su hijo como un adulto y no le mentiría con la parafernalia de los personajes mágicos navideños. De esta forma, me continuaba diciendo, le ayudaba al no hacerles creer que en esta vida se podía tener todo lo que se quisiera, sencillamente con el mero hecho de desearlo. Quizás pensaba en el consumismo, pero esto es una opinión mía. Y por supuesto me añadía que, con este comportamiento su hijo confiaría más en él cuando, inevitablemente se enterara de la realidad. Y es que, en su opinión, la edulcorada fantasía del presente podría inhabilitar a su hijo para aceptar la cruda realidad futura. Tras escucharle le pregunté por la edad de su único hijo y me dijo que todavía era pequeño, apenas un par de años. Es muy pequeño aún, pensé, ya veremos cuando crezca, me dije para mí. No en vano, más sabe el diablo por viejo que por diablo.


¿Y usted, qué piensa? ¿Hay que mantener esta fantasía navideña? ¿Es realmente inseparable y mágica? ¿Les negamos la mayor desde el principio o les hacemos creer en esa ilusión? Y si es así, ¿hasta cuándo se la mantenemos? ¿Qué es lo mejor para ellos?, que al fin y al cabo es lo único que importa. Para empezar, tirando de recuerdos, los propios y los de mis hermanos, les diré que los que tengo sobre este hecho son de total disfrute, mientras duró. Después, cuando nos fuimos enterando de la verdad por un compañero de clase o un amigo, nunca falta uno, y buscamos confirmación en nuestra madre o hermano mayor, por lo general, no hubo ni enfado ni frustración. Más bien al contrario. Porque el conocerla -la verdad os hará libres, que dijo alguien- ayudaba a la afirmación de nuestra incipiente, y en vía de desarrollo, personalidad. Además, su conocimiento, traía consigo el hecho de colaborar con nuestros padres en la organización y distribución de los regalos de los hermanos pequeños. Empezábamos a ser adultos.


¿Que a qué edad ocurría? Pues no se lo sabría decir. No recuerdo ni las de mis hermanos, ni la mía propia, es más, no creo que exista una edad concreta y única para decir esta verdad a los niños. Si se piensa bien, no se trata de haber cumplido un número de años, sino más bien de haber alcanzado la maduración psicológica necesaria y suficiente. Un proceso éste que necesita de su tiempo, un tiempo que a esas edades discurre poco a poco, un tiempo relativista pues. Ya, pero, ¿qué hacer? Por mi propia experiencia, como hijo primero y padre después, creo que lo mejor es esperar a que ellos estén preparados para decirles la verdad. Algo que sabremos, no porque nos lo pregunten, sino por la forma en la que lo hagan. No el “qué” y el “cuándo” sino el “cómo”. De todos los adverbios, ése es el que creo que realmente importa en este asunto. Porque en el “cómo” lo preguntan, estará implícita nuestra afirmación o negación del hecho. Por él sabremos, aunque ya sepa la respuesta o la intuya, si está preparado para aceptarla o no. Un estado que habrá que respetar.


Y si me pregunta sobre si habrá decepción tras el conocimiento de esa verdad, desde ya le digo que seguro que sí, pero será una decepción con paliativos. Aunque por un lado es inevitable y forma parte de nuestro proceso de maduración personal, por otro resulta muy ilusionante tener la sensación de empezar a formar parte del clan de los mayores. Y es que nos convertimos en sus cómplices cuando nos piden que no se lo digamos a nuestros hermanos más pequeños, para que ellos puedan seguir soñando. Y también nos ilusiona cuando colaboramos en la compra y en la disposición juguetera en la casa la noche de marra. Y como no, el ver sus caras cada año cuando abren los paquetes de los regalos nos alegra, y su infantil alegría nos hace recordar nuestra infancia perdida. Que no es que sea esa época que con tanta frecuencia se idealiza pero que, qué duda cabe, es la infancia.


En ella, esta tradición navideña ayuda a su manera en el desarrollo de la vida psíquica de los seres humanos cuando somos pequeños. Por eso soy partidario de la fantasía y de esperar hasta que ellos nos avisen. Pero bueno, esto es lo que yo he hecho, enseñado a mis hijos a hacer y, ahora, lo vivo en la cara mis nietos. Es mi “magdalena de Proust”, ya sabe. Por cierto, y perdone la indiscreción, ¿ustedes de qué son, de Reyes Magos o de Papá Noel?

 

Para contacto personal: [email protected]
FUENTE: Enroque de Ciencia

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  • Hermano Lobo

    Hermano Lobo | Jueves, 10 de Enero de 2019 a las 17:49:38 horas

    No se debe decepcionar a los niños. La razón es que los Reyes Magos en verdad existen. Sin embargo, si es más que dudosa la bilocación, mucho más lo es la "multilocación"; por ello es que los SS,MM. delegan su función a los padres al no poder ellos estar en todos los hogares al mismo tiempo.

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