Quantcast
Sábado, 20 de Octubre de 2018

Carlos Roque Sánchez

[Img #101866]

 

 

 

LIBROS DE OCASIÓN

 

 

 


Un manido proverbio nos dice que el saber no ocupa lugar y sin embargo, tengo para mí, que este proverbio es un poco turulato. Un poco bastante porque, qué duda cabe, el saber ocupa lugar, mucho lugar, si lo sabré yo. De hecho casi tanto como el que ocupa el libro impreso, su soporte natural, que ocupa mucho, mucho lugar, si lo sabrán en mi casa. Mas qué quieren, me gustan los libros, es una afición que no puedo ocultar. Me gusta verlos, mirarlos, comprarlos, tenerlos en mi biblioteca, leerlos, cuidarlos y, sólo algunos de ellos, cada vez menos, releerlos.


En tono burlón, un viejo conocido que me conoce bien, me dice que ha leído no sabe dónde, que esta costumbre de releer es un síntoma de vejez. Y como lo veo venir, primero, con un gesto de cabeza y una sonrisa le admito que es probable que tenga razón. Después, con la misma sonrisa pero ahora de palabra, le recuerdo un libro que le presté hace tiempo, cuando ambos éramos jóvenes, que aún no me ha devuelto. Así que ahí la llevas, por listillo y por leer sin saber dónde, me digo para mí.


Pero a lo que iba, me agrada comprar libros, todo tipo de libros: recién editados y no tan recientes, a precio normal y de rebaja, en librerías o en mercadillos, pero cuando más disfruto es comprándolos usados, a precio de ocasión y en ferias o librerías de segunda mano. Para que les voy a mentir, es lo que me gusta.


Me revientan las librerías que nos meten por los ojos esas remesas de paparruchas que llaman novedades, supongo que porque ya llevan la fecha de caducidad, casi instantánea, grapada a la contraportada. Flores de un día que se venden mientras dura la publicidad y que terminan siendo hojarasca impresa, olvidada en un almacén de editorial. Y todo eso muy rápido porque, ya mismo, viene la siguiente trivialidad rampante a ocupar la primera fila del banal escaparate. Perdonen que se lo diga de esta forma, pero es así como lo veo. Prefiero mil veces pasear la vista por estanterías de encorvados anaqueles, repletas de libros que la vida ha ido dejando allí, sin criterio ni interés.


Disfruto ojeándolos, tocando sus tapas y lomos, hojeándolos, sopesando su compra, oliéndolos, leyendo alguna página, y todo sin prisa. Al hacerlo su presencia próxima me hace ver que el libro tiene los mismos enemigos que el hombre: humedad, tiempo, fuego, animales y su propio contenido. De ahí que haga como con mis semejantes y me fije en su interior, estado de conservación, edición, tirada, traducción o precio, dando tiempo a que surja la imprescindible complicidad entre él y yo. Si es así, si el libro me atrapa, entonces acaba en mi biblioteca, no tenga la menor duda.


Es lo que me ocurrió en cierta ocasión con un ejemplar de ‘La ciudad y los perros’, de una edición que perdí y llevaba tiempo buscando hasta que por fin lo encontré y adquirí. Una coincidencia espacio-temporal entre libro y lector que, bien pensado, no siempre ocurre, no. Le digo esto porque me han venido a la memoria las declaraciones realizadas por Sofía Mazagatos -personaje rosa algo antañón ya, pero siempre “en el candelabro”- quien, en el acto de presentación de uno de los últimos trabajos del autor peruano de ‘La ciudad y los perros’, fue preguntada por los pérfidos chicos de la prensa, acerca del escritor. Ella se dejó caer con un: “Sigo desde hace tiempo a Vargas Llosa aunque, por desgracia, aún no he leído ningún libro suyo”.


¡Pero bueno!, con el alma en vilo usted como yo se preguntará: ¿Qué fatal desgracia le ha podido ocurrir a ‘MariSofi’ para, en sus treinta años de vida, no haber podido leer ni un solo libro del escritor? ¿Cuáles habrán sido sus cuitas? Temiéndome lo peor mejor será no averiguarlo y dejar pasar el tiempo, que al fin y al cabo no hay desgracia que cien años dure. Pero qué razón tienen quienes, ante ciertas personas, se preguntan: “¿Qué leerán?” No obstante, en puridad y visto con perspectiva, esto de la Mazagatos es anécdota y no sustancia, y por supuesto le puede pasar a cualquiera. A quien esto escribe, sin ir más lejos. Hace unos días me topé con un libro en el que llevo tiempo interesado (“lo sigo desde hace tiempo”, en lengua mazagata) y que aún no había adquirido.
Se trata de ‘El despertar de Finnengan, quizás la más tortuosa de las novelas de James Joyce, y como siempre hago lo toqué, hojeé, olí, sopesé, ojeé, incluso y afortunadamente sobre leí. Menos mal que lo hice ¡Señor, qué libro! ¡Qué tormento su lectura! No lo pude comprar y eso que lo sigo. Es el tipo de libro ante el que uno se pregunta, ¿quién lo leerá? Como verán nadie está libre.

 

CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.27

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.