Carlos Roque Sánchez
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QUEMANDO MARIPOSAS: "VANITAS VANITATUM"
La historia nos dice que son escasas las culturas que, a lo largo de su existencia, no hayan condenado en algún momento la sodomía y, en no pocos casos, lo hayan hecho con auténtica saña. Por ponerle sólo un ejemplo, en algunas tribus africanas al homosexual masculino se le sodomizaba hasta morir lo que estarán conmigo, es una horrible y por supuesto injusta forma de matar que por desgracia no ha sido única en la humanidad. No.
Como seguro saben o en su defecto intuyen, la homosexualidad de cualquier género existe desde que el hombre es hombre, o incluso antes seguro, y en términos relativos siempre ha estado igual de extendida en nuestra especie, si bien el término “sodomía” como tal es de origen religioso y se remonta a la Biblia. Está asociado desde el punto de vista histórico y cultural a los sucedidos de las ciudades Sodoma y Gomorra situadas a orillas del mar Muerto, ya saben dos ejemplos de urbes pecaminosas donde las haya, según la historia sagrada que estudiamos en nuestros años escolares.
De hecho el “pecado de Sodoma” ha terminado por identificarse con el sexo anal en cualquiera de las prácticas, homosexual o heterosexual, y desde la óptica cristiana resulta ser una desviación de la normalidad sexual, que por cierto, ¿saben ustedes cuál es? Considerada como un “acto contra natura”, la sodomía ha sido una “desviación” perseguida (casi) siempre en Europa y, en general, en las naciones occidentales durante la Edad Media, Moderna y Contemporánea. Que se dice pronto.
Por no remontarnos mucho, en la primera mitad del XVIII y en lugares destacados como Londres y Ámsterdam, se dieron olas de persecución pública contra los sodomitas. Y así, en Holanda, a mediados de ese siglo la sodomía se castigaba con la hoguera, que era lo que dictaminaba la ley sexual del momento: a los sodomitas por indecentes y pervertidos había que quemarlos vivos y en público. Por la documentación existente sabemos que en cierta ocasión que llevaban a la pira a dos de estos desgraciados maricones, uno de ellos empezó a gritar como alma que llevaba el diablo. Afirmaba ser el macho en el ayuntamiento, pensando que quizás esta circunstancia le podría exculpar de alguna forma. Era sodomita sí, pero era el activo, el que machihembraba, una posición sexual que a sus ojos debía constituir un eximente para la pena.
Sin embargo al decirlo, por desgracia, no vio el grave error de juicio que estaba cometiendo. Les cuento esto porque no parece que este desesperado intento exculpatorio hiciera mella en el ánimo de la multitud asistente, al menos si nos atenemos al entusiasmo con el que al decir de las crónicas seguía pidiendo las quemas de los dos. En el de la multitud no lo tuvo, y a las pruebas me remito, pero sí en el del religioso que les acompañaba en tan delicado trance, lo que está bien. Lo que no lo está tanto es el hecho de que, no vino a actuar como un atenuante sino todo lo contrario, como un agravante. Y es que en su llana inteligencia el buen religioso debió creer que, con dicha afirmación, el pecador lo que hacía era añadir a la sodomía un pecado más, el de la soberbia. Y eso ya sí que no. Se trataba de un comportamiento intolerable el suyo, que le haría además más inaccesible el reino de los cielos. Toda una desgracia para su vida eterna y pécora, comprendan la desazón salvadora del hombre de Dios, de ahí que le advirtiera: “Callad hermano, callad, no es ésta ocasión de vanidades”.
No sé cómo ni porqué, pero siempre hay que volver a los clásicos: ‘Vanitas vanitatis et omnia vanitas’ (Vanidad de vanidades y siempre vanidad). Qué gran verdad. (Continuará)












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