Quantcast
Sábado, 16 de Junio de 2018

Carlos Roque Sánchez

[Img #94430]

 

 

 

AMOR Y DESAMOR, EN TRES ACTOS

 

 

 


Planteamiento. La semana pasada les escribía, medio en serio medio en broma, acerca de las infidelidades que se producen a través de Internet. Es probable que recuerden la divertida historia de ficción con la que la remataba: un matrimonio ambos infieles, ¡pero entre ellos mismos! Vamos lo que se dice, lo más de lo más.


La historia acababa, era de esperar, como el mismo rosario de la aurora y con un intercambio de lindezas dedicadas del tipo “C…..”, de ella para él, y “P…”, de él para ella. En fin, ya saben, estas cosas que pasan y no son buenas, pero que al menos nos queda la tranquilidad de que son ficticias... o no. Porque lo malo de esta historia es que no ocurre solo en el terreno de la ficción pues resulta que, una vez más, la realidad la supera y con creces. Juzguen ustedes mismos. No hace mucho la prensa británica se hacía eco de la noticia y, se lo advierto, puede parecer un relato ideado pero ocurrió en realidad. Recuerde que la realidad existe, sólo se inventa la mentira. Se la cuento de forma resumida.


Una mujer y un hombre se conocen por Internet. Ella no llega a los treinta, está casada y no es feliz en su matrimonio y él, que aún está lejos de los cuarenta también es desgraciado en el suyo. Y aunque los nombres cibernéticos que emplean son falsos -ya saben que en este punto todos mienten como bellacos- ellos son sinceros cuando abren sus corazones heridos y doloridos. Se confiesan lo mal que les va en sus vidas maritales, el desapego que con los años sienten por sus cónyuges, en fin, algunas de las no pocas penurias y miserias de la vida humana. Lo bueno es que se comprenden y entienden en la distancia. Descubren que son como almas gemelas y así, en la sombra de la Red, en secreto, dejan que el amor crezca. Estas cosas a veces pasan.
Nudo. Y convencidos de que han encontrado la persona ideal, terminan por enamorarse. Tanto que deciden conocerse en persona, de forma que acuerdan lugar, día y hora como si fuera la primera cita de amor, “aguda espina dorada quién te pudiera sentir en el corazón clavada”. Una cita de amor que, ellos aún no lo saben, está lejos, muy lejos, de ser tal. Porque la persona que ven acercarse es ¡su propio cónyuge! Sí, el odiado cónyuge al que ha despellejado en las numerosas horas y horas de chat que ha mantenido… con él. Paradójico amor.


Naturalmente la situación se hace insostenible al instante. Ya no sólo están enfrentados y hastiados el uno del otro, ahora también están afrentados por haberse confesado, como si se tratara de otra persona, lo que se aborrecen. Y para rematarlo está la cuestión de la infidelidad, de la que paradójicamente se acusan mutuamente, ¿no les parece increíble? Un curioso asunto éste de la infidelidad, no me digan que no porque, ¿cómo van a ser infieles si, a fin de cuentas, de la persona que se han vuelto a enamorar es la misma con la que están casados? ¿Dónde está entonces el delito y la falta? Bueno pues sin importarles la respuesta deciden acabar de una vez por todas, y es que se les hace insufrible soportar la infidelidad del otro, aunque ellos mismos hayan sido infieles también ¡en la misma infidelidad! De modo que en tal estado de la situación, si hay algo que esté terminado, ése es su matrimonio y se piden el divorcio. Es tan corto el amor y tan largo el olvido… Estas cosas pasan también.
Desenlace. Y aunque al principio ninguno da su brazo a torcer ni en lo más mínimo, tras el divorcio, en plena desolación de sentimientos, ambos hablan con la prensa ¿Qué por qué? ¿Qué para qué?, pues les confieso que lo ignoro, pero el caso es que ellos hablan. Él confesaba: “Estaba tan contento de haber encontrado por fin a una mujer que me entendía. Aún me cuesta creer que la misma persona que me escribía por Internet aquellas cosas tan maravillosas, era la misma mujer con la que me casé y que desde hace años, no me ha dicho ni una sola palabra agradable”. Una confesión de Catón. No puede soportar su parte de culpabilidad y la demoniza a fin de exculparse él. “Es una histérica insoportable, todo el mundo lo sabe y sólo ella tiene la culpa de que la engañe”… con ella. Engañarle a él ¡Puta!


Claro que las palabras de ella no le van a la zaga: “Creía haber encontrado el amor de mi vida. La forma en la que me hablaba, las cosas que me escribía, la ternura de cada frase, era algo que nunca encontré en mi matrimonio. Cuando lo vi llegar me sentí tan traicionada, estaba tan indignada”. Como ven es otra confesión típica y tópica. Ella es igual y antes que reconocer la desértica incomunicación de su matrimonio, lo acusa de egoísta y psicópata. Sólo él tiene la culpa de que lo engañe… con él. Engañarle a ella ¡Cabrón!


Si me preguntan lo que pienso, así a bote pronto, les digo que tengo para mí que ninguno de los dos es un monstruo, o que los dos lo son, que vaya usted a saber. Pero de estos mimbres estamos hechos y poco me importa además. Lo que en realidad me preocupa es saber dónde ha ido a parar todo aquello que, de maravilloso, vieron uno en el otro y que les hizo casarse y tener hijos. Qué es lo que les ha pasado, qué ha podido más que el amor que se profesaron, los votos que se prometieron, las promesas que se hicieron y los compromisos que contrajeron. Amor, amor.


CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.27

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.