Historias populares de la villa de Rota, por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
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CASAS QUE TRASCALAN
(Dedico este trabajo a mis amigos, Javier Navas, Juan Antonio Ruiz y a Manu Caballero, por su gran labor de investigación sobre estas casas, que les valió un importante premio de la Diputación Provincial)
Dejamos el mar de momento y nos trasladamos a cosas peculiares de nuestra Villa, como es lo que sigue a continuación. Recabando en la poca información existente sobre el origen de las “Casas que Trascalan” en nuestra localidad, podemos aportar que éstas comenzaron a construirse sobre el borde de los caminos y veredas próximos a los extramuros de la Villa como una construcción tradicional y espontánea sobre las parcelas agrícolas que formaban parte de los arrabales.
Las viviendas, adosadas unas sobre otras, crearon poco a poco calles sinuosas y zigzagueantes de acuerdo al trazado original de los propios caminos y veredas, las cuales me recuerdan siempre las medinas de Fez, en Marruecos, con sus tres mil trescientas calles a manera de laberinto, que como no sea con un guía difícilmente se puede encontrar una de las múltiples salidas donde menos te lo esperas.
Estas parcelas de forma rectangular y alargadas, con un frente de seis a diez metros como máximo, se encontraban encuadradas entre dos caminos o veredas, lo que dio lugar a que estas edificaciones fueran surcadas en su centro por un pasillo o corredor que servía para dar luz, ventilación y comunicación a las diferentes dependencias de sus habitantes, que en general se resumían en una habitación llamada sala, donde se desarrollaba la vida familiar, como comedor o sala de estar. Incluso se podía utilizar de dormitorio si era necesario, y la segunda llamada alcoba, donde se hallaba el dormitorio.
Las cocinas y lavaderos, con sus correspondientes lebrillos de barro, cuadras, pajares, escaleras, pequeños patios y recovecos, eran comunes, por lo que la convivencia entre los vecinos era fluida y obligada. El recorrido de dichas galerías, espacios abiertos y cubiertos, como aquellos puentes sobre los que se ubicaban también viviendas situadas en un plano superior, albergaban -pendiendo de las vigas de madera de castaño- colgados sobre alcayatas gitanas, racimos de uva, melones de invierno, ristras de ajos y cebollas, tomates de cuelga, así como también alguna que otra butifarra roteña, salchichas y también bonitos a la espera de que se curasen. Todo ello se utilizaba de avituallamiento durante la larga época invernal, cuando el campo adormecía a la espera del despertar de una próxima y vívida primavera.
Al mismo tiempo, a manera de escolta, que nos acompañaba a lo largo del recorrido, montaban guardia innumerables tiestos y macetas con flores, donde prevalecían el geranio, la “dama de noche” y los jazmines, que creaban una inolvidable mezcolanza de aromas a las que se les sumaban los efluvios aromáticos procedentes de los cacharros a plena ebullición, sobre anafes de barro o “estreves” con leña, desde los que preparaban las vecinas las berzas, potajes, menudos y alguna que otra gallina cocinada con almendras y vino de recetas arabescas, cuya odorífera fragancia culinaria te hacía navegar en una atmósfera de ensueños y misterios ancestrales. Algunas de aquellas casas las habitaban carniceros, cuyo oficio se podía oler a la hora de freír los enunciados chicharrones.
La servidumbre de los pasillos y corredores se convirtió en “derecho de paso” sin llegar a ser una calle pública, tanto para los habitantes de estas casas como de todo ciudadano que tenía que atravesar de una calle a otra como vías secundarias y como alternativa a aquellas calles que no existían, creándose por tanto como una necesidad de nexo entre las calles que delimitaban dichas viviendas a falta de vías públicas.
No podemos decir que estas casas fueran edificaciones características exclusivas y únicas de nuestra Villa, pero si diremos que son muy particulares en nuestra población, aunque eso si, cada vez quedan menos al ser derruidas por la piqueta, que en su demolición va borrando en pocas horas la historia escrita, esculpida en cada mano de cal de esos corredores a lo largo del tiempo, donde el espíritu de la memoria de nuestra Villa pervive sostenida en las estanterías de los desconchones y caliches.
Critíco al ayuntamiento por insensible a esta inestimable e irreparable pérdida, porque mientras han ido desapareciendo ha sido incapaz de mantener algunas en pie como testimonio patrimonial de una cultura, de una manera de vivir de otros tiempos, como el plató en el que se rodó gran parte de la historia de este pueblo.
No es la primera vez que hemos sugerido al Consistorio que algunas de estas casas tan particulares pueden servir como sedes para entidades socio-culturales, estudios, talleres o, porque no, albergues para artistas y artesanos, manteniendo su trazado y peculiaridades, como los lavaderos, cocinas, cuadras, pajares, escaleras, etc., convirtiéndose al mismo tiempo en museos étnicos, como son las casa-patios cordobesas. ¡Qué pena que nuestros políticos viajen tan poco!
De la treintena de “Casas que Trascalan” que han existido en nuestro pueblo, tal vez las dos más populares han sido la ”Casa Angelita”, que une las calles “Argüelles” y “Progreso”, la cual ha sido derribada parcialmente para construir modernos apartamentos; la segunda, la “Casa Perera”, nexo de unión entre la calle “Blas Infante” y “Mina Chica”, fue adquirida hace años por el industrial don Antonio Marcos, que la transformó en un bonito apartotel, “Los patios”, teniendo el detalle el industrial y la sensibilidad de conservar el antiguo trazado de corredores y recovecos. Ha tenido el gran detalle de bautizar a cada pequeño patio con el nombre de la persona más popular que vivió en cada espacio, incluida su propia madre, donde crecieron sus hijos y a la que se le conocía, y así consta en el azulejo de su particular patio, como Carlota “la Bailla”. En el último patio, que da a la Mina Chica, vivía María Barba, a la que visitaba yo cada domingo por la tarde para comprarle un buen cartucho de pipas de calabaza, garbanzos y habas, tostadas con arena de la playa en una cazuela de hierro colado y calentado en un anafe con carbón vegetal. Parece que la estoy viendo, tan viejecita y tan hacendosa, tan simpática y cariñosa con los chiquillos que íbamos a comprarles los tostones.
En la época de la dictadura de Franco, cuando en tiempos de carnaval, curiosamente, disfrazarse estaba prohibido, eran utilizadas estas casas para despistar a los Municipales que corrían tras las “máscaras”. De la misma manera hay otras muchas anécdotas vividas en cada “casa que trascala”, como es el caso que se dio más de una vez en aquella época, cuando la afluencia de norteamericanos era masiva en nuestra localidad, y asimismo el número de night clubs, donde algunas de las chicas de alterne, tras cerrar sus respectivos negocios, se concentraban en el Bar Eugenio, sito en la calle Higuereta, que tenía permiso de apertura cada día por un total de “23 horas”.
Pues bien, por ser el único local abierto toda la noche, en él se concentraba un ingente nímero de las mencionadas chicas de alterne procedente de los múltiples bares, camareros, bármanes, y por supuesto “giris” destinados en la base y otros que venían de paso en los barcos militares, los cuales algunas de las chicas los engatusaban para que le pagaran la compra de la semana que realizaban en un establecimiento abierto a esas horas y situado enfrente del aludido bar, con la promesa de pasar la noche juntos en casa de la chica. Pero como quiera que estos muchachos marineros norteamericanos tenían permiso sólo de 24 horas antes de partir su barco, la chica, tras la adquisición de las viandas, se lo llevaba hipotéticamente a “su casa”, la cual se encontraba en alguna de esas casas que trascalaban y que tras decirle al ”giri” que “esperara un momento que iba a dejar la compra”, ésta desaparecía por la otra salida de la casa, escapándo por la calle contigua, mientras que el pobre marinero quedaba esperando largas hora a una mujer “desaparecida en combate”.
Esto en ocasiones provocó serios alborotos, puesto que algunos de los marineros engañados y casi siempre ebrios, se cabreaban y comenzaban a llamar a la chica a todas las puertas, subían por las escaleras y correteaban las azoteas perseguidos por los propios vecinos, o bien por la Policía Militar y Serenos Municipales, que en aquellos tiempos hacían patrulla juntos. Hubo ocasiones donde marineros borrachos hallaron la muerte al caer al vacío ante la persecución y la oscuridad de la noche, ya que saltaban los pretiles y había patios cubiertos por parras y otras plantas que en la oscuridad de la noche aparentaban techos firmes.
En épocas pasadas era frecuente que la gente hablara de la aparición de fantasmas por las calles. La verdad es que la imaginación encontraba caldo de cultivo en la oscuridad de la noche, con escaso y deficiente alumbrado a gas o de aceite entre grandes tramos donde la gente se cruzaba y no se reconocía. Ello propiciaba que cualquier persona ataviada con una capa, un sombrero extraño o un mayeto con una capacha cruzada a la espalda y una azada sobre sus hombros fueran figuras recortadas en la penumbra para que los niños pregonaran la existencia de un fantasma. Sí que en ocasiones aparecieron sábanas en movimiento, con velas encendidas asustando a la gente. En otras eran algunos graciosos disfrazados que lo hacían para divertirse, o se trataba de gente pagada que ahuyentaba a los parroquianos, dejando el campo libre para que aquel u otro señor se encontrara con sus queridas. Naturalmente que esas “casas que trascalaban” fueron pasos propiciatorios para quitarse de en medio los amantes en cuatro zancadas.
Como podéis ver, en cada casa vecinal de estas que “trascalan”, hay argumentos para escribir, no sólo un libro, sino una serie televisiva de cientos de capítulos, pues el encuentro diario de una extensísima diversidad de personas, unas con talleres artesanales, otras con decenas de muchachas “cosiendo para la calle”, marineros reparando sus redes, chicas tejiendo mayas para botellas de brandy de las Bodegas Terry, de El Puerto de Santa María, otras hacían ganchillo e incluso hubo silleros trabajando la anea. Aparte de las esporádicas fiestas que se celebraban, como Navidades, también se recurrían a los patios para celebrar “dichos”, bodas y bautizos. Los duelos eran verdaderamente sentidos por todos, como miembros de esa gran familia que constituían los habitantes de estas singulares casas. Surgieron anécdotas e historias inenarrables, suponiendo para la comunidad roteña órganos sociales y antropológicos riquísimos, con vida propia. Como ejemplo, el trueque era el medio económico más usado, y los espacios de convivencia lo formaban las cocinas, patios, cuadras, azoteas y lavaderos, lugares de encuentro de dimes y diretes, rumores, chismes y habladurías de una sociedad muy humilde pero al mismo tiempo muy sana. Me atrevería decir, que era una comunidad cercana, que más bien se parecía a una gran familia.
Hay que hablar también de cosas fundamentales en el plano sanitario, como era el agua y el alcantarillado, pues en lo tocante a servicios no existían. No obstante, en los últimos tiempos se construyeron en algunas casas “pozos negros” (fosas sépticas), que curiosamente, cuando se llenaban –cosa muy corriente, debido al gran número de personas que la utilizaban- los mayetos solían vaciarlos poco a poco a base de cántaros que llenaban cada mañana y transportaban en las burras hacia los ranchos, cuyos excrementos eran utilizados como excelente abono para las hortalizas.
Mientras se crearon retretes se usaban orinales, -que nosotros llamamos “escupideras”- y que se vaciaban por las mañanas en las correspondientes cuadras. Perdonen si estos escatológicos datos repugnan a alguien, pero es que esa era la manera real de desenvolverse de toda la vida de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y demás.
En cuanto al líquido elemento, pues no tenían agua corriente, aunque eso sí, todas las casas disponían de pozos o aljibes, o de ambas cosas, aunque en muchos casos los pozos eran medianeros, por lo que medio brocal daba a una casa y el otro medio a la contigua. Estos pozos se utilizaban también a falta de frigorífico para refrescar el vino, los melones y las sandías.
La palabra dada, el saludo a todo el mundo, el ceder la acera, el dejar el sitio en cualquier lugar a las personas mayores, el respeto que le tenían los niños a los adultos, la consideración a los ancianos, el amor propio, el honor, la integridad, la honradez y tantos otros valores extintos eran la moneda de cambio que circulaba en aquellos tiempos. Todos estos comportamientos eran practicados por los vecinos de aquellas pobladas casas, cuyos valores se han ido extinguiendo al igual que las “casas que trascalan”. Esas casas, que aunque son obviadas por el Consistorio, forman parte del patrimonio cultural e histórico de nuestra Villa de Rota y como tal debieran ser tenidas en cuenta como testimonio latente que son de nuestro pasado, donde han brotado, vivido y se han escrito buena parte de nuestra raíces roteñas.












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