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Sábado, 05 de Febrero de 2011

Balsa Cirrito

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BUSCANDO ENEMIGOS


    
        

      Los chinos en España no tienen muy buena prensa. Nuestro propio idioma está lleno de giros poco amables: “cuento chino”, “me han engañado como a un chino”, “tortura china” y algunas otras expresiones incómodas atestiguan cierto desdén por los orientales. Añadamos algunos tópicos sobre sus restaurantes, sobre la carne de perro, o sobre la ausencia de entierros mandarines. O el hecho de que al barrio de las prostitutas se le suela conocer como barrio chino. Sin embargo, el futuro pinta amarillo, y, por culpa de los árabes, además, enconado.

    Expliquémonos. A poca memoria (o edad) que se tenga, todo el mundo recordará la ola de optimismo que recorrió el planeta cuando cayó el muro de Berlín. Parecía que entráramos en un periodo de paz perpetua, regidos por la mano benévola de los Estados Unidos. Un libro muy famoso (y, visto ahora, sumamente miope) anunciaba el fin de la historia, que se sustanciaba en el triunfo de la democracia. Pero, para uvas las verdes, porque sabemos que esa paz mundial no empezó nunca, y que los amigos de Al-Qaeda iniciaron unas hostilidades que provocaron, quizás, una intranquilidad superior a la de la Guerra Fría. De resultas, los americanos encontraron un nuevo enemigo, un adecuado eje del mal para mantener unos presupuestos militares como para hacerle la guerra al planeta Saturno y a todos sus satélites.

    Sin embargo, ahora vemos que el mundo moro se ha cansado de aguantar déspotas, y una ola revolucionaria lo recorre de punta a punta. Obama (chapeau para el presidente de los guiris), a diferencia de los europeos, apoya discretamente este movimiento, que bien podría ser que no saliera demasiado rana. Pongámonos en lo mejor. Los tiranos del mundo árabe caen uno tras otro, y en sus países, con las lógicas dificultades, se instalan una serie de democracias decentes que, para mayor gozo, no acaban controladas por islamistas zumbados. ¿Por qué no? Después de todo, en Iberoamérica ocurrió algo semejante durante las dos últimas décadas del pasado siglo. Entraríamos de nuevo en el fin de la historia, seríamos felices y el precio del petróleo bajaría al nivel del agua mineral (no Solán de Cabras, sino de otras marcas más baratas).

    Y volvemos al principio: los chinos. Ya estamos curados de espanto, y sabemos que los americanos para tirar hacia delante necesitan enemigos. Una vez eliminado el peligro islamista, el único enemigo plausible restante sería el país de la Gran Muralla. Y éste parece un enemigo duro de roer. Lo cual lo mismo no es muy bueno. Personalmente, no me hace mucha ilusión un futuro de enfrentamientos entre China y los EEUU. Los americanos nos pueden gustar mucho, poco o regular, pero habida cuenta de que algún país debe manejar el cotarro, parece evidente que los yanquis son la mejor de las opciones. Que además, son nuestra opción, y a cuyo equipo (la posición dentro de él sería materia para debatir) pertenecemos nosotros de todas todas.

    ¿Seguiremos diciendo entonces como ahora, cuando vemos que alguien resulta timado, que le han engañado como a un chino? Lo dudo. Podemos incluso pensar si no sería mejor para el planeta que los árabes siguieran viviendo en sus regímenes medievales, igual que ahora pensamos si no hubiera sido mejor que no cayera la Unión Soviética, pero resultaría demasiado cruel para la gente de la media luna (y no me refiero a la peña carnavalesca).

    Y, en todo caso, ¿quién sabe? No conozco demasiados chinos, pero los pocos con los que me he rozado tampoco me parecen tan raros. De hecho, juraría que se hallan igual de perplejos que nosotros.

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