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Sábado, 25 de Noviembre de 2017

Carlos Roque Sánchez

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¿ES LO MISMO OÍR QUE ESCUCHAR? (1)

 

 

 


Con esta interesante cuestión me inquiere por correo, electrónico cuál si no, un lector de este diario, roteño para más seña: Oír y escuchar, ¿son lo mismo? Pues bien, aunque tengo para mí que no es así, que no son lo mismo, para asegurarme recurro a una buena fuente autorizada y tiro de mi ejemplar del diccionario de la RAE, vigésima primera edición.


¿Qué nos dice el diccionario de la RAE? Que va a ser que no. Según se puede leer en sus páginas, “oír” hace referencia sólo a la acción de percibir los sonidos con el oído, mientras que “escuchar” es algo más. Bueno bastante más que algo, ya que se trata nada menos que de la disposición a prestar atención.


Así que mientras uno atiende a la faceta más objetiva del fenómeno y externa a nosotros, el otro lo hace a la subjetiva y más propia de nuestra mismidad. Es decir que no son sinónimos. Se parecen, sí, pero no son iguales. Y es que se puede estar oyendo sin escuchar, como el que oye llover, y es así. Recuerdo que en cierta ocasión alguien me dijo que se escucha queriendo y se oye sin querer. Alguien por cierto muy conciso para sus cosas.
Pero lo más sorprendente de esta aparente contradicción, no es que oír y escuchar no sean lo mismo, sino que si se piensa un poco, también ocurre con otros términos. Y así por ejemplo se puede mirar y sin embargo no ver o ponerse a buscar sin encontrar. Claro que en todos estos casos, al no haber prioridad entre lo objetivo y lo subjetivo del asunto, también puede ocurrir lo contrario.


Y estar escuchando tras una pared y no oír nada, llegar a ver algo sin mirarlo siquiera o encontrar sin buscar siquiera, un acto al que por cierto llaman serendipia. Como pueden ver son direcciones de dobles sentidos interpretativos, que pueden sembrar algo de duda lingüística.


De lo que no hay duda alguna es de lo importante que resulta para el ser humano, el hecho de ser escuchado. No en vano el acto lo interpretamos como una señal de que nos toman en serio, de que desean conocer nuestras ideas y sentimientos, de que importa en definitiva lo que tenemos que decir.


Poca gente puede negar el alivio casi instantáneo que sentimos cuando contamos a alguien una pena, o la satisfacción que nos produce compartir nuestras alegrías y logros. Sin contar el innato deseo que tiene el ser humano de ser comprendido. En definitiva, de que nos escuchen. Algo que es más difícil de lo que la mayoría de la gente puede suponer. De ahí lo infrecuente que resulta y, por ende, una desgracia, dado lo importante que es para el ser humano ser escuchado.


Oídos sordos. Ya conocen la expresión ‘hacer oídos sordos’, indicativa de desentenderse de un asunto fingiendo no estar enterado de él. Algo que se puede hacer de muchas formas como por ejemplo, cuando después de revelarle a alguien un sentimiento que nos angustia, éste nos lanza un comentario gracioso o inoportuno.
Creo que pocas cosas pueden crisparnos más, aunque la intención de la “broma” sea la de quitar tensión al momento y relajar el ambiente. Algo que en mi opinión está doblemente bien. Bien, porque relativiza nuestro dolor, y bien porque nos indica que la persona que nos escucha no puede soportar la alta emotividad de nuestra confesión. Una señal de empatía.


Sin embargo, y sin que importe el deseo que la causa, el efecto indeseado es que cortamos la comunicación establecida, como consecuencia de invadirnos un profundo malestar por lo escuchado. Un malestar que torpemente solemos disimular, haciendo como que no hemos oído ese chiste desafortunado y empezando a charlar sobre cosas banales. Resultado. Además de la inicial angustia, ahora tenemos un punzante sentimiento de soledad. Lo que es el colmo. (Continuará)


CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

 

 

 

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