Carlos Roque Sánchez
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JERGA FUTBOLERA
Del “tiempo reglamentario”. Como cualquier aficionado o profesional del fútbol sabe, el reglamento de este deporte señala que la duración de un partido es de noventa minutos, distribuidos en dos periodos de cuarenta y cinco. Es lo que se conoce como el tiempo reglamentado, que además es el reglamentario. También es sabido que, por diferentes causas, justificadas unas y otras no, una parte de ese tiempo no se emplea en jugar, motivo por el que el mismo reglamento faculta al árbitro para que lo descuente del tiempo fijado para el juego, y prolongue la duración del partido. Es un periodo de tiempo que supera al reglamentado, pero no al reglamentario. Una prolongación del tiempo por tanto, que también forma parte del tiempo reglamentario.
Lo que dicho de forma rápida, puede que parezca que es igual pero en realidad, si lo piensa, no es lo mismo. Y por lo que se oye y lee, se trata de una diferencia a la que no parecen prestar mucha importancia, algunos amantes de las bobadas semánticas futboleras. Esos para los que: “nadie ve nada, sino que todos visualizan”; “los jugadores se posicionan, en vez de colocarse en el campo”; “los árbitros no pitan, dictaminan”; “los pases y lanzamientos de balón son golpeos” y, por supuesto “los postes tienen cepas”. Mención aparte merece el ex jugador del Real Madrid, Michel, que metido a comentarista hace hincapié en “la lectura del juego”, “la dinámica del partido” y en lo compenetrados que están dos jugadores que “se leen mutuamente”. Todo un deconstructivista del lenguaje, este buen señor.
Al de “de descuento”. Como ya se habrán percatado, de la diferencia entre reglamentario y reglamentado surgen dos medidas del tiempo. Una, la del tiempo de juego previsto y definido por los cuarenta y cinco minutos reglamentados y, otra, la del tiempo de juego transcurrido en total y que contempla al previsto más el añadido por el árbitro. La diferencia entre el tiempo transcurrido y el previsto, es decir el añadido, procede y debe coincidir con el tiempo de descuento. Aquellos minutos que el árbitro considere que no han sido empleados en jugar y que compensará añadiéndolos a los cuarenta y cinco fijados.
Por eso, todo lo que suceda a partir de ese minuto cuarenta y cinco no lo hace en el tiempo de descuento, sino en el tiempo añadido. Una distinción que debería ser tenida en cuenta, aunque sólo sea por amor al castellano y rechazo al lenguaje del disparate deportivo. Un páramo lingüístico plagado de expresiones “micheleras”, para el que un patadón defensivo es un “despeje demagógico” y “tener buenas sensaciones” es más importante que ir ganando. Ejemplos ellos de cursilerías clamorosas. Claro que otros tampoco se quedan atrás, y a las pruebas me remito: “los delanteros no meten goles, sino que certifican”; “nadie hace, todos desarrollan y registran”; “se juega en la medular, donde el centrocampista que no tiene visión del juego ‘no proyecta’ y los defensas ‘arrebañan’, cuando no hacen un ‘despejamiento”. En fin que “el furbo es furbo”.
Para llegar al “resultado inalterable”. También es frecuente oír en los medios “...continúa inalterable el resultado inicial de cero a cero...” y lo cierto es que al hacerlo, parece que entendemos lo que quiere decir. Sí. Pero si en vez de oírlo, lo escuchamos, entonces la cosa no parece ya tan entendible. Verán porqué. Para empezar, si es inalterable, condición de todo aquello que no es susceptible de ser alterado, entonces qué hacen todos allí. Alguien debería decirles que se fueran a sus casas, que esperan algo que no puede suceder, por propia definición y que están haciendo el ridículo.
Y acabando porque si se trata del “resultado inicial”, es decir, que al comienzo (lo llama inicio) del partido ya se ha producido el resultado, entonces, ¿para qué los jugadores corren y cobran, el público chilla y paga y los árbitros sudan y se juegan el pellejo? Pues para nada. Estarán conmigo que es una abdicación del sentido común, una agresión a la ortodoxia semántica y sintáctica, no muy diferente a la de “disparar al palo corto” o “al palo largo”.
Unas expresiones que para algunos juglares futboleros, representan el poste más cercano o alejado visto desde su posición. Es evidente que para estos iluminados geómetras las porterías no delimitan un rectángulo sino un trapecio. Una ignorancia graciosa como las gracias ignorantes de Michel: “no ha sido gol porque se ha ido fuera”; “una máxima del fútbol es que para atacar hay que tener el balón”; “como sigan a este ritmo de partido no van a durar ¡ni tres horas!”; “no cabe duda de que si quiere meter un gol, el balón tiene que ir entre los tres palos”; “es un partido de ataque voraz que se ha instalado en el cerocerismo”; “el Chelsea está atacando de manera reivindicativa”; “si meten un gol más que el rival, ganan”. Un iluminado del idioma, oiga, el tal Michel. El furbo es asín.
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FUENTE: Enroque de ciencia












Mariam | Lunes, 06 de Noviembre de 2017 a las 15:45:58 horas
Esta Usted últimamente fatal como el Sr Franco con el fútbol,podría Usted escribir algún día un artículo de lo que pasa en situada,en este pueblo vamos en cristiano,las juergas de políticos y demás,derroche de dinero, subida de impuestos etc etc,como Usted quiera aunque sea científicamente
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