Carlos Roque Sánchez
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KRONOS, EROS, THÁNATOS
Tiempo, amor, muerte. Tres temáticas que como pocos ignoran resultan ser recurrentes, atractivas e inevitables en poesía. Bueno hay quien añade otra, las moscas, pero ése es otro asunto así que vayamos a los que nos traen hoy.
¿Qué es el tiempo? Para esta, en apariencia, simple pregunta San Agustín ofrecía, ya en el siglo V, una más que decepcionante respuesta: “¿Qué es entonces el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a alguien que me lo pregunta, entonces no lo sé”. Les advertí, el pensamiento del santo sobre esta misteriosa e inquietante idea del tiempo, no nos sirve de gran ayuda. Como tampoco nos alumbra sobre su subjetividad, ésa que le hace transcurrir, ora con vertiginosa rapidez, ora con desesperante lentitud. Cómo no recordar por cuasi eternas, las interminables horas de estudio en el colegio después de la jornada escolar. Y por contra, lo cortas que se nos hacían las tardes, mientras jugábamos. Es que pasaban en un plis-plás.
Se trata de lo que llaman tiempo psicológico, que nos parece que esté lleno de sensaciones, como el de una fiesta divertida o el de las vacaciones veraniegas, o vacío de ellas, como la noche del cinco de enero o las horas que preceden a algo que nos importa. Es del que habla el bardo Shakespeare: “El tiempo transcurre con diversos ritmos en diversas personas. Yo te diré con quién anda el tiempo, con quién trota, con quién galopa y con quién permanece inmóvil”. Relativo Kronos.
¿Qué me quieres amor? Un inquietante inquirir que implica variadas respuestas porque, ¿qué amor es el que le quiere? ¿Cuál? Me viene a la memoria, lo releí no hace mucho, el nostálgico amor lejano de J. Rudel. La historia nos dice que fue un gentilhombre del siglo XII, que se enamoró perdidamente de la princesa de Trípoli, sin haberla visto. La quiso podríamos decir como de oído, en la distancia. Sólo por las cosas que oyó de ella: su discreción, su laboriosidad, su belleza, etcétera. Tanto amor despertó en su imaginación la lejanía, que le compuso infinidad de versos hasta que, no pudiendo soportar más el alejamiento, embarcó para conocerla. Y cuentan que, en plena travesía hacia Trípoli, enfermó y que fue entonces la princesa la que, conocedora de su historia, se acercó hasta su lecho de muerte, lo acompañó e hizo enterrar con gran boato y ceremonia.
Una atractiva forma de querer sin duda que, quieras que no, se evitó una de las principales dificultades que, a qué dudarlo y a la larga, presenta el amor, sí, la convivencia diaria. La misma que nos evidencia que a veces, el amor, tan pronto como viene se va. Que suele llegar apabullando, sí, pero que, también, se va aullando. Bien nos los dice nuestro Quevedo: “Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente, / es un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado”. Vamos que empieza por imbuirnos y termina por engullirnos. Y en el ínterin pasa de los excesos a los defectos, tal vez porque sobrevaloremos el objeto en el cual depositamos la libido. Quizás por eso no debamos confiar jamás en el amor. Como dice el poeta pesimista: “Enamórate de alguien que te ame. No te enamores del amor, enamórate de alguien que esté enamorado de ti”. Realista Eros.
Abril es el mes más cruel. Aunque su pálpito es de primavera desbocada y su sangre alegre y bulliciosa, sin embargo, abril es un mes para el poeta Elliot, para quien el cuarto mes no está exento de muerte. Un insólito y primaveral cruce de energía renovada y crueldad, pues. Su verso, quizá de los más citados de la poesía contemporánea, nos muestra la paradoja: “Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera”. Turbadora e incomprensible mezcla de muerte y vida, de vida y muerte. Es probable que sea sólo casualidad el hecho de que, el mismo año en que Elliot publicara su famoso poema, Rilke escribiera su inolvidable verso: “Todo ángel es terrible”.
Al poeta alemán -que estuvo en Ronda unos meses y de la que quedó enamorado: “He buscado por todo el mundo mi ciudad soñada, y la he encontrado en Ronda”- le preocupaban el amor y la muerte. Bien visto es difícil imaginar una muerte más poética, al menos más arquetípicamente poética, que la suya. La leyenda dice que murió al pincharse con una de las espinas de la rosa que cortó, para ofrecérsela a una dama muy querida. Pero eso es lo que dice la leyenda, en realidad murió de leucemia.
Aunque bien es cierto que la herida producida por la espina se infectó, y su sangre fue incapaz de cerrarla lo que precipitó su muerte. En su epitafio, sus propias palabras: “Rosa, ¡oh contradicción pura! Alegría de ser sueño de nadie bajo tantos párpados”. Como pueden ver, si el amor y el sufrimiento son poéticos, la vida y la muerte de Rilke fueron, profundamente, poéticas. Cruel Thánatos.
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FUENTE: Enroque de ciencia












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