Carlos Roque Sánchez
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¿EXISTEN LOS DRAGONES?
Me gusta asistir con cierta regularidad a todo tipo de actividades que guarden relación con la divulgación de la ciencia y la cultura científica-tecnológica. Con una regularidad de la que les confieso es todo lo frecuente que puedo, pero de la que les reconozco que es algo menor a la que deseo.
Lo hago unas veces como mero asistente y otras tantas como ponente invitado pero siempre, siempre, vuelvo a casa con la misma sensación.
La de la importancia que tienen estos eventos, como un intento más para reducir en sus diferentes aspectos, la cada vez mayor separación entre el gran público (escolando y no escolando) y la ciencia y la tecnología. Una ingente tarea que requiere de la implicación de distintas instituciones, organismos e institutos, sean locales, autonómicos, nacionales o internacionales.
Y bajo todos ellos subyace la dicotomía ciencias-artes, que ya en 1959 planteara C. P. Snow, en su famosa conferencia de 1959 titulada ‘Las dos culturas’. Todo un dragón, se lo aseguro, esta dicotomía artístico-científica, al que se pretende dar caza en estas reuniones.
Desde mi particular experiencia, tres características emocionales se mantienen constantes en estos encuentros científicos-divulgativos.
La primera es de índole estrictamente personal, y tiene que ver con la amistad. Observo lo agradable que nos resulta a todos, volver a saludar a viejos compañeros, conocidos y amigos. Personas a las que sólo vemos de año en año o de congreso en congreso, pero esto no importa. La alegría del reencuentro compensa, y con creces, el distanciamiento temporal. Sólo por este motivo, asistiría a estas reuniones guadiánicas.
En la segunda emoción intervienen lo personal y lo profesional. Lo hacen de forma solapada de manera que provocan en mí un sentimiento de admiración hacia mis colegas. Y es que no deja de sorprenderme el ingenio, conocimiento, habilidad, ilusión y capacidad de trabajo que siguen desplegando año tras año, estos profesionales de la educación primaria, secundaria y universitaria, así como los divulgadores científicos.
Y que desarrollan con generosidad a la hora de elaborar ingeniosos y sencillos experimentos de ciencias. De escribir y producir agradables y clarificadores artículos científicos para la prensa, radio o televisión. O de crear programas informáticos de exposición, simulación o autoaprendizaje de la ciencia y la tecnología. Todo esfuerzo y sacrificio personal les parece poco para aproximarlas. Admirable.
Bueno, a fuer de ser sincero lo que provocan en mí es un sentimiento de envidia, de envidia profesional, pero de envidia. Eso sí, mezclada de forma indisoluble con una gran dosis de cariño, cariño a la persona. Por eso digo que los admiro cuando los veo actuar.
Su altruista afán por difundir, divulgar y comunicar sus conocimientos sobre la ciencia es tal, que hacen cierta la más que cruda y desinteresada leyenda china de los dragones, y el no menos irónico e interesado corolario del creador de la teoría de las catástrofes, el matemático francés René Thom.
Sí el mismo que cité de pasada en la “daliliense opinión” de hace una semana, ¿recuerdan?: ‘Avida dollars’. Es muy breve, por lo que se la cuento: “Una vez, un hombre se gastó toda su fortuna en que le enseñaran a cazar dragones. Y cuando aprendió, descubrió que los dragones no existían”.
Hasta aquí la leyenda china, ahora el corolario que le puso el catastrofista: “Entonces se dedicó a enseñar cómo cazar dragones”. Ergo no, no existen los dragones. Sarcasmos docentes al margen, es así de catastrofista como algunos compañeros suelen calificar el futuro de la cultura científica. Y aunque el resto no llega a tanto, el conjunto sí que muestra una gran preocupación profesional.
Esta es la tercera constancia emocional de la que les hablaba y que a mi entender, en los últimos tiempos, sobrevuela sobre los intervinientes en este tipo de encuentro. Desde luego motivos para la preocupación no faltan.
Por un lado, el cada vez menor número de alumnos que se matriculan en las asignaturas científicas, algo que viene motivado por su carácter optativo (los alumnos dicen que las ciencias les persiguen, pero que ellos son más rápidos).
Por otro, lo que ya es un clásico en nuestro sistema educativo, la voluntad firme de las autoridades políticas de un signo y otro, de disminuir el número de horas dedicadas a las ciencias. Y claro, como consecuencia de esta actuación propia de elefante cacharrero, el descenso del nivel de conocimiento científico entre los alumnos, se hace preclaro conforme pasan de un curso a otro.
Una deficiencia en su formación que les aleja de los itinerarios docentes relacionados con las materias científicas, tanto a nivel preuniversitario como universitario. Lo que plantea una paradoja, pues existe una gran demanda social de profesionales cualificados en estas materias científico-técnicas.
O lo que es lo mismo. Los dragones existen en ciencia, por lo que hay que ir a su caza. A lo mejor no encontramos el que buscamos, pero sí otro que, igual vuela más alto y arroja más fuego.
CONTACTO : [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia












Antonio andres | Sábado, 05 de Agosto de 2017 a las 17:46:49 horas
Para el que lo entienda
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