Balsa Cirrito
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GUÍA PRÁCTICA PARA CATALOGAR GENTE
Nunca he tenido una especial simpatía por Alfonso Guerra, aún reconociendo sus variados talentos. De hecho, su papel de poli malo ha sido imitado por todas las formaciones políticas españolas, sin que nadie haya logrado, siquiera, hacerle sombra. Una de las mayores habilidades de Guerra era la de sintetizar ideas, opiniones o realidades con una frase feliz. Como la de que “cuando alguien dice que no es ni de izquierdas ni de derechas, es porque es de derechas”. Pero, en realidad, existen otros indicios acerca de las opiniones ideológicas de cualquiera que nos topemos, la mayoría, comprobables antes de que nadie abra la boca. Llamemos a esto sociología de baratillo, y perdón por tener un alma tan simple.
Así, como norma general y modo no grosso, sino grosero, podemos enunciar la siguiente ley: “la gente de izquierda trata de aparentar menos y la gente de derechas trata de aparentar más de lo que son”. Es decir, si eres de la banda diestra, es muy probable que vistas ropa de marca, ya real, ya fingida. El caballo de Ralph Lauren con más cariño que a la bandera de España, aunque estés tieso y no sea Ralph Lauren de Cortefiel, sino vil imitación. Si eres de la otra banda, puedes estar forrado, pero nunca llevarás un polo con un sello en el pecho, sino que tu ropa deberá parecer de mercadillo grunge, por cara que sea. En las mujeres es más fácil todavía. Las chicas de derechas son todas rubias. Miren una foto del comité ejecutivo nacional del PP y busquen una mujer morena; creerán que se encuentran en dónde está Wally, pero más difícil todavía. En cambio, las chicas de izquierda, pese a encontrarse en el mismo país y pertenecer a la misma raza que las anteriores, son mayoritariamente de pelo oscuro; como mucho, seguramente debido a algún gen marciano, las hay que llevan reflejos cobrizos o azulados (reflejos que son tan naturales como la rubiedad de las otras). Además, dan siempre la impresión que se han peinado de cualquier manera (lo cual es bien falso, ya que suelen emplear tanto tiempo acicalándose como las chicas conservatrices).
Enuncio otra ley: “los tipos de derechas bailan pensando que lo hacen mal y los de izquierda bailan pensando que lo hacen bien”. A simple vista esta ley parece todavía más inconsistente que la anterior, y salvo en las discotecas, maldita sea la utilidad que tiene. Pero, todo hay que decirlo, la utilidad no es una característica fundamental en las leyes, y si no que se lo pregunten a los parlamentarios andorranos. Imaginemos (y que conste que lo hacemos con gusto) a una atractiva moza de derechas bailando en cualquier local nocturno. Seguro que lo hace como con desgana. Sin entregarse. Con poco ángel. Con lasitud. Con expresión de moderada indiferencia. Como si dijera: “esto no es lo mío, pero me muevo para no dar un disgusto a los de mi pandi”. Y los que la observan piensan: “¡Qué guapa y que sosa es esta chica!”. Una atractiva moza de izquierdas que se encontrara bailando en el mismo lugar sería todo lo contrario. Parecería que se meciera sincopadamente al ritmo de hip hop, aunque estuviera sonando un vals vienés. También pensaríamos al verla que se está divirtiendo más que las de la otra acera ideológica, lo cual no siempre es cierto, ya que para una chica progresista parecer aburrida mientras baila resulta muy humillante. Y la expresión de la muchacha nos diría: “¡cómo bailo!, tengo a mi peña alucinada”. (Por supuesto, los chicos guapos bailando, sean de la ideología que sean, resultan insoportables).
Me atrevo a enunciar una tercera ley: “la gente de derechas nunca reconoce sus errores y la de izquierda habla siempre como si se hubiera equivocado”. Por supuesto esta tercera ley no se comprueba si no se escucha al sujeto o sujeta objeto de nuestro estudio, pero por hablar un poco no nos va a pasar nada, que no es cuestión de pasarse la vida bailando. Esta ley se hace especialmente patente cuando alguien se expresa en público, para lo cual, no es necesario ser político. Basta una asamblea en el trabajo o una reunión de la comunidad de vecinos. La gente de derechas no sólo nunca se baja del burro, sino que aunque se demuestre fehacientemente que el burro no es burro, sino caballo, se aferran a su idea primitiva como si les fuera en ello el sueldo y la vida. A esto se le suele llamar firmeza. Los de izquierdas se reconocen porque nunca parecen estar muy convencidos de lo que dicen, siempre andan poniendo excepciones y salvedades, y, aunque se estén mojando bajo la lluvia, nunca dicen que llueve, sino que “podría estar lloviendo”. A esto le llaman talante.
Por supuesto, existen más leyes, pero no las digo para no revelar todos los secretos. Y, desde luego, tampoco pondría yo la mano en el fuego por la fiabilidad de las dichas.












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