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Sábado, 01 de Abril de 2017

Carlos Roque Sánchez

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DOBLE Y CIEGA MENTIRA

 

 

 

 

A mediados del pasado mes de febrero les escribí “Dos luces para ver”, donde les decía que son dos las luces que nos permiten ver. Una física, externa, brillante. La otra mental, interna, comprensiva.

No era más que otro punto de vista sobre la verdad, y en el que la ciencia tenía algo que aportar. Y aunque en aquel momento no les dije nada, lo cierto es que mientras lo escribía, pensé que el fenómeno de la visión también puede estar asociado a la mentira.


¿Por qué y para qué se miente? ¿Qué es un mentiroso?


Respecto a esta última me puedo imaginar a Forest Gump, en su ingenua y genuina sencillez (“Tonto es el que dice tonterías”), describiéndonos con su forma pausada y concisa qué es un mentiroso.
Pero de lo que no tengo la menor idea es sobre lo que nos diría del motivo por el que se miente, aunque muchas veces bien a la vista que está. Tampoco creo saber lo que el bueno de Forrest sentenciaría acerca de la intención con la que se miente, por muy clara que a veces ésta nos parezca.
De todos es sabido que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Si bien es verdad que no siempre uno y otra, motivo e intención, resultan tan evidentes.


Es precisamente el caso de una historia que leí hace ya bastante tiempo y que, perdonen, escribo de memoria. Una memoria de la que nunca me he fiado mucho, dicho sea de paso. Pero bueno, así y todo se la cuento.
La historia transcurre en una habitación de hospital, donde dos hombres muy enfermos luchan con la muerte. Cada tarde, a uno de ellos, le sentaban en la cama para así drenar el líquido de sus pulmones. Era la cama que daba a la única ventana de la habitación. Por el contrario el otro hombre, no sólo debía permanecer inmovilizado, sino que tenía que hacerlo tumbado boca arriba por lo que no tenía visión alguna de la ventana.
Para ellos todos los días eran más o menos iguales. A lo largo de la mañana los dos charlaban tumbados y de todo: familias, trabajos, amigos, en fin, de todo lo que se pueda imaginar. Pero eso era por la mañana, por la tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, era sólo él el que hablaba. Le contaba a su compañero todo lo que podía ver a través de ella.
No se lo he dicho, pero la ventana daba a un parque con un precioso estanque y lo que le es propio. Patos y cisnes en el agua, flores de todos los colores, niños jugando, grandes árboles recortando el paisaje, jóvenes enamorados paseando de la mano.
Y todo se lo describía el hombre de la ventana con minuciosos detalles, con exquisita delicadeza, a su compañero que lo observaba y escuchaba en silencio, con atención, como si le fuera la vida en ello.
Grababa en su memoria la peculiar forma en la que giraba el rostro hacia la ventana, cada gesto que hacía, cada arruga de su frente, cada articulación de su boca de donde brotaban esas palabras que se habían convertido en sus ojos. Los ojos de la mente que le permitían ver con la imaginación, lo mismo que su compañero veía en la realidad.


Y resultó que con el paso del tiempo, esas horas vespertinas terminaron siendo las más deseadas, las más esperadas del día por los dos. A ambos, con su llegada, el mundo se le ensanchaba y la vida se le avivaba. Cobraban vida sus mundos.


Así fueron pasando días, semanas, hasta que una mañana, el cuerpo del hombre de la ventana amaneció sin vida. Todo acaba por lo que, pasado el tiempo que consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado de cama. Una petición que fue atendida por el personal, no sin ciertas extrañezas.


Mientras las desconcertadas enfermeras hacían el cambio, él se obstinó en permanecer con los ojos cerrados. Únicamente cuando tuvo la certeza de estar solo en la habitación, se irguió sobre el codo lentamente, con dificultad, y con los ojos aún cerrados giró su rostro hacia la ventana.
El corazón le latía con fuerza, como si fuera a salírsele del pecho. Era su primera mirada al mundo exterior. Por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Entonces abrió los ojos y por la ventana vio... una pared blanca. Una blanca, sólida y fría pared.


¿Qué motivos llevaron a mentir al hombre de la ventana? ¿Con qué intención lo hizo? Al preguntar a las enfermeras por qué su compañero le habría contado esas cosas tan maravillosas como irreales, estas manifestaron no saberlo. También mostraron sorpresa, ya que no podría haber visto ni siquiera la pared. El hombre era ciego. Y hasta aquí la historia de la ciega y doble mentira.

Que si se piensa no es más que una nueva perspectiva del eterno dilema entre la verdad y la mentira ¿Qué elegir? La ciega mentira que imagina más allá de la pared blanca. O la clarividente verdad que tan solo ve la blanca realidad.


La mentira inventada, irreal, cálida y alegre. O la verdad existente, real, fría y triste ¿Por cuál se inclina?
En estos casos de incertidumbre y desazón, personalmente me suelo quedar con el poeta, que nos dice que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y si la duda continua y se muestra tozuda, entonces me refugio en el santo que nos recuerda que “la verdad nos hará libre”.


CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

 

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