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Sábado, 04 de Marzo de 2017

Carlos Roque Sánchez

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¡SALVAJE ES QUIEN LLAMA SALVAJE A OTRO!

 

 

 


Les supongo al tanto. Existe una corriente de pensamiento que concibe el relativismo cultural como un principio afirmador según el cual, todos los sistemas culturales son intrínsecamente iguales en valor.
Tan iguales dice que son, que sus rasgos característicos deben ser entendidos y evaluados, sólo, en el contexto en el que aparecen ¿Cómo lo ven? Lo cierto es que leído del tirón, y en apariencia, tiene la pinta de ser una idea reveladora de una cierta modernidad.
De ser una especie elaborada de sabiduría antropológica, en principio, totalmente asumible y defendible por cualquier persona que se precie de tener raciocinio y moral.


En cierto modo, de manera ingeniosa, ya lo expresó Lévi-Strauss en su exitosa frase: “Salvaje es quien llama salvaje a otro”, y para él no parece haber la menor duda. Todos los sistemas culturales deben ser respetados por los demás y tener el mismo nivel de aceptación.


Y hasta aquí, sigo del tirón, poco que objetar. Resulta evidente que todas las pautas culturales deben ser dignas de respeto, pues todas son, intrínsecamente, iguales en valor. Sin embargo, voy ahora de frenada, ¿qué sentido le damos a esa igualdad en valor? ¿De qué valor hablamos?


¿Se trata del religioso, del económico, del moral, del estético, del ético? Para lo que les quiero contar -ver la trágica trampa en la que se convierte el relativismo cultural- me voy a quedar con este último, con el valor ético.
Y según lo apuntado, en la actualidad es evidente que debe ser admisible y sostenible cualquier comportamiento cultural, aunque se le esté observando desde el terreno de la ética. Ya pero, ¿tiene esta evidencia rango de prueba? ¿Cómo saberlo?


Para casos como este no hay mejor método para salir de dudas, que el principio de falsacionismo de Karl Popper, del pasado siglo. Y si lo aplicamos, créanme, éste nos dice categóricamente que no. Se lo ejemplifico con uno de esos comportamientos.


Seguro estoy que les suena ese informe de hace ya un tiempo, publicado por Amnistía Internacional y en el que se detalla la existencia de muchas culturas para las que la mutilación genital femenina no es más que una pauta cultural normal.


Normal quiero pensar, por lo que de corriente y frecuente resulta en ellas. Porque los “razonados” argumentos que emplean para su validación, de normales no tienen nada. Nada de nada. Amén de que no pueden ser más falaces y variados aunque, eso sí, comunes a casi todas las culturas que la practican.


Juzguen ustedes mismos. Van desde la supuesta infertilidad de las mujeres que no sean mutiladas. Hasta unas sospechosas muertes, si tocan el clítoris, del recién nacido con su cabeza o del varón con su pene. Pasando por el suspecto crecimiento de los genitales femeninos, con la consiguiente incomodidad al colgar entre las piernas. Y así ad nauseam.


En fin. No insulto sus inteligencias con más ejemplos, pero no dejen de tener presente que para los individuos de esas culturas, dicha práctica es una parte irrenunciable de su identidad cultural. Y cualquier intento de combatirlas, por parte de organizaciones occidentales, es considerada como una muestra de injerencia internacional y otro ejemplo de, un más que, rechazable etnocentrismo.


Pero ¿cómo pueden considerarse las líneas anteriores, argumentos éticos justificadores de las ablaciones, escisiones e infibulaciones que sufren las mujeres de estas culturas?


¿Quién puede defender y desde dónde se puede fundamentar una pauta cultural que choca tan frontalmente con derechos que afectan a la conservación de la integridad física de una persona y a su propia subsistencia?
No debemos olvidar que los efectos de estas mutilaciones van más allá del momento de su ejecución. Es frecuente que estas mujeres mutiladas sufran infecciones crónicas, hemorragias intermitentes, abscesos, trastornos renales.


Lo dejo aquí, pero no es este el único comportamiento cultural indigno y, por tanto, condenable. Por desgracia los medios de comunicación nos dan cumplida información de ellos: esclavitud, infanticidio, sacrificios rituales, deformaciones corporales dañinas, etcétera. La lista es larga.


Y para ninguno de ellos existe defensa posible. La ética, como disciplina racional filosófica, y sus principios universales de derechos y obligaciones elementales, nos deben obligar a tomar una posición intolerante frente a ellos.


El respeto por esas personas -por esos dos millones de mujeres que probablemente son mutiladas cada año- deben impedirnos tener en consideración dichas pautas culturales. Deben obligarnos a rechazar ese -antes lo llamé trágico, ahora lo considero terrible y lo que es aún peor, demagógico- relativismo cultural.
¿Salvaje es quien llama salvaje a otro?

 

CONTACTO : [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

 

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