Carlos Roque Sánchez
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¿QUÉ PUDO SER LA ESTRELLA DE BELÉN? (Y II)
(Continuación). Llegados a este punto, sólo me queda una última hipótesis científica para la naturaleza de la Estrella. Un fenómeno astronómico más: la triple conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis.
Tuvo lugar a mediados de mayo, finales de setiembre y comienzos de octubre y diciembre del año 7 a.C., y vino seguida del agrupamiento cercano (amasamiento) que en el año 6 a.C., tuvieron Marte, Júpiter y Saturno, de nuevo en la constelación de Piscis.
Se trata de otra magnífica hipótesis, que por cierto ya propuso Johannes Kepler hacia 1604, pero que sin embargo tiene un inconveniente. Al igual que las novas, una conjunción no se mueve como al parecer dicen que hizo la Estrella. Un mal asunto pues.
Y hasta aquí puedo llegar.
Por desgracia no quedan más hipótesis científicas explicativas que manejar al respecto. Es lo que hay, que junto a lo que podemos deducir todo lo que tenemos, bueno y malo. De lo anteriormente expuesto es evidente que en los cielos no faltan fenómenos llamativos de los que echar mano. Eso es bueno y está bien.
Lo que no lo está tanto es el hecho de que, ninguno de ellos por sí solo, sea una prueba definitiva de la naturaleza física y real de la Estrella. Eso es malo y no queda aquí la cosa. Item plus. Es muy, muy, improbable que esa prueba exista. Ya sabe lo que se dice: “No hay misterios, sólo falta de información...”. Esto es lo peor.
De todos modos y con cierta carga de escepticismo, se podría aceptar una nueva corriente interpretativa sobre lo que pudo ser en realidad. Una especie de nuevo modelo eso sí, interpretativo del fenómeno. Dios aprieta, pero...
Su originalidad radica en que no está basada en una sola hipótesis, sino en la suma consensuada de varios sucedidos a lo largo de un periodo de dos años. Verán.
El primero sería la triple conjunción planetaria del año 7 a.C., que sin duda habría llamado poderosamente la atención de los magos. Después, en el año 6 a.C., el amasamiento tendría su importancia pues se podría interpretar como un supuesto indicativo de que algo iba a suceder en Judea. Y que, por último, se confirmó con la nova del año 5 a.C., una señal de que Jesús había nacido.
No está mal. Nada mal. Mas suele suceder en esta vida y en muchos órdenes de los asuntos humanos, que las soluciones de consenso dan resultado sí, pero sólo a corto plazo. Así que ya veremos en qué queda.
Pero si aplicamos la Navaja de Occam al asunto -ya saben, una de esas herramientas intelectuales tan potentes y eficaces de las que dispone la ciencia, a la hora de poder emitir una hipótesis sobre un fenómeno físico-, si la aplicamos les decía, la explicación de la supuesta Estrella es más simple.
Mucho, mucho, más simple. Tan simple como que sencillamente no existió. El proverbio que les inicié más arriba continua así: “...Tampoco hay milagros, sólo hechos científicos ignorados”. Es lo que tiene la ciencia.
No obstante tengo para mí que, quizás, no sea en el cielo donde debamos buscarla. No.
A pesar de todo lo expuesto con anterioridad, y contrariamente a lo que nos dice nuestro cerebro a través de la inteligencia y la racionalidad, el corazón del hombre parece tener otro lenguaje, sentir otra cosa bien distinta.
Por eso sigue celebrando cada año la Natividad y deseando lo mejor para todos. Así al menos me enseñaron mis mayores a sentirlo de pequeño, y así lo sigo sintiendo y enseñando hoy que soy mayor.
Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.
CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia












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