Balsa Cirrito
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I WANNA WISH YOU A MERRY CHRISTMAS
Pese a lo que muchos puedan pensar, no soy un gran forofo del Carnaval (y desde que desapareciera mi amigo Guti, menos). La Feria me aburre, y no sé bailar sevillanas. Las Fiestas del Rosario la mitad de los años ni me entero que se celebran (por no hablar de la Fiesta de la Urta, de la cual no me entero ningún año). El Rocío o la Romería de San Isidro me motivan tanto como el folklore armenio. La Semana Santa me resulta increíblemente molesta. Hasta aquí el catálogo del tipo más aburrido del mundo. Sin embargo, adoro la Navidad.
Y es curioso porque las navideñas son unas fechas que a unos entristecen y a otros irritan por su lujuria consumista. Sin embargo, yo las veo encantadoras. Pese a lo que vayamos diciendo a veces por ahí, a todos nos gusta pulirnos el dinero. Y en Navidades podemos hacerlo sin mala conciencia. Uno pide un crédito para hartarse de vino y de chocos fritos en la Feria y queda como un capullo; en cambio, si se entrampa comprando un portátil de regalo de Reyes parece que ha realizado una buena acción. Y posiblemente la hayamos realizado. Por muy cínicos y escépticos que seamos – y cada vez lo somos más – a todos se nos ilumina la expresión cuando vemos a un grupo de niños vestidos de pastores en dirección del belén de Bartolomé Pérez, o esperando entregar la carta de los Reyes Magos en la puerta de la Fundación. A los fanáticos de los dulces nos encanta la Navidad por el valor añadido de la repostería. Y porque podemos atiborrarnos de almendrados sin demasiados remordimientos (además, con la ropa invernal tampoco se notan demasiado las calorías). Las calles de una villa tan tristona en invierno como la nuestra se iluminan y se animan, y aunque las zambombas que todo el mundo organiza sean un fastidio (según mi particular encuesta, las zambombas aburren a casi todo vecino), da gloria salir a la calle y encontrarse a alguien más que a los policías municipales y a los dueños de los bares. En Navidades muchos tenemos vacaciones, pero no ocurre como en verano, cuando casi hemos instituido la obligación de realizar un viaje fantástico para poder fardar en septiembre. Salvo que vayamos a ver a la familia, podemos quedarnos en casa sin ofender a las agencias de viajes. Y encima, suele bajar la cifra de parados.
Con respecto a lo último, recuerdo un diálogo estupendo de una película cuyo título he olvidado. Ben Affleck va a cometer una estafa, y uno de los de su banda es una especie de economista aficionado. Pues va el tipo y le dice a Ben Affleck algo así como lo siguiente: “El cuarenta por ciento de las ventas de este país se realizan en Navidades. Estas fiestas son el principal impulso de nuestra economía. Está claro que somos unos imbéciles por no poner otra celebración parecida en otro momento del año. Seríamos casi el doble de ricos.” Como idea me parece estupenda. Que alguien la recoja. Más Navidades, más.












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