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Sábado, 30 de Julio de 2016

Gabriel Oliva Navas

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REDMOND DEREK O LA VERDADERA VICTORIA

 

 

 

Hacía bastante calor como para estar en la calle perdiendo el tiempo a conciencia, y no recuerdo bien si era demasiado temprano o demasiado tarde para ir a la playa a jugarnos el tipo saltando desde el Pico Barro con los amigos de siempre. Sí recuerdo el olor a tostada de pan de molde y el tetrabrik acartonado y alargado de leche La Merced –típica por esos años- sobre la mesa de la cocina. Debía ser por la mañana.


Era principios de agosto, cuando los agostos eran agostos y el verano, verano. Mis hermanos andaban por aquí y por allá, mi madre supongo que terminando de recoger la cocina y mi padre habría ido por la prensa, haciendo escala en el bar de costumbre. Recuerdo, por lo insólito del hecho, que estaba sólo en el tresillo, por fin, dueño del mando a distancia –recién incorporado a nuestras vidas- y tirado sobre la sábana que estratégicamente colocaba mi madre recubriendo el sofá, evitando que el escay y el calor hicieran de las suyas. Un ventilador de columna iba y venía removiendo el aire con cierto tufillo a desayuno. Tenía catorce años y era 1992. La Expo de Sevilla y sobre todo Las Olimpiadas de Barcelona fueron protagonista de ese verano.
    

Aprovechando mi efímero reinado televisivo, puse TVE2 o TVE1 –no lo recuerdo-, que así se llamaban por entonces. Por supuesto la retransmisión de los juegos olímpicos ocupaba toda la programación de las cadenas públicas. Y en esas, iban a comenzar las semifinales de 400 metros lisos. Con cierta desidia dejé el canal y con estupor contemplaba los cuerpos atléticos de los que estaban dispuestos a batirse el cobre a esas horas y con ese calor. Era el coliseo y sus gladiadores.
    

Me asombraban sobremanera los atletas afroamericanos y su vergonzante supremacía física respecto al caucasiano o asiático, parecían salidos de comics. Por esas fechas, el español medio era un poquito endeblito –quién lo diría ahora-. En fin, los diferentes atletas representando con orgullo sus respectivos países, se acercaban a la línea de salida -con un rosario de gestos supersticiosos e hilarantes- colocando sus zapatillas repletas de pequeños clavos sobre los tacos de salida. Tras el pistoletazo de salida, comenzaron a correr, como alma que lleva el diablo,  sin levantar mayor intriga en mí que el hecho de mi morboso deseo que esta vez no ganara un norteamericano, absolutos reyes en el atletismo y en todo  –tras el reciente declive de la URSS-.
    

Sin embargo, cerca de la curva que encararía la recta final ocurrió algo que  hizo incorporarme y dejar el colacao en el apoyabrazos del sofá. Unos de los corredores, negro y fuerte, se paró en seco echando su mano hacia la parte posterior de su pierna, en la porción superior de los isquiotibiales –bajo el glúteo-. Parecía que un francotirador desde una de las gradas le había disparado, dejándole abatido y arrodillado sobre la pista.     
    

El realizador de la cadena que televisaba la carrera  continuó con la competición hasta meta en lo que fue un final más bien apretado, obviando lo que a ese pobre corredor le estaba sucediendo. No mostré ni el más mínimo interés en conocer al ganador de esa serie. Mi incertidumbre y expectación estaban 200 metros atrás. Necesitaba saber imperiosamente qué le había sucedido a ese joven atleta –al que consideré irrompible- y qué hacía en ese instante. Lo que sucedió después, se grabaron en mis retinas -y en la historia del deporte- durante el resto de mi vida.
    

Redmond Derek, que así se llamaba el atleta, era inglés, campeón del Mundial de 4x400 relevos y, al parecer, la eterna promesa del atletismo británico. Sin embargo, las lesiones le habían crucificado durante toda su carrera. Desde un abandono por tendinitis en el talón de Aquiles en el campeonato del mundo en Tokio hasta lo ocurrido en Barcelona 92.
    

Pero volvamos a la carrera. Derek tras la lesión, se quedó varios segundos en genuflexión  sobre el ardiente tartán anaranjado, con una rodilla en el suelo y ambas manos sobre la rótula de su otra pierna donde acomodaba su sudorosa frente. Se intuían sus lágrimas –a pesar del limitado despliegue audiovisual- por el movimiento constante de un lado hacia otro de su cabeza, en un claro ademán mezcla de incredulidad y negación por lo sucedido. Sin embargo, Derek, alzó su mirada hacia el fondo de la pista y contempló cómo sus rivales se colocaban en la recta final para encarar el último sprint. Esto provocó en él un gesto heroico. Se levantó como un resorte, dejando sus vergüenzas y sus dolores sobre la pista, cojeando y a pequeños saltos comprendió que no había estado entrenando durante cuatro duros años para acabar de esa forma. Esa carrera tenía que terminarla. Este inhumano esfuerzo hizo levantar a las sesenta mil almas que allí se dieron cita, que no esperaban presenciar una de las jornadas más importante y representativa de los verdaderos valores del deporte y en definitiva de la lucha en la vida. El griterío de la muchedumbre levantó a Derek en volandas.
    

Algunos jueces y voluntarios trataron de detenerlo, para evitar una escena que suponían deshonrosa y de humillación innecesaria, que podría mancillar la vida deportiva de Redmond. Fue todo lo contrario.  Nadie podía pararlo, esta vez no, otra vez no. Su cara llena de lágrimas confundidas con sudor le otorgaba una expresión inequívoca de sufrimiento, de contrariedad, de maldición, de héroe. Al final, un héroe no es más que quien vence sus adversidades de la forma más honorable posible. Y en ese momento había honor y había victoria.
    

Aunque ahí no quedó todo. Aún quedaba espacio para elevar la anécdota a leyenda. De entre el fondo de la gradería aparece un hombre adulto, con pantalón corto y gorra típica americana, que resultaría ser su padre, promotor, entrenador y todo lo que hiciera falta. Sorteando a la seguridad del estadio –y nuevamente a varios jueces de pista- consiguió colocarse junto a él, acompañándolo en cuerpo y alma, asumiendo la mitad de la vergüenza. Le rodeó el hombro brillante, tenso y descubierto con su brazo amable, con la única intención de que se apoyara en él. Entonces, le dijo con palabras entrecortadas acuciadas por un resuello evidente:-Hijo, no tienes por qué hacer esto- Derek al que apenas le quedaban fuerzas y ganas para emitir cualquier sonido le contestó: Sí, padre, sí tengo que hacerlo. Tengo que terminar esta carrera-. Pues si es eso lo que quieres lo haremos juntos-. Sentenció el padre.
    

La ovación del público fue la mayor durante esas y otras olimpiadas. Nadie sentado, todos emocionados en un infinito aplauso. Yo a mis catorce años en la edad del pavo y con la chulería acuesta, también. Habíamos presenciado un acto heroico. Entendimos el éxito de otra forma. Entendimos que había muchas formas de ganar y de perder. Entendimos que Redmond Derek, aún quedando descalificado, había ganado. Entendimos el deporte, comprendimos sus valores.
    

Este joven atleta se había preparado durante la mayor parte de su vida para competir, para ganar, para el éxito. Pero a veces el éxito depende de factores externos incontrolables, que no podemos manejar. Por muchas horas invertidas en entrenos, por mucho control exhaustivo en tus hábitos diarios y alimenticios, a veces recibes un revés inesperado, injusto. Sólo si te has preparado para la competición en clave positiva, que te lleve a dar lo mejor de ti, a aprender de tus errores y buscar nuevos planes y estrategias para solucionar nuevos problemas, que te ayuden a crecer como persona, sólo así entenderás la derrota – y no el fracaso- como parte de la competición.
    

Porque, ¿Qué es el éxito? La verdadera victoria es conseguir la paz interior. Redmond Derek cuando cruzó la meta junto a su padre, así lo entendió.

 

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  • Ramiro

    Ramiro | Domingo, 31 de Julio de 2016 a las 22:43:33 horas

    Preciosa historia!

    Las grandes competiciones y especialmente las Olimpiadas siempre me han emocionado.

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  • Un amigo

    Un amigo | Sábado, 30 de Julio de 2016 a las 20:14:33 horas

    Realmente emocionas con cada artículo. Estoy totalmente de acuerdo contigo, incluso podrías buscar esa inspiración en el deporte amateur, en la búsqueda del verdadero triunfo deportivo y que no es otro que amar el deporte. Sigue así, busca la excelencia, para que otros entiendan de verdad, que el deporte es algo más que ganar a tu rival.

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  • Atleta

    Atleta | Sábado, 30 de Julio de 2016 a las 18:15:30 horas

    Ante las adversidades, tú marcas tu victoria. Buen artículo.

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  • iasbel

    iasbel | Sábado, 30 de Julio de 2016 a las 15:42:41 horas

    Es el mas bonito artículo y umano que yo e podido leer pues si todo tiene su sacrificio pero tanbien esta la bolutan y la valentía que cada persona ponga y tanbien esta en cada persona la capacidad y la meta que el se pongo como siempre un buen artículo

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  • deportista

    deportista | Sábado, 30 de Julio de 2016 a las 12:57:01 horas

    Inspirador...

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