Gabriel Oliva Navas
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LA DESHUMANIZACIÓN DE LA CLASE COLECTIVA
Cxworx, crossfit, bodypump, bodyjam, bodyvive, powerjump, aerobox, bosu, fitball, gap, trx, taebo, functional trainning, jukari, step, aerobics, zumba, aquaerobics, aquarunning, aquafitness, pilates, stretching, indoor cycling, indoor walking, taebo, yoga… y un largo etcétera. Hay más y habrá más. Son numerosas las actividades colectivas y dirigidas por instructores cualificados y especializados -eso se le esperan al menos con la nueva ley recién aprobada- que se ofertan hoy en día en cualquier instalación deportiva. Y sabemos que aparecerán más con nombres más exóticos si cabe, donde se hace un triple salto mortal en su concepto original al servicio del marketing más carente de escrúpulos. Y digo esto, porque la mercantilización de la actividad física está siendo patente, en cuanto a que se prioriza el rendimiento económico en decremento del servicio utilitario de dichas clases. No obstante, lejos de ser este artículo un alegato en contra de la necesidad de este tipo de actividad en la sociedad actual -entre otras cosas porque me dedico en parte a ello- quisiera reflexionar sobre un aspecto de índole más profunda centrado en la relación existente entre instructor (monitor o entrenador) y usuarios (alumnos o entrenados).
Las clases grupales -habitualmente amenizadas por un soporte musical- tienen un gran poder desestresante, con un claro componente lúdico y de integración en una comunidad con objetivos comunes. Incluso con la capacidad de potenciar el espíritu cooperativo frente al competitivo. En contraposición, no son las más recomendadas si objetivos como recuperar una lesión o mejorar tu rendimiento competitivo se encuentra entre tus necesidades.
Tras más de trece años de profesión, en la que he dirigido numerosas clases grupales y entrenamientos personales –como buenamente he podido-, he detectado una pequeña brecha que no podemos obviar y pasar por alto los instructores o monitores que nos dedicamos a impartir este tipo de clases, independientemente del formato y el copyright. Y no es otra cosa que el peligroso proceso al que he decidido llamar “deshumanización de la clase colectiva”. Todos los que de alguna manera u otra tienen o han tenido la suerte de dirigir o recibir clases colectivas rápidamente sabrán de lo que hablo y sentirán una identificación plena.
Este proceso tiene su raíz en la relación existente entre el monitor -permítanme llamarlo así en adelante aunque es extrapolable a cualquier docente que dirija una clase cuya misión es transmitir una información efectiva y concreta- y sus alumnos, usuarios, clientes o entrenado. Es decir, la conexión emocional que existe o creemos que existe y lo que realmente está sucediendo en el transcurso de la actividad; y cómo es la comunicación entre monitor y alumnos: si realmente existe una conexión verdadera y se distinguen vínculos significativos de simples conexiones (Elsa Punset, 2014). La conexión emocional y la posibilidad de establecer una relación más significativa es mucho más fácil, claro está, con un alumno que con unos 20 que habitualmente componen cualquier clase grupal. En un entrenamiento personalizado todo está previsto para que el entrenado mejore su rendimiento deportivo teniendo en cuenta aspectos emocionales ya detectados y consensuados entre ambos. De ahí la personalización del entrenamiento.
Sin embargo, en una clase grupal hay aspectos limitadores que imposibilitan la conexión plena. Podríamos destacar entre ellos y a modo general el gran número de participantes, interinidad del grupo, escasa o nula necesidad por parte del alumno de implicarse en algo más allá que pasar un buen rato y hacer algo de ejercicio, disposición espacial, escasa conexión visual directa y muchas más.
En definitiva, las claves relevantes en una relación significativa donde existe una conexión emocional tendrán sus pilares en la comunicación. El filósofo Martin Buber en su obra más conocida Yo y Tú (1923) establece las dos formas alternativas de comunicarnos con los demás. En resumen dice algo tal que así -Elsa Punset lo resume perfectamente en su libro El mundo en tus manos:
- El modo Yo-Tú, exige un esfuerzo por parte de ambos para establecer una conexión significativa, basada en la empatía, sincronía y reconocimiento social del otro.
- El modo Yo-Ello, conlleva indiferencia hacia a quien nos comunicamos, es decir no consideramos al otro como alguien a quien debamos mostrar empatía y establecer conexiones reales.
Pues en un acto de osadía, observé un paralelismo muy evidente en la relación monitor y clases colectivas. El monitor por los motivos anteriormente expuestos es incapaz o le resulta muy difícil establecer una comunicación del modo 1 (Yo-Tú) con sus alumnos. A veces -sobre todo al inicio de nuestras carreras profesionales- estamos más preocupados por aspectos técnicos, de seguridad y de culminar un trabajo artificial y mecánico que de si realmente estamos estableciendo conexiones reales y empáticas con el grupo. Dejamos por momentos de ver a personas como individuos únicos, con sus emociones propias, y convertimos al grupo, sistemáticamente, como un ente abstracto al que personificamos en según qué cosa -dependerá en gran medida de la propia experiencia del monitor- vomitando una información carente de alma y empatía: constituyéndose de este modo la deshumanización. Obviamos, frecuentemente, que el de la esquina ha podido tener un mal día y que apenas tiene ganas de mantenerse fuera de la cama, que la chica joven frente a ti ha tenido una ruptura sentimental con su actual pareja, que el de la segunda fila acaba de perder su trabajo o imagínate qué cosas pueden estar rondando por las cabecitas de tus alumnos…
Claro que podréis pensar que es ardua tarea establecer conexiones significativas individuales con clases de 50 alumnos y que a veces la mitad son nómadas que van saltando de horario en horario, o que son los propios usuarios los que no quieren establecer esas conexiones. Pero si somos sinceros, sabemos que la inercia y el formato actual de las clases grupales no ayudan a potenciar esas relaciones y mejorar nuestra capacidad empática con el grupo.
Para minimizar todo lo posible esta desconexión, poseemos herramientas con las que intencionadamente podemos humanizar este proceso, intrascendente desde nuestra perspectiva, pero que en el alumno se verá magnificado. Este kit de herramientas (directamente relacionadas con las habilidades sociales) podrían ser las siguientes:
- Una breve reunión antes de empezar la clase, donde aparte de explicar la sesión podríamos a través de la expresión corporal y señales físicas percibir estados emocionales concretos.
- Dirigirnos, con más detenimiento, a caras desconocidas y mostrarnos receptivos y abiertos hacia ellas.
- De forma arbitraria o no, ir nombrando alumnos y hacer pequeñas correcciones o dar ánimos (conocerse el nombre de los alumnos potencia la conexión enormemente). Y si no sabemos sus nombres o no lo recordamos intentar establecer conexiones visuales que le hagan participe e integrados en la clase.
- Cambiar la habitual disposición espacial a otras más cerradas (circulares, enfrentados…).
- Hacer partícipes al grupo de ciertas partes no relevantes de la sesión: tener la capacidad de elegir ciertos ejercicios (supeditados y propuestos por el monitor), elegir algunos temas musicales…
- Charla final, para hacer una evaluación de la clase y observar el posible cambio emocional en relación al percibido en la charla inicial.
- Etc…
Para terminar. Creo en las clases colectivas profundamente. Creo que el grupo tiene alma como grupo, pero también está repleto de emociones individuales que no necesariamente coincide con el estado emocional que el monitor percibe del grupo como ELLO. Debemos poner atención en todo lo que esté en nuestras manos y dotarnos de nuestras mejores habilidades sociales para minimizar el daño colateral que inevitablemente se causa con las clases grupales.












Gracia Dominguez | Miércoles, 13 de Julio de 2016 a las 16:09:46 horas
Muy importante para aquellos monitores que no dan importancia a la motivación de su trabajo.
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