Balsa Cirrito
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EN EL CIELO NO HAY ALMEJAS, NI TAMPOCO AZULEJOS
A veces uno solo se embala. Pensaba escribir esta semana sobre lo poco razonable que resulta ese afán contemporáneo de tratar de prohibir, en nombre del progreso, todo lo que nos desagrada o nos parece poco acorde con los tiempos. Al final del artículo citaba, como muestra de lo que no se debería hacer, un reciente ejemplo roteño, pero, ya digo, como uno se acaba embalando a poca pendiente que vea, lo que pretendía que fuera un párrafo aislado se convirtió en un texto de dos páginas. Así que entresaco ese ejemplo y me olvido de lo anterior, que nunca está bien alargarse demasiado.
El ejemplo era el del azulejo de la calle Calvario.
Seguramente, la mayoría de los lectores conoce el asunto. En virtud de la Ley de Memoria Histórica, o, mejor dicho, de su aplicación municipal, el ayuntamiento quiere retirar un azulejo existente en la calle Calvario y en el que se pueden observar algunos símbolos falangistas.
Si digo la verdad, no me parece buena idea. Entiendo que hay que tomar las cosas por el espíritu, no por la letra. Y aquí agarran a la letra por un hilo y se olvidan tanto del espíritu que más que espíritu parece ectoplasma. Si se tratara de cambiar el nombre a una calle que se llamara Millán Astray o Queipo de Llano, actuar sería lo correcto, es más, lo indispensable. Pero el azulejo al que nos referimos es una cosita ingenua, donde un grupo de falangistas le da las gracias a la Virgen por haber salvado a uno de sus camaradas de una enfermedad grave. Para ser sincero, cada vez que paso por esa zona de la calle Calvario me paro a echarle un ojo. No creo que se trate de un rastro del fascismo, sino un impagable documento de época, de una época candorosa donde se consideraba normal colocar un memorial en una fachada porque alguien se curaba inesperadamente de algunos males. No le veo el significado político por ningún lado, y sólo ese estado de permanente alerta ante cualquier hecho que nos pueda indignar, tan propio de todos los españoles, sea cual sea su tendencia política, ha podido provocar la respuesta que se avecina.
Entiendo que haya gente a la que moleste la simbología de la Falange (a mí mismo no me hace mucha gracia), pero si somos justos, la Falange fue políticamente una cosa tan extraña y a ratos tan surrealista que uno nunca termina por saber qué pensar sobre ellos. Baste decir que la oposición más seria que tuvo Franco durante todo su régimen fue la de los militantes falangistas radicales, algunos de los cuales fueron condenados a muerte a causa de la molestia que le suponían al dictador. Una vez llegada la democracia, la Falange se dividió básicamente en dos tendencias, una de extrema izquierda y otra de extrema derecha, así que guíseme usted esa olla.
Pero, digo más, dudo mucho de la legitimidad del asunto. Los símbolos de la Falange no son ilegales ni muchísimo menos; de hecho, hay varios partidos falangistas en España que, de tanto en tanto, se presentan a las elecciones y que en las papeletas exhiben el yugo y las fechas con total naturalidad. Me pregunto yo si el ayuntamiento puede retirar un azulejo de una casa privada porque muestra un anagrama que es tan legal como el de la Pepsi Cola. No sé quién es el propietario del inmueble, pero, sin ser abogado, yo diría que tendría todo el derecho del mundo a impedir que le retiraran el adorno de su fachada. Mostrar símbolos falangistas está, de todas todas, dentro de la ley, y me extraña que nadie se arrogue el derecho a decirle a los demás lo que está bien o lo que está mal en materias que no son de su directa incumbencia.
Sentiría mucho que se me malinterpretara. El yugo y las flechas me traen al pairo, pero el que algo me guste o me deje de gustar no me parece razón suficiente para prohibirlo. Si hay algo que se deben prohibir son las prohibiciones.
Pero, especialmente, repito, no hay que politizarlo todo. Sepamos distinguir. En la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, tallado en el edificio de enfrente de la Catedral, sobre piedras históricas, hay un letrero de Arriba España, acompañado, si no recuerdo mal, del mencionado yugo y flechas que parte no sólo el corazón, sino también el intelecto de quien lo contempla. Ese Arriba España y ese símbolo falangista sí que deberían ser retirados, aunque sólo fuera por memoria estética y no histórica. Pero, por la gloria de Voltaire, dejemos en paz el azulejo de la calle Calvario.












ADR | Sábado, 30 de Enero de 2016 a las 10:15:15 horas
Si es verdad que estas gentes son tan demócratas como dicen, lo correcto sería que antes de cambiar el nombre a las calles o quitar azulejos o símbolos, contaran con la aprobación de los vecinos, ya que al parecer le gusta tanto la participación ciudadana¿ por que no lo hacen con este tema?
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