Balsa Cirrito
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UNAMUNO Y EL VIENTO
En 1939, setenta y cuatro años después de finalizada la Guerra Civil Americana, se estrenaba en Atlanta Lo que el viento se llevó, el mayor éxito de la historia del cine. La película había sido realizada por gente del Norte, no en vano su productor y alma mater, David O. Selznick, era natural de Pennsilvania, territorio que podríamos considerar el corazón de los Confederados norteños; pese a ello, la película muestra el conflicto desde la perspectiva de los estados del Sur. En España hace setenta y seis años que vimos el fin de nuestra Guerra Civil, sin embargo, no logro imaginarme a Bardem en una película en la que los buenos fueran los nacionales o a Alfonso Ussía escribiendo el guión de una cinta que reflejara la guerra desde la óptica de los republicanos; por supuesto, no estoy muy seguro de querer ver una película con un guión escrito por Ussía, pero desde luego significaría que ciertas heridas quedaban cerradas.
De verdad hay motivos para sentirse perplejo por lo habitual que es todavía en España que la Guerra Civil se utilice como arma en infinitos debates, sin ir más lejos en los foros de todos los periódicos, incluyendo éste (rara es la semana en la que algún lector no me la saca a relucir en estos artículos). Especialmente, una cuestión me hace flipar como si llevara horas metido en un coffe shop, y es que hay mucha, muchísima, probablemente la mayoría de la gente, que piensa que la Guerra Civil Española fue una historia de buenos y malos. Y no creo que fuera así. Fue una historia de malos y malos; no hubo ningún bando bueno porque los dos cometieron, no ya crímenes, sino horrores y monstruosidades que hubieran puesto los pelos de punta a Atila y a Vlad Tepes. Por supuesto, no me voy a enfangar en el asunto de quién llevaba razón o quién empezó a dar las bofetadas, porque, a mi modesto entender, una atrocidad contra un inocente nunca está justificada, haya hecho lo que haya hecho el bando contrario, por ello me voy a referir a la personalidad que quizás refleje mejor lo que ocurrió entonces, al español que simboliza mejor que nadie la perplejidad moral de aquellos días, a quien quizás nos pueda explicar cómo nos sentiríamos nosotros ante tan pavoroso precipicio. Hablo de Miguel de Unamuno.
Don Miguel. Miguel de Unamuno era muy vasco, muy vasco, muy vasco; y a la vez, muy español, muy español, muy español, y, probablemente, se trate de la figura intelectual de nuestro país con mayor proyección internacional durante el primer cuarto del siglo XX. Pronto mostró sus ideas republicanas, motivo por el cual fue represaliado varias veces y cesado en sus cargos universitarios. Durante la dictadura de Primo de Rivera, fue la personalidad más destacada de la oposición, y seguramente quien más influyó en la proclamación de la II República Española; en las primeras Cortes, salió elegido como diputado de la coalición republicano-socialista. Con todo ello quiero indicar que no estamos hablando de ningún reaccionario ni de ningún escritor fascistoide y clerical, sino más bien de todo lo contrario. Pues bien, Unamuno fue desencantándose poco a poco de la República, hasta el punto de que cuando Franco se sublevó, lo recibió como a un “salvador de la civilización occidental”, lo cual indica, sin duda, el nivel de degradación que había alcanzado la República por la que Unamuno tanto había luchado. Pero don Miguel, como buen intelectual, veía la doble cara de las cosas, y en seguida comprobó que los franquistas tampoco eran lo que él hubiera deseado. Muchos amigos suyos habían sido detenidos, bastantes de ellos fusilados por el Bando Nacional; y las peticiones de clemencia del gran escritor vasco eran sistemáticamente ignoradas. Lo que nos lleva al que quizás fuera el punto álgido de la vida de Unamuno, el 12 de octubre de 1936, en el acto de apertura del curso de la Universidad de Salamanca. No voy a contar toda la historia porque me excedería mucho en el espacio, aunque al final dejo un enlace para quien tenga interés y cuya lectura recomiendo vivamente. En aquella ocasión, Unamuno, con gran valor físico y moral, se enfrentó al brutal fundador de la Legión, el general Millán Astray, que en su perorata había soltado aquellas famosas y vergonzosas palabras: “Muera la inteligencia; viva la muerte”. Unamuno, ante un público repleto de legionarios y de falangistas, se le opuso con un discurso en el que resonó una de sus más memorables sentencias: “venceréis, pero no convenceréis”. A la salida del acto, Unamuno estuvo a punto de ser linchado por algunos militares; si logró escapar con vida fue porque la mujer de Franco (que, justo es decirlo, se comportó con gran dignidad en aquel instante), lo tomó de un brazo, mientras que José María Pemán lo cogía del otro. Al día siguiente, Unamuno quedó en arresto domiciliario en su casa, situación en la que permanecería hasta su muerte, dos meses después. Dos meses de profundo pesar. Había contribuido más que nadie al advenimiento de la República; había abjurado de esa República y había saludado a los generales rebeldes; había visto que lo que eran capaces esos generales y se había opuesto a ellos; y finalmente quedaba encerrado en su casa, repudiado por los dos bandos. El español más preclaro de su tiempo comprendió mejor que ningún otro que no había que luchar por ninguno de los dos contendientes sino que había que luchar contra los dos. Contra. Una lucha desde luego perdida, pero juraría que la única honesta.
A menudo me pregunto – y creo que no soy el único – qué hubiera hecho yo o qué actitud hubiera tomado durante aquellos días. Reconozco que desde lejos es muy fácil juzgar, y tildar a éste y a aquel de esto o de aquello, o censurar a alguien por no pensar en 1936 de la forma en que pensamos nosotros en 2015. Lo que sí creo fervientemente es que hay que olvidar. Ante una injusticia o un crimen de un lado siempre habrá quien esgrima una injusticia o un crimen del bando contrario. Si aquello tuvo un sentido es el de que el único recuerdo que debe permanecer es el del horror. El resto es cosa de historiadores, no asunto de debate para ciudadanos. Justamente, lo contrario de lo que ahora estoy haciendo.
PD: Incluyo un enlace que cuenta con brevedad los hechos del 12 de octubre de 1936, aunque es fácil encontrar muchos más en la red.
https://es.wikipedia.org/wiki/«Venceréis,_pero_no_convenceréis»





































Maquinavaja | Miércoles, 14 de Octubre de 2015 a las 17:58:41 horas
Que fácil, y que conveniente, es olvidarse y pedir que otros olviden, cuando lo que hay que olvidar son crimenes cometidos en nombre de la ideologia, religión o grupo al que uno pertenece. Y cuando uno no tiene familiares enterrados en fosas comunes, ni le importa que existan seres humanos sin enterrar de forma digna. Y esta gente es la que se atreve a juzgar a los demás, acusandolos de acumular odio y veneno, cuando ellos son incapaces de sentir el minimo respeto por los muertos victimas de una dictadura. Gente sin alma, deshumanizada, que se atreve a juzgar a los demás.
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