Balsa Cirrito
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HERMOSA ROTA (ARTÍCULO NADA POLÉMICO)
A menudo voy a trabajar en bicicleta, especialmente cuando los pantalones me aprietan y cuando parezco una longaniza apretada si me pongo una camiseta. Pues bien, salgo de mi casa y en seguida me planto en la avenida San Fernando. Llego a Las Manos, dejo el parque de los eucaliptos a la derecha, y bajo cómodamente la avenida de la Marina, que a esa altura tiene una suave pendiente, sumamente agradable para el ciclista. A partir del cruce entre María Auxiliadora y La Marina, la avenida se vuelve llana, y el aspecto de la vía cambia ligeramente. Hay menos comercios, pero sigue manteniendo un aspecto de calle de ciudad próspera, con viviendas cuidadas a ambos lados de la calzada. Es una avenida antigua, tanto que yo, francamente, no recuerdo un tiempo en que no existiera. Se construyó en una época en la que en España no se solían hacer avenidas tan anchas, y menos en una ciudad más bien pequeña como era Rota. Cuando comento este asunto con mis amigos forasteros, suelo decir lo que siempre me han contado. Que al llegar los americanos a nuestro pueblo en la década de 1950, con sus enormes coches – los propios de unos años donde el combustible era muy barato – se comían todas las esquinas del casco antiguo de Rota con sus gigantescos Packards, Cadillacs y Chevrolets, de forma que en seguida se decidió que había que ensanchar las calles (acortar los coches no era una solución que se barajara), motivo por el que las avenidas roteñas vienen a ser más antiguas que las de otras ciudades.
A partir de Virgen del Mar tomo la avenida de la Diputación, por el carril para bicicletas. El carril bici trascurre en su mayor parte bajo las copas de los árboles, que forman una especie de dosel por el que se filtra el sol la mayoría de los días del año. En esta época, finales de septiembre, principios de octubre, casi parece un espejismo climático: un cielo limpio, un sol radiante y las hojas de los árboles caídas adornando las aceras, consiguiendo que lo que en otros lugares más fríos y de cielos más plomizos se considere una melancólica postal, aquí, en Rota, casi parezca un capricho o una paradoja de la naturaleza: la paradoja del ardiente otoño (o burning Fall). Voy pedaleando, además, entre hermosas casas, chalés o unifamiliares con jardines lujuriosos de vegetación. La vista desde el carril es recta, y uno mira a lo lejos esa formación de árboles como si se tratara de un ejército de soldados verdes. Ejército que, además, cuenta con poderosos refuerzos, porque en la acera opuesta nos topamos con unas instalaciones deportivas de aspecto impecable y, por detrás, asoma la vanguardia del bosque de pinos que abraza la avenida. Frecuentemente me cruzo con guiris también en bicicleta, provenientes de algunos de esos lugares donde en el mes de octubre ya hay que llevar guantes y bufanda. Y me imagino que deben pensar que vivimos en una suerte de paraíso y que con este aspecto de bienestar, la crisis española no puede ser tan terrible como les cuentan en los periódicos de sus calvinistas países, donde a menudo aseguran que los principales lugares de aprovisionamiento alimenticio de los españoles son los contenedores de basura.
Finalmente llego a mi instituto, Arroyo Hondo, lugar circundado de unos preciosos jardines y enfrentado a una urbanización de tanto empaque como es La Almadraba. El caso es que casi siempre llego al trabajo de buen humor (salvo cuando en el día anterior ha perdido el Atlético de Madrid). La mayoría de las veces, mientras voy pedaleando, pienso que Rota es una ciudad muy hermosa. Y es la nuestra.












Pongamos que hablo de Rota | Lunes, 05 de Octubre de 2015 a las 23:11:50 horas
Sí que sabemos que vivimos en un paraíso y por ello disfrutamos de cada instante que pisamos cualquier rincón de nuestro pueblo,pero hasta los paraísos pueden mejorar.Por ello, muchos roteños aportan críticas siempre positivas,nunca negativas,no confundamos los términos "sr robledo".
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