Ahora la gente vive mejor que antes
Hace unos días oía decir la expresión recurrente “ahora se vive mejor que antes”. En el contexto en el que la oí, esta expresión hacía referencia al hecho de que ahora existen más recursos materiales que en años pasados, y contamos cada vez con más artilugios ecnólogicos que nos facilitan la vida y la comunicación, aunque a veces también nos la compliquen.
Aunque la realidad es que, como todo lo basado sólo y exclusivamente en lo material, es un exceso banal, que sirve más bien para distraernos y alejarnos de lo realmente importante.
La realidad es que la mayoría de mi generación y generaciones más jóvenes no tenemos expectativas, esperanza, ni futuro. Tenemos que contentarnos con trabajos temporales, en la mayoría de casos en condiciones de precariedad, por una simple cuestión de supervivencia, con la amenaza de trasfondo de “si no lo quieres, ahí fuera hay miles como tú suplicando trabajar”.
Y mientras, nos hacemos mayores vivendo en la inestabilidad laboral propia de edades más tempranas, impidiéndonos vivir en concordancia con nuestra edad, y es que en este mundo en el que manda el dinero, en el que todo se mercantiliza, y con la inercia hacia la privatización de todo, hasta tener un hijo (lo más natural del mundo) es un lujo solo al alcance de unos pocos, o de aquellos que a pesar de los pesares hemos cometido la insensatez, y la maravillosa irresponsabilidad de ser padres. Porque es horrible y repugnante que se hable de un hijo como si de una hipoteca se tratase.
El señor que decía dicha expresión había trabajado toda su vida desde los 18 años, ahora disfrutaba de su más que merecida jubilación. ¿Qué será de nosotros cuando seamos mayores y lo cotizado no nos alcance para tener una mísera pensión? Y más aún en un mundo en el que encontrar un empleo superando los cuarenta, es algo extraordinario. Mientras tanto, nos siguen hablando de responsabilidad y de estabilidad, que quiere decir que dejemos todo tal y como está, que nada cambie, que sólo hay que esperar y aguantar a que amaine el temporal, y todo volverá a ser como antes. Pero los datos y la realidad nos dicen otra cosa, y es que el daño causado para nuestros derechos y oportunidades a lo largo de esto que llaman “crisis”, no se podrá reparar simple y llanamente esperando a que todo pase. Destruir se destruye rápido, pero construir y reconstruir, siempre ha sido lento, laborioso y difícil.
Ha llegado el momento, por nosotros y por los que vienen, de exigir lo que que es nuestro y se nos arrebata, que es el derecho a vivir, el derecho a comer, el derecho a ganarnos la vida, a un techo, a tener hijos y nietos y que estos puedan estudiar desde infantil a la universidad. Porque mientras estamos distraídos con “excesos”, entretenimiento y tecnología, carecemos de los más básico: de un proyecto de vida.
Hoy el entretenimiento rápido, individualista y fácil, sustituye la capacidad de organización, las causas comunes, entierra el orgullo y la dignidad.
Cuando ya no estén nuestros padres ayudándonos, de qué nos servirá lo “material”, ¿nos comeremos el móvil cuando tengamos hambre? La pregunta que me hago es ¿hasta cuándo?, cuándo seremos capaces de levantar la mirada de nuestros teléfonos inteligentes, y de una vez nos miremos a los ojos, y nos demos cuenta que los años pasan y la vida se nos escapa de las manos.
José Pablo Domínguez Ponce

































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