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Sábado, 21 de Febrero de 2015

Antonio Franco

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CARNAVAL

 

 

 

Semana de Carnaval. Por unos días, los problemas se marginan. Parece vivirse un sueño de magia y diversión. Algunos lo denominan desenfreno.  Esos algunos son los cuaresmales. Da igual el grado que alcance la algarabía, da lo mismo las críticas políticas, lo mismo tiene que los disfraces sean recatados y clásicos como los de Venecia... para los cuaresmales, estas fiestas paganas representan un pacto de los mortales con el diablo. ¡Ah, el demonio! Ese personaje inventado para explicar la eterna e histórica lucha entre el Bien y el Mal. Las primitivas religiones tenían sus dioses bueno y sus dioses malos. Los fenómenos naturales se explicaban como enfrentamientos entre unos y otros.


Al cristianismo, monoteísta, le faltaba un dios que representara el Mal. Así surge la figura de Satanás, que tiene su origen en la rebelión que un ángel tuvo con Dios. Me pregunto cómo se puede rebelar un ángel, creación del Supremo, contra su propio Hacedor sin que Éste lo fulmine.


Pero dejemos las conjeturas sobre el origen de Satán y sigamos con el Carnaval. Sin duda, se trata de la fiesta donde el pueblo se siente más identificado. Te puede gustar más o menos, puede incluso que no te atraiga nada de nada, pero no se puede esconder que el personal se siente identificado con esta fiesta y participa activamente en ella. El motivo puede ser variado. Puede ser que el ciudadano de a pie da rienda suelta a su imaginación sin que nadie le pueda llamar la atención. Puede ser que, bajo una letra de romancero, se puedan expresar pensamientos que, fuera del Carnaval, podrían ser considerados hasta querellables. Puede ser que, tras la mascara elegida, cada cada cual disfruta de ese personaje que siempre deseó ser.


Una de las facetas de la fiesta del Carnaval es su variedad. Ningún Carnaval es igual a otro. Puede ser parecido, pero no idéntico. Por ejemplo, las letrillas. Compárenlo con una “zambobá”. En estas últimas cada año se cantan los mismos villancicos. No hay letras nuevas que se incorporen al repertorio. Y si las hay, son muy pocas y de muy tarde en tarde. Resulta repetitivo. Qué no digo yo que tenga su punto de diversión, que lo tiene. El hecho de organizar una “zambobá”, ya conlleva un alto grado de convivencia entre sus asiduos.


Otro punto a favor del Carnaval es su colorido y su imaginación. Todo lo contrario a la uniformidad de la Semana Santa, por ejemplo.  También la Feria tiene cierto grado de repetición en las letras de las sevillanas, aunque no así en la vestimenta. De hecho, el único “traje regional” que se adapta a cambios en la moda es el de flamencas.
Dicen que aquí, en nuestra tierra, es Carnaval todo el año. Será por aquello de nuestro carácter alegre y abierto. Aunque, para ser Carnaval todo el año, algunos gobernantes locales prohíben manifestaciones carnavalescas “fuera de temporada”. En fin, el Carnaval, como llegó se marcha. Los disfraces quedarán guardados para otra ocasión, para prestarlos se se terciara o para volver a formar parte del personaje. Volvemos a lo cotidiano, apenas sin ganas.
Salud.

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