Balsa Cirrito
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UNA COSA MUY SENCILLA
Me gusta ir a Cádiz, aunque no lo hago demasiado por la terrible aventura que supone aparcar el coche en la ciudad. Es cierto que hay un par de parkings, pero el precio parece que lo hubiera puesto Rodrigo Rato en un día en que no llevaba suelto en el bolsillo. También es verdad que existe la agradable posibilidad del trayecto en catamarán, aunque en mi caso, con una familia de cuatro miembros, el viaje de ida y vuelta sale a más de cuarenta euros, que parece un poco caro por darse el gusto de un paseo.
Pero me estoy saliendo del asunto incluso antes de decir cuál es el asunto. ¿Y cuál es el asunto? Pues que cuando llego a Cádiz, una de las cosas que más me sorprende es la increíble, alucinante, abusiva y, por supuesto, masturbatoria promoción de sí mismo que realiza el ayuntamiento de la ciudad. Banderolas, carteles, pantallas LED que recuerdan constantemente a los ciudadanos lo buenos que son sus gobernantes; a menudo con una retórica tan tosca que, en comparación, el difunto Hugo Chaves habría podido considerarse el colmo de la sutileza política. Y no es lo único. La televisión municipal de Cádiz, que, como todo el mundo, veo de vez en cuando durante los Carnavales, debe tener como asesor a algún oriundo de Corea del Norte, tal es la desfachatez con la que se echan flores. Y no sólo flores, también flowers. Y fleurs. Y fiori. Y de todo.
La memoria me falla cuando tengo resaca; ahora no la tengo, pero de todas formas mi recuerdo es vago. Y lo que creo recordar es que en tiempos de Zapatero (y pensar que ahora nos parecen los buenos tiempos) hubo un intento de promulgar una ley que prohibiera la publicidad institucional, salvo al gobierno de la nación. La ley, no hace falta decirlo, no salió adelante. Era difícil que tragaran comunidades autónomas, ayuntamientos, diputaciones y demás entes innecesarios con un instrumento que les permitía, aparte de darse bombo como si les ayudara Manolo el del ídem, colocar gente, disimular facturas y distraer unos euros.
Se acercan las elecciones municipales y los ayuntamientos (y no hablo ahora sólo del de Rota) van a echar el resto. Les importa un pito todo, porque ante la perspectiva de perder el asiento y el empleo, no se van a parar en barras. Y se van a gastar una fortuna del dinero público, de ese mismo que nos dicen que no hay y que restringen para cosas necesarias, se van a gastar, digo, un capital en convencernos de todo lo que no han logrado convencernos durante años y que tampoco lograrán en el tiempo que falta.
Rajoy tiene una credibilidad semejante al horóscopo del Pronto, pero podía hacer que lo creyéramos un poco (muy poco) si promulgara una ley como la que dije antes. Una que prohibiera todo tipo de publicidad institucional salvo al gobierno de la nación. Ni ayuntamientos ni comunidades autónomas ni diputaciones ni mancomunidades ni su puñetera madre. Que ninguno pueda hacer publicidad. Pero va a ser difícil, porque la espuma del nepotismo y de la corrupción encubierta está precisamente ahí, en las empresas de imagen, en las campañas de concienciación, en las asesorías, en la organización de actos públicos (el sueño de los que falsifican facturas), en los expertos en aire de buñuelos, en el paripé, en el gañotismo masivo…
Pero en las campañas institucionales hay algo aún peor que el despilfarro, y es la impudicia. Me da igual que lleven o no razón, pero esa autoalabanza desatada que suele presidir estas campañas me resulta terriblemente indecente. Y que, además, traspiran más cuanto menor sea la entidad que las convoca. Las del gobierno de la nación suelen ser sobrias. Las de las comunidades autónomas, ya dan un poco de tufo. Y las de los ayuntamientos, acostumbran a ser putrefactas. Y el asunto es sencillo. Basta con prohibirlas.
Creo que lo he dejado bastante claro, ¿no? Pues verás como Rajoy no me hace caso.
PD – Ya escrito el artículo, me dice un amigo que el ayuntamiento de Rota ha contratado una página para anunciar la Cabalgata de los Reyes Magos de Rota en el Diario de Cádiz. Les dejo a su criterio las calificaciones para quien se gasta dinero público en anunciar un acto como éste. A lo mejor temían que los niños se olvidaran de que había cabalgata.












Hermano Lobo | Lunes, 05 de Enero de 2015 a las 12:27:56 horas
Estoy de acuerdo en limitar, no prohibir, la publicidad institucional. Está justificada cuando tiene fines meramente informativos, pero es poco ética cuando, como mencionas, se dedica al autobombo y propaganda.
Tu artículo llega en las fechas adecuadas, ya que es como una carta a los Reyes Magos.
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