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Sábado, 04 de Septiembre de 2010

Balsa Cirrito


[Img #3212]


ENCENDAMOS EL VENTILADOR





Me quedo solo.
    Todos los partidos se han puesto de acuerdo para oponerse al parque eólico, lo cual me sugiere que debo ser de los pocos benditos, de los escasos iluminados que se hallan a favor.

    Si yo fuera más osado, diría que este rechazo no es sino un tic de rutina mental, propio de un mundo idealizado de gudaris  y zortzicos (perdón, eso es en Euskadi; aquí debemos decir de mayetos y de pimientos cuerno de cabra); como soy tímido, evito mencionarlo. El principal argumento que he oído para oponerse al parque es el estético. Muchas personas suponen que la vista de decenas de molinos dañaría el skyline de la costa. Es curioso, porque a  mí me parece su principal ventaja. Tanto es así que casi me veo capaz de demostrarlo.

    En la Mancha, pongamos por pertinente ejemplo, se despepitan por conservar los pocos molinos de trigo que les quedan. Los consideran como un signo de identidad y un aliciente para su llanísimo paisaje. Sin embargo, aunque a algunos les sorprenda, los molinos no venían con la Mancha, como los Montes de Toledo, sino que son – me atrevo a jurarlo – de construcción humana. El hecho de que unos sean antiguos y los eólicos modernos, no debería influir en nuestro juicio.

    Segundo ejemplo (y éste más cercano). Supongo que la mayoría de los lectores ha visitado en alguna ocasión las zonas aledañas a Tarifa. Por la carretera, en algunos tramos, contemplamos un bosque de orgullosos molinos energéticos. Lo que hace precisamente memorable ese paisaje, y lo que consigue que todos y cada uno de los que lo han visto lo recuerde, son, desde luego, aquellos molinos. Si no, en nuestra memoria no permanecerían aquellas colinas anodinas, sin nada que las diferencie de otro millón de colinas similares.

    Dicen algunos que el parque eólico perjudicaría al turismo. Todo lo contrario. Tal vez algunos no lo crean, pero las puestas de sol son parecidas en todos lados. Las de la isla de Bali y las de la playa de Punta Candor. El sol siempre hace lo mismo, y ni siquiera en California, que tiene a Hollywood, se despide diciendo: “¡hasta otra, amigos!”. Pero sólo perjudicará si no nos avergonzamos de nuestros molinos. En vez de esconderlos, deberíamos airearlos en los folletos de propaganda.

    Lo que quiero decir es que el turista busca lo diferente (siempre y cuando la diferencia no sea excesiva). Según las normas del turismo, a Rota no debería venir nadie a pasar el verano. Tenemos una enorme base militar en nuestro término, lo cual se suele considerar un inconveniente. Sin embargo, precisamente esa base atrae a muchos de nuestros visitantes, encantados de encontrar cierto exotismo. Con el parque eólico se podría conseguir algo parecido.

Porque, entiendo, la vista de esos molinos la tenemos asociada a una energía limpia y ecológica. No sería como esas refinerías de petróleo que se encuentran en algunas playas del Campo de Gibraltar, y que efectivamente desagradan al bañista. Todo aquel que llegara a nuestras playas pensaría – y llevaría razón - que está haciendo algo bueno por la salud del planeta.

Y, en última instancia, no cabe hacernos los estrechos. Ha llegado el momento en que toca decidir. No podemos tener un 4x4 en el garaje, tirar del aire acondicionado todos los días, enchufar a la línea eléctrica hasta el cepillo de dientes y espantarnos luego por el parque eólico. El día en que veamos por las calles más bicicletas que automóviles y más abanicos que ventiladores podremos permitirnos la chulería de manifestarnos.
Así, aunque sólo sea para luchar por nuestros acondicionadores de aire, defendamos el parque eólico.

(Es curioso observar que alguno de los partidos que se opone al parque eólico sea favorable, en otros ámbitos, a la energía nuclear. Pero tampoco se ha muerto nadie nunca por un exceso de coherencia).

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