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Sábado, 07 de Agosto de 2010

Balsa Cirrito


[Img #2923]


POLVO DE ESTRELLAS




Los ecologistas se quejan del acuerdo para la utilización de la playa de El Almirante. Llevan toda la razón: el acuerdo es bastante chusco. Pero también cabe preguntarles para qué quieren la playa. Si algo sobra en Rota es precisamente eso, playa, y no se entiende muy bien la razón de ir a bañarse justo al lado de los portaaviones. Los grupos conservadores, con frecuencia, utilizan la seguridad como justificación para cualquier desmán. Y los grupos progresistas parecen creer, con la misma frecuencia, que la seguridad es un asunto secundario, una especie de fantasma agitado por ultraderechistas y fabricantes de armas. Pero entre tener derecho a utilizar esa minúscula playa y dormir tranquilo, yo prefiero dormir tranquilo. Se trata de una base militar, no una hamburguesería gigante.


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            A muchos les molestaba que los militares tuvieran (en otra época) el uso y disfrute exclusivo de esa franja playera. Me parece un privilegio francamente inapreciable. Más grave resulta un dato que algunos me apuntan: en la actualidad, un porcentaje muy alto de los puestos de trabajo que se abren en la Base se destina a las esposas de los militares españoles. Ese sí es un privilegio que deberían fiscalizar los ecologistas. Y los que no lo son.


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            Una noticia francamente sorprendente, leída en este periódico: las próximas fiestas del Rosario tendrán ¡35 damas! Hagamos un cálculo. Considerando que la mayoría viene de una elección realizada en su peña o entidad, no sería aventurada la cifra – incluso podríamos considerarla conservadora- de un centenar de muchachas dispuestas a ser damas del Rosario. Si pensamos que en nuestra población debemos contar en torno a trescientas jóvenes de edades comprendidas entre los diecisiete y los veinte años, nos encontramos que a ¡a la tercera parte! de las chicas de Rota les gustaría participar en esta macroexposición de floreros.  Para los que creemos que se trata de una ceremonia cursi, cateta, machista y anticuada supone una buena bofetada de realidad. Y nos hace dudar mucho de nuestro criterio: las jóvenes son ellas, y son las más adecuadas para decidir qué es lo anticuado y qué lo moderno, y no yo. (Y eso que se trata de una fiesta que cuesta realmente cara por vestidos, zapatos, extensiones y complementos. Si saliera gratis no quiero ni pensarlo.)


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            He estado viendo fotos políticas de hace unos años y la conclusión más notoria y  desalentadora es la siguiente: ser concejal engorda mucho. Los que se hallan en el Equipo de Gobierno más, que para eso gobiernan; pero los de la oposición tampoco se libran. Cuando se observa que hasta Manolo Vilela está más grueso, hay motivos para preocuparse. 


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            No recuerdo quién me contó la siguiente anécdota. A finales de los años cincuenta o principios de los sesenta, el gobernador civil de la provincia (con todo lo que significaba el cargo en aquellos tiempos) con motivo de no sé qué celebración, visitó Rota inesperadamente. La visita se prolongaba y llegó la hora de comer. Sin nada dispuesto, se improvisó un almuerzo sencillo y relativamente humilde; digamos arranque, pescado frito y pimientos. El gobernador alabó la comida exageradamente (“lo mejor que he comido en mi vida”), y, comoquiera que hubiera disfrutado bastante con la visita, anunció que volvería al año siguiente. Pasado un año, volvió. Como esta vez su estancia estaba prevista, había un almuerzo dispuesto, por supuesto más rico y abundante; con sus gambas, sus centollos, sus almejas a la marinera y sus chuletas de cordero. Al acabar, el gobernador volvió a alabar la comida, aunque añadiendo, para sorpresa de sus anfitriones roteños, que “la del año pasado estaba mucho mejor”.  Los concejales de la villa de entonces, una vez se hubo marchado la autoridad, se preguntaban: ¿Cómo es posible que le gustara más al gobernador el arranque y los pimientos fritos que la mariscada que le acabamos de meter entre pecho y espalda? Hasta que uno de ellos, más listo, cayó en la cuenta: “Un momento, dijo, ¿a qué hora comimos el año pasado?”.  “Cerca de las cuatro”, le respondieron. “Pues este año  a las dos y veinte ya estábamos en la mesa, siguió diciendo el concejal listillo; está claro: lo que tenía el gobernador el año pasado era mucha hambre”.

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            Apliquemos esta historia. Antes de ser alcalde, Lorenzo, entre cuyos detractores sistemáticos no me encuentro, era un político con un gran sentido del humor y que tenía una rara cualidad: cuando hablaba en público lograba captar la atención de quienes le oían. Veías un debate en el que participaban varios políticos y, con frecuencia, terminabas dormitando. Sin embargo, llegaba el turno de Lorenzo y, casi sin querer, terminabas interesándote por lo que decía. Pero eso era antes de ser alcalde. Ahora, cuando lo escucho, parece que estoy escuchando a algún profeta del Antiguo Testamento (preferentemente Jeremías), con ese tono mayestático y yomelosétodo que emplea. Aburre mucho este Lorenzo. Como el Gobernador Civil del cuento, Lorenzo ya no tiene hambre.  

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