Balsa Cirrito
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TORQUEMADITAS
Existen en el mundo occidental tres grupos de presión que dominan la opinión pública con insolencia, al menos en lo referido a las costumbres (en el apartado económico y político los grupos son aún más poderosos y, desde luego, mucho más difíciles de percibir). Estos tres lobbies son el feminista, el gay y el que se refiere a la discriminación racial. Aunque quizás la palabra lobby no sea adecuada, ya que no funcionan como grupos organizados ni están formados por entidades a las que podamos señalar, sino que operan de forma caótica, a menudo a impulsos individuales de carácter muy visceral y sin planificación previa. Sin embargo, no dejan de ejercer una dominación que a menudo resulta inquisitorial.
Por supuesto, estoy entre quienes se hallan a favor de suprimir las discriminaciones ya sean por raza o por preferencias sexuales o por lo que sea y en repetidas ocasiones – valga por caso – manifesté mi apoyo en estas mismas páginas al matrimonio homosexual. Esto no quita que con frecuencia los referidos grupos actúen de forma ridícula. ¿He dicho con frecuencia? He querido decir casi siempre.
Se diría que una serie de individuos, de profesión enojados, analizan con furor de torquemadas los medios de comunicación buscando cada día motivos para cabrearse. Cualquier noticia donde aparezca la palabra gay es vuelta de derecho y de revés para ver si se pueden indignar a gusto. De las mujeres y de su prevalencia actual he hablado a menudo. Decía la temible Rosa Montero que las mujeres estarían en condiciones de igualdad cuando el número de mujeres ineptas que ocupara altos cargos fuera igual al de hombres incapaces en esas mismas circunstancias. En fin, ese es un objetivo que las mujeres consiguieron hace tiempo (la propia Rosa Montero es un buen ejemplo) y podrían relajarse un poco. El asunto racial quizás sea el campo donde haya todavía más camino que recorrer, pero no dejan de producirse episodios estúpidos con notable asiduidad.
Un ejemplo. La pasada semana un deportista español, al parecer el más destacado de los que acuden a los Juegos Olímpicos de Sochi, realizó unas declaraciones en las que aconsejaba a los homosexuales que se cortaran un poco durante los juegos. Como saben, en Rusia la cosa gay no está muy bien vista, y la propaganda homosexual se halla, incluso, prohibida por la ley. Por supuesto, a menudo nos confundimos con los rusos. Los vemos blancos, muchas veces rubios, y pensamos que son los nativos de un país occidental más, cuando, en realidad, en buena medida, Rusia es una nación bastante oriental y muy parcialmente europea. Evidentemente, los rusos no andan muy avanzados en estas materias, pero resulta ridículamente arrogante esperar que todos los países se encuentren en la misma fase de la evolución social. A lo que voy. El consejo del deportista español (al que dado la especialidad que práctica, patinaje artístico, no le sospecho muchas antipatías hacia los gais) era el que dictaba el mínimo sentido común. Contenerse para evitar problemas. Después de todo, los juegos sólo duran dos semanas y no todo el mundo tiene alma de héroe. Sin embargo, al pobre chico se le han lanzado con los colmillos afilados los guardianes de las esencias politicorrectas pidiéndole que se excuse y que rectifique. Desde luego, si hay algún gay con arrestos suficientes para pegarse un morreo con otro envuelto en una bandera arco iris en medio de la Plaza Roja de Moscú, tiene mis simpatías y mi admiración. Pero de ahí a poner como chupa de dómine a quienes no se atrevan, media un trecho. Largo trecho.
Una de las características más antipáticas de estos grupos que mencionaba al principio es su afán inquisidor y su paradójico ramalazo autoritario en nombre de la libertad. Son grupos que suelen pedir la prohibición legal de todo lo que no esté de acuerdo con lo que ellos proponen. Evidentemente, en posturas radicales, entiendo y apoyo que la ley actúe. Digamos en casos de apología del odio racial o en situaciones como la de aquel imán de Granada que aconsejaba pegar a las mujeres en lugares donde no quedaran marcas. Ahí, se entiende que las autoridades se pongan firmes. Pero en otras situaciones…
Imaginemos una cantante famosa que declarara en un programa de televisión algo como: “físicamente no me gustan los hombres negros; prefiero a los tipos rubios y de ojos azules”. Se la acusaría en seguida de flagrante racismo y su carrera quedaría arruinada.
Pensemos en un político que dijera públicamente “me gusta que mi mujer se quede en casa cuidando de los niños”. A los diez minutos sería un político sin futuro, repudiado hasta por sus compañeros de partido.
Supongamos a un escritor que en una entrevista pronunciara palabras del orden: “ver besándose a dos hombres me produce una sensación muy desagradable”. Sería un escritor que ya no publicaría más libros salvo en editoriales de extrema derecha.
Por supuesto, no comparto las ideas de los tipos que pongo en estos ejemplos, pero me parecen tan respetables como las contrarias, y no creo que haya que masacrar a quienes las profesen y, mucho menos, pedir que haya leyes que persigan estas opiniones. Hay algo de lo que no se dan cuenta estos que al principio llamaba lobbies. Y es que una actitud intransigente, una inquisición sistemática hacia todo lo que se les oponga termina produciendo un efecto contrario al que pretenden. Y sería una pena porque, en el fondo, estoy de acuerdo con ellos.












Marianico el embustero | Lunes, 17 de Febrero de 2014 a las 19:26:06 horas
¡¡José, pisha, que razón llevas!! Como casi siempre, en tus artículos. Te felicito por tu vocabulario. Rico, rico.
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