Calle Charco, con Antonio Franco
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CUENTOS COMO LA VIDA MISMA
La vida real, no es, ni de lejos, un cuento. Aunque, a veces, las apariencias pueden llegar a confundir ambos mundos. Aunque algunos presuman y “tengan muchos cuentos”, la vida real, repito, no es, ni de lejos, un cuento.
Para mantener “el idealismo” y permanecer en el más puro estado utópico, en la vida real hay que mirar a las instituciones y a las personas desde la distancia. Cuando “el artista” desciende, dejando la poltrona de la admiración general, al mundo de lo ordinario y cotidiano, se despoja de “perfecciones imaginadas” y se transforma en un ser corriente. Y, a veces, no gusta demasiado lo que se deja ver. El genio no pierde su genialidad por ello, pero sí puede llegar a desvanecerse la aureola en la que lo habíamos envuelto.
En la vida real la historia no termina con un “fueron felices y comieron perdices”. Cualquier historia acaba siempre con la muerte de los personajes, consecuencia directa de la vida, y ésta, la muerte, ya se sabe que siempre conlleva una situación traumática.
Al señor padre del príncipe, o de la princesa, se le descubre, en ocasiones, inconfesables pecados. Así, el cuento deja paso a la vida real y nos muestra personajes con un pasado maquillado, cuya realidad ha sido prostituida pero bien guardada. El truhán puede morir como héroe y, como tal, pasar a la Historia.
En la vida real nos encontramos con que dentro de “un cuento” puede haber “otros cuentos”, según los personajes y, algunos, no son precisamente “cuentos infantiles”.
En la vida real, los príncipes azules comienzan a echar tripa con la edad, y las princesas encantadas pierden su figura juvenil. En la vida real, algunos príncipes conocen la impotencia que proporciona el paro, y las princesas aprenden a hacer malabarismos para llegar a fin de mes.
En la vida real, algunos príncipes acaban desenamorándose y abandonan a la princesa de su cuento. Y viceversa. En la vida real, algunos príncipes maltratan a sus princesas en mitad del cuento. Cambian su papel de príncipe por el de brujo malo, sin que esto estuviera contemplado en el guión original.
Sólo la contemplación en la distancia puede mantener el formato del cuento. Al recortar el trecho que separa una y otra realidad, como en una regleta de colores, se pasa del rosa al gris en proporción directa al acercamiento.
En la vida real, príncipes y princesas conocen enfermedades. Los príncipes, en un alto porcentaje, terminan padeciendo algún mal en la próstata, y las princesas pueden sentir y padecer cáncer de mama.
En la vida real, príncipes y princesas viven en un piso, y no en un palacio heredado del señor rey padre de la novia, y tienen que pagar una hipoteca hasta su jubilación. Bueno, no todos. Existen príncipes y princesas con “buena estrella”. En la vida real, los principitos y princesitas al crecer se vuelven rebeldes e irascibles con los dueños del reino (del principado en este caso). En los cuentos, por el contrario, son encantadores y mantienen una relación de respeto hacia sus progenitores.
En la vida real, como en los cuentos, también existen las hadas buenas y las hadas malas; las brujas y los brujos. Seguro que usted se ha tropezado con algunos de estos personajes alguna vez. Yo sí, desde luego. Las hadas malas dirigen sus artes maléficas a intentar sembrar la discordia y la desazón entre los demás personajes del cuento (o de la vida real).
En la vida real, como en los cuentos, existen sapos que hablan, gansos que cantan y burros que vuelan. Y esto es tan real como la vida misma. Puede que también se halla topado con algunos de estos “virtuosos” seres. Si lo piensa bien puede que incluso conozca alguno muy cercano.
A pesar de estas coincidencias no hay que confundir la vida real con los cuentos. Y si descubrimos algún “gato con botas”, ojo al dato, se puede tratar de alguien que “se quiere poner las botas” a costa de los demás, echándole mucho cuento al asunto.
De todas formas, los cuentos ya no son como antes. Ahora ganan los malos, se enriquecen los avaros, disfrutan los maleantes y las hadas madrinas acaban condenadas de por vida.
Ahora Caperucita Roja se come al Lobo; los Tres Cerditos se han vuelto contratistas; Pinocho se ha hecho político; la Bella Durmiente se va de botellona; Blancanieves es más cruel que la madrastra y El Gato con botas, ya saben.
Pero no todos los cuentos son infantiles. Como se ha leído líneas atrás, los cuentos pueden ser, a veces, una parodia de la vida real. Dejan al margen el lado mágico y se transforman en mensajes universales. Estos cuentos son inmortales, universales e infinitos. En cada momento está adquiriendo forma uno nuevo. Cada día se escribe uno nuevo. Los cuentos son pequeñas historias de la vida, pequeños retazos de situaciones cotidianas que dejamos de analizar porque no encontramos el momento para ello. Si lo pensamos bien, en el fondo, todos somos personajes de esos cuentos. Todos tenemos nuestro pequeño o gran papel en el reparto de “nuestro cuento”.
Y, colorín, colorado,…
Salud.












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