Balsa Cirrito
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HABLANDO ES COMO NO SE ENTIENDE LA GENTE
Las justificaciones suelen resultar un poco ridículas, sin embargo, por los motivos que se verán, prefiero pasar por un poco ridículo que por un mucho hijoputa, así que, dado el balance, se diría conveniente realizar un par de puntualizaciones. A ello.
Hace dos semanas publiqué en este mismo espacio un artículo en contra del racismo y de las incomprensiones que suelen sufrir los inmigrantes. Quise hacerlo de forma irónica, pero no debí andar muy fino, ya que la mayoría de los lectores pensó que hablaba en serio, lo cual provocó un buen número de críticas. Unas críticas que, por la contradicción implícita, resultaron francamente desagradables. Entendámonos, no me molesta que me den cera por cosas que he dicho (incluso puede que me guste), pero me sabe mal que lo hagan por algo que no sólo no dije, sino a lo que precisamente me oponía.
Una anécdota. Hace años, cuando estaba en la facultad, se corrió el bulo entre los compañeros de que yo había disfrutado de una aventura con la chica más guapa de la clase (a la que llamaremos, un decir, Lorelei). Yo, desde luego, no había tenido nada que ver con la hermosa Lorelei, pero el rumor aseguraba, incluso, que había sido sorprendido por una de las señoras de la limpieza en un aula apartada, en situación harto pecaminosa. Por más que yo negara el hecho ante mis amigos, ellos insistían, y atribuían mis desmentidos a un ataque de caballerosidad (caballerosidad para la cual yo, hasta aquel momento, no había dado ningún motivo). Un día, en el bar de la facultad (que era donde casi siempre se nos podía encontrar) vi que aparecía un tipo más bien grandullón, musculoso y con cara de mala leche. El tipo comenzó a mirarme fijamente, con el ceño fruncido, igual que si yo le debiera dinero. Alguien me susurró que era el novio de Lorelei. ¡El novio de Lorelei! Exclamé: “¡Glup!”, y, sin dar tiempo a la batalla, me largué con la cabeza muy baja, tratando de disimular que salía corriendo. A lo que voy: si el novio de Lorelei me hubiera atizado porque yo hubiera logrado los delicados favores de la chica, las tortas hubieran estado bien empleadas: Lorelei era mucha Lorelei. Pero que me hubiera arreado un par de trompadas sin que yo la hubiera ni siquiera rozado, convendrán conmigo en hubiera resultado muy triste. Pues con el artículo en cuestión me ocurre algo parecido.
Lo que yo trataba de demostrar – por lo que se ve, con poca fortuna – es que las críticas a la venida de los inmigrantes suelen estar basadas en argumentos falaces y fulleros. Los inmigrantes no crean pobreza, sino muy al contrario, suponen una enorme fuente de prosperidad económica. Suelen ser los más emprendedores de sus países, y quienes realmente sufren una terrible sangría son los lugares de los que provienen. Pensar que, por término medio, los subsaharianos emplean ¡dos años! en llegar a Europa nos debería hacer, como poco, mirarlos con respeto por su valentía.
Pero lo peor de todo no es eso. Lo peor es que, por muchas críticas que tuviera el artículo, fueron pocas. Por muy negativos que fueran los comentarios, resultaron blandos. Si realmente se pensaba que lo que yo decía iba en serio, mis palabras no hubieran podido considerarse meramente racistas, sino directamente nazis (o peneuvistas de los tiempos de Sabino Arana). Y lo justo hubiera sido que los lectores, indignados, hubieran exigido masivamente a Rotaaldia.com mi inmediata expulsión del periódico. Eso es lo grave.
(Aunque también es grave que nunca lograra nada de Lorelei)
PD: A continuación podéis leer el artículo al que me refiero, para que los aburridos puedan comprobar mi poca habilidad para la ironía.
(Artículo publicado el pasado 26 de junio)
Los inmigrantes abusan de la Seguridad Social. A menudo oímos
que algún piel tostada se aprovecha de los derechos que concedemos los
españoles y se deja operar en un hospital para hacer gasto. Los hay que
incluso se rompen un brazo o una pierna nada más que para ver cómo se
los entablillan: “¡joderos, españoles, que os estamos arruinando!”. Por
supuesto, no hemos visto en persona cómo ocurre eso, pero todos
conocemos a alguien que tiene un amigo cuya mujer tiene una hermana que
trabaja en la Junta de Andalucía y que dice que estos tíos arramplan con
todo, en vez de morirse tranquilamente, como hacían los indios
tabajaras (u otros indios, que ese detalle se me escapa). ¿No vienen de
países atrasados? Pues que utilicen remedios naturales, de esos que
emplean los hechiceros de la tribu. ¿Qué tiene usted un tumor cerebral?
Pues el mundo entero sabe que en el Amazonas, toda la vida de Dios, los
tumores cerebrales se han curado con friegas de zumo de papaya y con un
emplaste de aceite de hígado de piraña.
El otro día escuché a un ecologista (o puede que sólo fuera un
comunista, como los dos terminan en “ista” no termino de distinguirlos)
que decía unas cosas que daban ganas de estrangularlo. Decía el tipo que
los inmigrantes en realidad salían baratos. Y lo razonaba (vamos a
llamarlo así) de este modo: “Esta gente suele venir a España con
veintitantos años. Y llegan ya listos para trabajar. El estado no ha
tenido que invertir ni un euro durante su infancia y adolescencia; ni en
sanidad, ni en educación, ni en la parte correspondiente de
infraestructuras. Al revés. Son sus países los que pierden, porque por
poco que se hayan gastado, ese dinero se desperdicia. En cambio nosotros
los recibimos listos para usar”. Desde luego, estos izquierdistas dicen
más tonterías que los actores españoles.
¿Y quién tiene la culpa de todo? Por supuesto, Zapatero. Y después,
la mujer de Zapatero, por casarse con él, en vez de hacerlo con Jesulín
de Ubrique, que es torero y español. Pero aparte de esto, que todo el
mundo sabe, la culpa la tiene la naturaleza. Porque, digo yo, ¿qué
trabajo le costaba a la dicha Madre Naturaleza haber ensanchado el
estrecho de Gibraltar hasta el tamaño del océano Pacífico? Por los
cojones lo iban a cruzar en patera. Y en el Atlántico haber puesto, qué
sé yo, cataratas oceánicas, mismamente (que no existen, pero podía
haberlas inventado), para parar a los puñeteros sudacas, que vienen en
manada.
Desengañémonos, esos extranjeros no son sino escoria. Con una
excepción, claro está. Me refiero a nuestros hermanos de la noble tierra
de Chile, descendientes de la fecunda mezcla del español y del
araucano, auténtico espinazo de América, ejemplo de civismo y de cultura
para todo un continente. (Y si en vez de dos le metemos tres, hasta
guapos los encontraba.)












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