Balsa Cirrito
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POR FAVOR, NO ME AYUDES
Hay un asunto sobre el que siempre he querido apuntar un par de ideas, pero que no me parecía muy acorde con los temas que solemos tratar en Rota al día. Sin embargo, Izquierda Unida, que organizó la semana pasada una charla de apoyo al pueblo palestino en Rota, me proporciona la excusa. Los pobres.
Nadie ha hecho más daño al pueblo palestino que los defensores del pueblo palestino. Si no, hagan cuentas: la independencia de Israel tuvo lugar en 1948. Hace la friolera de 65 años. Pues bien, hay palestinos que llevan todo ese tiempo como refugiados. Ahí es nada. Uno no puede entender que una persona sea refugiado durante bastante más de medio siglo, que nazca refugiado, viva refugiado y muera refugiado; pero es que los amigos de los palestinos han forzado a ese pueblo (como veremos más adelante, pueblo hipotético) a una existencia miserable.
Los propalestinos entran básicamente dentro de dos categorías. En primer lugar, se hallan los propalestinos árabes o musulmanes; esto es: iraníes, árabes, egipcios, sirios, jordanos, marroquíes, etc. Básicamente tratan de mantener el problema palestino abierto como forma de hacer olvidar a sus propios pueblos que sufren gobiernos tiránicos y/o despóticos. La mejor manera de excusarse para un gobernante déspota árabe/musulmán es echarle la culpa de todo a los judíos. El caso de Saddam Hussein nos podría servir de ejemplo. Hasta que vio venir la invasión, antes de la segunda Guerra del Golfo, Saddam no se acordaba de los palestinos ni para enviarles escapularios. Cuando se dio cuenta de que su cuello peligraba (y tanto que peligró), Saddam sufrió un ataque de amor a Palestina y, como una ocurrencia de último momento, le dio por ofrecer treinta mil dólares (30.000) a la familia de cada terrorista palestino que realizara un ataque suicida contra israelíes. Según se ve, una bonita iniciativa. Como ése, podríamos ofrecer numerosos ejemplos.
En general, los pueblos árabes que rodean Palestina quieren tanto a los palestinos que la mayoría no les permiten nacionalizarse (es decir, un palestino lo tiene imposible para hacerse sirio o saudí, aunque haya vivido en esos países durante decenios) y, más grave aún, no les dejan practicar una gran cantidad de profesiones y oficios, con el objetivo confesado de que los palestinos continúen siendo miserables refugiados. Esto resulta especialmente lamentable porque el pueblo palestino, en realidad, no existe. Jamás hubo una entidad ni cultural ni política que agrupara a los palestinos. Como tales, son prácticamente iguales a los naturales de los países limítrofes. En lengua, en cultura y en costumbres, las diferencias que pueden existir entre un palestino y un sirio o un jordano vienen a ser las mismas que encontraríamos entre un gaditano y un sevillano, y aunque a veces nos imaginemos lo contrario, no existe un pueblo sevillano. Por lo demás, estos pueblos árabes/musulmanes amigos de los palestinos han alimentado insensatas esperanzas anunciando docenas de veces que iban a exterminar a los israelíes y que los iban a arrojar al mar por medio de una guerra victoriosa; para después experimentar innumerables derrotas en esas mismas guerras; y esto pese a su superioridad material y de recursos. Claro que esta superioridad árabe ha venido frecuentemente acompañada de incapacidad técnica, cobardía de los mandos, corrupción y, casi siempre, de una desorganización terrible. El resultado es que los palestinos se han mostrado, sobre todo durante los primeros decenios de la existencia de Israel, terriblemente intransigentes ante cualquier negociación.
La otra categoría de los amigos de los palestinos es la de los occidentales bienintencionados. Normalmente, se trata de personas de ideas avanzadas, lo cual me llena de estupor. En este caso, como en el de los nacionalismos separatistas, se me escapa como gentes de izquierda defienden a otra gente con posturas tan esencialmente antiizquierdistas. Esos palestinos arropados por los occidentales, son ferozmente reaccionarios, machistas hasta espantar a un mejicano de Jalisco, teocráticos, antidemócratas, y con una organización social que hubiera rechazado un señor feudal europeo de la Edad Media. Los árabes que mejores condiciones vida tienen, para vergüenza de los antiisraelíes, son los árabes palestinos que viven en el estado judío. Exceptuando a los habitantes de los emiratos petrolíferos, los árabes con mayor renta son los árabes de Israel. Y, por supuesto, son los únicos que viven en un país democrático, que pueden votar y que tienen varios partidos políticos – de árabes palestinos – en el parlamento israelí.
Ya digo, frente a los palestinos tenemos a Israel, que es un país democrático, que respeta a las mujeres y a los homosexuales (los gays árabes van a divertirse a Tel Aviv, ya que en sus países irían a la cárcel), que permite la disidencia y cuyos ciudadanos se manifiestan contra su ejército o su gobierno cuando éstos cometen abusos sobre precisamente los palestinos. Quien sea capaz de hallar una sola, repitámoslo, una sola voz árabe de crítica a alguno de los infinitos asesinatos de inocentes o actos terroristas indiscriminados cometidos por palestinos o por sus amigos contra los israelíes, que levante la mano (no encontrará casi ninguna).
Por supuesto no pretendemos decir que los israelíes tengan la razón absoluta ni muchísimo menos. Hasta, digamos, 1980, no tengo ninguna duda de que los israelíes eran los buenos de la película, en un sentido casi absoluto; pero desde entonces han cometido numerosos errores y algunas infamias que es justo señalar, especialmente, durante las Intifadas. No obstante, parece que se tratara de un juego donde Israel tuviera que jugar con unas reglas y los árabes con otras. Cualquier infracción de Israel contra los derechos humanos es señalada y criticada urbi et orbi, lo cual, en principio no es injusto y parece razonable. Lo que no es razonable ni justo es que sus enemigos árabes se pasen por la chilaba cualquier norma del derecho internacional o simplemente de la más estricta humanidad, especialmente, hay que decirlo, contra otros árabes. Los israelíes sufren ataques con misiles todos los días del año. Todos. Casi nunca aparece nada en la prensa occidental. Sin embargo, cuando a algún dirigente judío se cabrea y organiza una acción de represalia por esos ataques, la represalia aparece en todos los periódicos del mundo.
Aunque quizás lo más divertido sea lo de la ONU. Los propalestinos suelen enarbolar las resoluciones de las Naciones Unidas como el argumento definitivo contra Israel. Dejando aparte que la principal de esas resoluciones, la de la creación del estado de Israel (la 181, noviembre de 1947) no ha sido aceptada por los árabes, hay que señalar un detalle que parece escaparse a muchas almas cándidas de Occidente. Casi un tercio de los votos de la asamblea de Naciones Unidas corresponde a naciones con importante población musulmana. Estos países votan sistemáticamente contra Israel. Siempre. Da igual lo que sea. En todas y cada una de las ocasiones. Esto quiere decir que Israel se encuentra, de entrada, en cualquier votación de la ONU con un tercio de los votos en contra. Añadamos la presión (a menudo petrolífera) que ejercen estos países musulmanes sobre terceros, y los países que votan siempre en contra de lo que voten los americanos; de resultas que, y lo subrayo, Israel comienza la mayor parte de las votaciones de la ONU con la derrota asegurada. A decir verdad, la razón principal del descrédito que sufre la ONU en ciertos sectores de EEUU proviene precisamente de todo este asunto. En estas condiciones, no parece razonable concederle demasiado crédito a las condenas de la ONU.
En fin, me extiendo mucho (y me gustaría extenderme todavía más), pero reconozco que me entristece ver a esos europeos, probablemente idealistas, seguramente con buenas intenciones aunque no sobrados de criterio, perjudicar a los mismos a quienes dicen defender. Si quieren ayudar a los palestinos, entiendo que deberían dejarlos en paz. Si los palestinos no tuvieran tantos amigos y partidarios en el mundo, si nadie los azuzara a combatir una lucha sin esperanza, hace décadas que habrían llegado a un acuerdo con Israel, probablemente honorable y que, en el peor de los casos, sería con toda seguridad mejor que la existencia sin horizontes a la que se hallan condenados ahora, donde, rectifico, sí que hay un horizonte: el del fracaso y la frustración. Si los palestinos no tuvieran amigos vivirían vidas decentes, mejores en lo material que las de todos los países vecinos, tendrían dignidad y no sabrían muy bien lo que significaba la palabra kamikaze o el concepto de comando suicida. Pero hay quienes pasan una semana en Gaza, se compran media docena de kufiyas, comen hummus un par de veces, gritan consignas ante el muro de Cisjordania y creen estar haciendo un bien. Luego se vuelven a Europa, a su vida confortable, y dejan a los palestinos en Palestina, aconsejándoles que no desfallezcan en su lucha. Buen sistema. En mi modesta opinión (lo de modesta es broma), Izquierda Unida debería apoyar a Israel, que, al fin y al cabo, es el país donde se ha logrado desarrollar la experiencia socialista más interesante, efectiva y exitosa de la historia: la de los kibutz. Y eso es izquierda, ¿no?












Isabel P. | Domingo, 11 de Agosto de 2013 a las 00:24:58 horas
Qué ignorancia la del autor, por favor! Qué baturrillo de ideas mezcladas con datos históricos. A esto en periodismo se le llama desinformación, nada más.
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