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Sábado, 19 de Enero de 2013

Balsa Cirrito

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LA LETRA Y LA SANGRE Y LA FELICIDAD



   
  
 
Se me viene a la cabeza un reportaje que leí en El País hace muchos años (tantos, que es posible que fuera durante una reencarnación anterior). Hablaba el texto de las universidades americanas, y refería un hecho absolutamente inimaginable para España. No recuerdo de qué universidad ni de qué facultad de esa universidad se trataba, pero el periodista explicaba que los exámenes en aquella institución eran orales. Durante una semana y en un horario determinado, los estudiantes acudían al despacho del profesor, y éste los evaluaba individualmente. Lo difícilmente creíble es que a lo largo de toda esa semana las preguntas del examen eran las mismas. No las cambiaban. Idénticas para el que se examinaba el lunes y para el que lo hacía el jueves. “¿Y no se dicen las preguntas unos estudiantes a otros?“, preguntaba el reportero estupefacto. “Never”, le respondían orgullosos los universitarios guiris. El reportaje argumentaba que la competitividad era tan grande que nadie le iba a facilitar el camino a otro alumno para que le sobrepasara, y que cada cual mantenía la boca callada por su propio interés.

No entro a valorar si esto es bueno, es malo o nos la sopla, pero lo que si entiendo es que en España caminamos en la misma dirección y que probablemente la crisis esté agudizando la tendencia. En el instituto en el que doy clases, acostumbro desde hace tiempo a impartir mi asignatura sobre todo en segundo curso de bachillerato. Es decir, alumnos que el año siguiente acudirán a la universidad. Y he de decir con tristeza que se ha desatado entre ellos una grave enfermedad. El mal de la angustia.

La angustia. Y es una enfermedad generalizada, paralizante, que convierte algunos de los que debieran ser los más hermosos años de la existencia en una pesadilla. Mucha, demasiada presión. Problemas psicológicos. La competitividad exacerbada. La necesidad de superar a los demás está provocando que lo que antes fuera un problema aislado se haya transformado casi en la norma. Y, francamente, se trata de un panorama que entristece bastante.

 Personalmente entiendo que las ansias juveniles son tolerables si se producen por asuntos de amores; pero ver a un chico o a una chica lleno de opresiva ansiedad, colmado de lacerante opresión a causa de medio punto que les permita ingresar en una determinada facultad universitaria, resulta casi contra natura.

Dicen, sobre todo los neoliberales, que así avanzan las naciones, que la competencia salvaje estimula el progreso y el desarrollo de un país. Pudiera ser (aunque, como vemos con claridad, las teorías de los neoliberales fallan con una regularidad enternecedora), pero cabe preguntarse si merece la pena.

Muy posiblemente se trata de una tendencia irreversible, y un tributo que hay que pagar por pertenecer al primer mundo. Pero no estaría mal guardar algún equilibrio. En Japón existe un refrán que dice que todo aquel que duerma más de cinco horas diarias no llegará a la universidad, ya que supondría que no ha estudiado lo suficiente. Cabe pensar si en esas condiciones, merece la pena ir a la universidad. Recuerdo la frase de una novela (una mala novela, por cierto) de una conocida escritora ruso-americana, quien curiosamente es uno de los sustentos ideológicos de  los mencionados ultraliberales. La frase era la siguiente: “la felicidad es un sentimiento de clase media; ¿a quién le interesa ser feliz?” Dando a entender que lo verdaderamente importante era ser rico o poderoso o ambas cosas a la vez. 


Dicha así, se trata de una frase que nadie suscribiría. La boutade de una escritora con ganas de llamar la atención. Todos pensamos (o creemos que pensamos) que lo realmente importante es alcanzar la felicidad, sea ésta lo que sea. Sin embargo, fabricamos con entusiasmo un mundo que proclama lo contrario. Lo cual no deja de ser una estupidez: el mundo se basta y se sobra para hacer a la gente desgraciada. Y para nada necesita de nuestra ayuda.



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  • Cucudrulu

    Cucudrulu | Lunes, 28 de Enero de 2013 a las 14:13:07 horas

    Alcanzar la felicidad es una entelequia. Ser feliz no es más que disfrutar los pequeños momentos del día a día; la frase no es mía, es de una excelente novelista norteamericana: Pearl S. Buck.

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  • José Antonio Herrera

    José Antonio Herrera | Sábado, 19 de Enero de 2013 a las 14:25:01 horas

    totalmente de acuerdo contigo, si me permites, voy a parafrasear a Feyerabend, quíen decía- hablando del excesivo profesionalismo en el conocimiento -que se necesita menos moralismo, menos interés por la verdad, menos seriedad, un desinflamiento de la consciencia profesional y una actitud más lúdica. Esto es ahora aplicable a cualquier área de nuestra vida actual en los países desarrollados.

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