Propósitos de Año Nuevo
Una vez pasadas las fiestas navideñas pensé que mis primeros escritos estarían teñidos de la cordialidad, la familiaridad, la disposición solidaria y las buenas intenciones que se viven en esta época. Al menos esa era mi intención que ya mostré en el anterior escrito, que para tratar temas más desagradables ya habría tiempo. Sería lógico que los propósitos que nos hacemos tuvieran al menos unos días de vigencia.
En cambio, quizá por la inconsistencia de estos retos, muchas veces carentes de un verdadero compromiso, las serias programaciones a larga distancia se diluyen como un azucarillo en el café caliente.
Aunque sobre aquellas gentes de quienes voy a comentar, quizá se hayan planteado mejorar sus conductas sociales. De siempre ha sido frecuente que determinados grupos, formados por lo general por gente joven, se hayan caracterizado por su conducta antisocial, fruto posiblemente de una frustración que se manifiesta en actos agresivos contra el entorno. En ningún caso me parece justificable, si bien a la hora de tratar de explicar las causas que lo determinan sea recurrente pensar que esa rabia que arrastran se deba a una situación previa de injusticia que no se ha asimilado.
Otras veces, y es ahora cuando nos metemos de lleno en el objeto de este texto, no hace falta arribar a tan lejanos puertos, para darse cuenta de que no existen más razones que aquellas procedentes de uno mismo cuando la estupidez anida en un cerebro poco inteligente. Los actos agresivos y dañinos contra el entorno ciudadano que se han ido produciendo en los últimos tiempos, pasaban en su mayor parte por centrarse en pintadas absurdas y de mal gusto que si bien sólo servían para calificar a sus autores, se asumían como algo inevitable.
Como quizá lo que esta gente (vándalos, bárbaros, salvajes, bestias o como quiera que se apelliden) pretende es llamar la atención sus patéticos actos han ido adquiriendo otra cariz más grave. De todos es sabido la agresión perpetrada contra las figuras del Belén de la Plaza, que muestran un grado más de perversión y unos cuantos menos de inteligencia. Sin entrar ni mucho menos a valorar posiciones ideológicas, el acto en sí resulta repugnante y muestra una absoluta falta de respeto a toda la ciudadanía y en especial una carencia de sensibilidad total hacia los niños y las niñas que suelen ser quienes más disfrutan de la tradicional escena navideña. Hasta este punto llegan con sus “gracias”, aunque es muy posible que mentes tan obtusas hayan llegado a prever las consecuencias. Puede que unas delirantes risas, producto de su estado de toxicidad, hayan sido la gratificación obtenida con tal hazaña.
Pero la cosa no queda aquí, por eso lo de los propósitos del año nuevo. Ahora, no sé si la misma gente u otra de parecida calaña, les ha dado por mostrar su bestialidad corporal, inversamente proporcional a su sentido común, rompiendo las barandillas de madera que protegen el camino de las pasarelas de los pinos en las zonas donde hay riesgo de posibles caídas. Tampoco espero que sean capaces de darse cuenta que son muchas las personas mayores que las utilizan y que a veces precisan de estas barandillas para mayor seguridad en su caminar. Igual que, rotas como las han dejado, tampoco protegerán a cualquier criatura que quiera adelantarse al ritmo de sus padres, con el peligro que acarrearía una caída en estas condiciones.
Lo dicho, tampoco se puede pedir peras al olmo, pero al menos que sepa esta caterva maleducada y ridícula que han conseguido algo de sus vecinos: el más profundo desprecio a sus gamberradas.
Manuel García Mata
De Rota | Jueves, 10 de Enero de 2013 a las 13:11:16 horas
Bien dicho Manolo, todos hemos sido jovenes y no todos hemos hecho gamberradas que dañaban a nuestros vecinos, solo unos pocos que si bien es verdad los hay en todas las generaciones
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