Yo no soy político
El último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) constata que aumenta el descrédito de la política y de los políticos entre los ciudadanos.
A la pregunta sobre la situación política general en España, el 76% de los encuestados responden que es mala (34%) o muy mala (42%); el 89,5% responde que es igual (40,5%) o peor (49%) que hace un año; y el 88,3% dice que será igual (49,1%) o peor (39,2%) el año próximo.
A la pregunta sobre cuál es el principal problema que existe actualmente en España, el 11,2% responde que “los políticos en general, los partidos y la política”, sólo por debajo del paro (56,8%) y los problemas de índole económica en general (13,3%), pero por encima de problemas tan acuciantes como la sanidad y la educación.
Si se pregunta cuál debería ser el principal objetivo de la sociedad española en los próximos cinco años, para el 16,5% es “luchar contra la corrupción política”, sólo después del paro, que obtiene el 64,5%.
Finalmente, a la pregunta: “dentro de 5 años, ¿cree Ud. que en España habrá aumentado o habrá disminuido la corrupción política?”, el 49.6% dice que habrá aumentado, el 23.7% que seguirá igual y el 19.5% que habrá disminuido.
Hasta aquí las cifras. Si ahora pasamos a reflexionar sobre dichas cifras, después de constatar la gran mayoría de ciudadanos descontentos con los políticos (lo que no debe asombrarnos cuando consideramos que más de 300 políticos españoles se encuentran imputados en casos judiciales relacionados con la corrupción), llama la atención poderosamente el pesimismo de la ciudadanía sobre el futuro: el próximo año la situación política será tan mala o peor que este año y, lo que es peor, dentro de cinco años habrá aumentado o será igual la corrupción política.
¿A qué puede deberse este pesimismo?
Pienso que poco a poco se ha ido despersonalizando a los ciudadanos que se dedican a la política para englobarlos a todos en una masa informe llamada “clase política” a la que podemos criminalizar sin remordimiento. Pero los políticos no son una masa amorfa; son ciudadanos concretos que dedican una parte más o menos amplia de su vida a satisfacer equitativamente las necesidades de los que vivimos en una sociedad. Los políticos son necesarios. Basta pensar en qué sería una ciudad (y no digo una nación) si nadie quisiera dedicarse al gobierno de la misma: sin Ayuntamiento, sin policía, sin legisladores, sin jueces, etc. De los miles de personas que se dedican a la política hay imputadas algo más de trescientos. ¿Basta eso para decir que todos los políticos son corruptos?
Además se equivoca quien cree que los políticos son únicamente los que mandan, para decirlo llanamente. Políticos somos también todos los ciudadanos. El filósofo griego Aristóteles definía al hombre como “un animal político” para diferenciarlo de los restantes animales. La palabra “político” es una palabra griega que significa “ciudadano”, que vive en una ciudad (polis), en una sociedad donde las interrelaciones de todos sus miembros deben ser ordenadas para el bien de todos. En la sociedad todos son políticos: los que designan a los que mandan y los que mandan para que la sociedad revierta en bienestar para todos. Por eso todos somos responsables de cómo vaya la sociedad; es verdad que unos en mayor grado que otros. Pero lo que no podemos es achacar toda la responsabilidad a los “políticos”, mientras renunciamos a nuestra obligación ciudadana de elegir a los mejores.
Es verdad que la elección de los mejores se hace muy difícil en un sistema electoral de listas cerradas que anteponen el del partido al mérito de los individuos. Pero esto tal vez podría remediarse si no estuviéramos habituados en bastantes ocasiones a votar con las tripas más que con la razón y a identificar con frecuencia el bien común con nuestra propia conveniencia. Y me explico con dos ejemplos.
El primer ejemplo nos lo dan algunos pueblos o comunidades cuyos gobernantes (hay ejemplos de todos los partidos) han sido imputados por alguna forma de corrupción. Cuando han llegado las elecciones, los ciudadanos los han mantenido en el poder, incluso aumentando la mayoría de que disponían anteriormente. Para tales ciudadanos ha prevalecido la corrupción sobre la justicia, aunque el bienestar nacido de la corrupción se haya demostrado después bastante pasajero.
El segundo ejemplo lo saco de las últimas elecciones generales. Algunos dicen que no las ganó el PP sino que las perdió el PSOE; de hecho, Rajoy tiene una valoración muy baja entre los ciudadanos. Sea como sea, las últimas elecciones generales han sido un claro ejemplo de votar con las tripas y no con la razón. Aunque Zapatero haya quedado muy desprestigiado por no haber admitido la crisis cuando todos la veían claramente y en toda Europa se aceptaba, y por haber tomado después medidas muy impopulares, sobre todo porque afectaban casi exclusivamente a los más débiles, la reacción de muchísimos ciudadanos ha sido tan visceral que, por castigar a Zapatero y al partido socialista (que se lo merecían) no se han parado a reflexionar en que podíamos estar saliendo de Guatemala para entrar en Guatepeor. Cuando llegaron las elecciones ya se conocía la trama de corrupción Gürtel, que afectaba principalmente a las comunidades de Valencia, Madrid, Murcia y Castilla-León, todas del PP, e incluso a la financiación del propio PP. Se vivía ya la crisis del ladrillo cuyo origen hay que buscarlo en la época de Aznar, aunque los gobiernos socialistas sean también responsables por no haber querido o sabido ponerle freno. Se conocía también el mal gobierno y corrupción en la Cajas de Ahorro, en gran mayoría en comunidades del PP, y de las que se han salvado de la quema solamente Unicaja en Andalucía, la Caixa en Cataluña y las Cajas del País Vasco, precisamente en las que no eran mayoría los consejeros nombrados por el PP. Pues a pesar de todo esto, el PP consiguió una amplia mayoría, perdiéndose la oportunidad de que algún partido, por ejemplo UPyD (del que no soy militante), todavía limpio por su corta historia y dimensión, pudiera haber obtenido los suficientes diputados para poder acabar con los gobiernos monolíticos que impiden el consenso de todos, necesario para salir de esta crisis.
Y resumo. La renovación política no solo la necesitan quienes gobiernan. También los ciudadanos de a pié la necesitamos. La facilidad con la que decimos “yo no soy político” y tenemos a gala no interesarnos por la política pudiera hacer verdad el dicho de que “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”.
Antonio Álvarez Martín
Alberto Niño | Viernes, 01 de Febrero de 2013 a las 13:37:06 horas
No estoy de acuerdo con usted por algo que me falta en su reflexión: proyecto político. El hecho de que abogue por dejar de votar al PP o al Psoe y dar paso, por ejemplo, a UPyD basándose en que es un partido reciente, nos llevará a más de lo mismo. España está mal porque el proyecto político que nos reserva la UE es ser el Puerto Rico de Europa (pobreza, analfabetismo, y precios baratitos pa los veraneantes ricos del norte) y competir con China igualando nuestras condiciones laborales y sociales a las que allí tienen (donde son esclavos). Los partidos han de ser una herramienta para lograr un modelo de sociedad que comparten sus votantes. Cambiar uno por otro sin profundizar y analizar el proyecto que proponen es caer en votar al otro x ser menos malo. España necesita decidir qué quiere hacer con su economía, sus instituciones y cómo resolver los problemas que tiene encima. En la respuesta que cada partido dé a esas preguntas debe recaer el voto. Y luego, comprobar que el proyecto que proponen y el método para conseguirlo es válido y está funcionando, o si no es como dijeron y por tanto exigirles dimisión.
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