Balsa Cirrito
![[Img #20289]](upload/img/periodico/img_20289.jpg)
TRADICIONES: LOS TRES FANTASMAS DE LA NAVIDAD
Probablemente no sea algo que interese a muchas personas, pero si tuviera que definirme a mí mismo con una palabra, esa sería la de antitradicionalista. Igual que hay gente – incluso mucha gente – amante a destajo de las tradiciones, también nos encontramos aquellos a quienes éstas nos ponen los pelos de punta. En mi opinión, cuando algo se convierte en tradicional suele ser porque resulta o grosero o cursi o terriblemente reaccionario. Si además de tradicional es folklórico, entonces casi seguro que me hierve la sangre. De ahí mi profunda antipatía por Semana Santa, Carnavales, ferias y romerías (lo cual no impide que haya retransmitido por radio y TV más procesiones que nadie en Rota, ni que haya salido en repetidas ocasiones en agrupaciones de carnaval, ni que, algunos años, de las aproximadamente cien horas de que consta la Feria de Primavera, haya pasado en el Real setenta y tantas).
Como he contado en alguna ocasión, de todo este vade retro a las tradiciones exceptúo la Navidad. Por no sé qué motivo, toda la mitología del portal de Belén, de los Reyes Magos en sus camellos y del árbol con colgajos y bolitas iridiscentes, me emboba y me deja con cara de panoli. (Aún más).
Sin embargo, como no podía ser de otra manera, también encuentro peros a la Navidad, y ahora que acaban las fiestas es buen momento para señalarlos. Básicamente tres.
El primero resulta muy evidente: los villancicos. Dejando de lado el desagradable sonsonete de la mayoría de ellos, su repertorio es como el listado de los dirigentes provinciales del PSOE, que no se renueva casi nunca. Los villancicos siempre son los mismos. A decir verdad, en los días de mi vida, dentro del catálogo español sólo recuerdo una novedad apreciable, que, encima, no se puede cantar por ahí, y es el bonito villancico de Canal Sur. (De los villancicos flamencos prefiero no hablar: nada existe más triste que una cinta de casette de quejíos navideños agitanados). Vivir en las calles del centro de Rota y escuchar la misma grabación de canciones navideñas un día y otro y un año y otro también creo que está en trance de ser declarado inconstitucional, por considerarse tortura.
Relacionado con el primero, se halla el segundo embolado navideño. Estoy hablando de las zambombas. Lo de las zambombas (no el instrumento, sino la gente que se reúne para cantar) me parece realmente pernicioso. Para empezar, se nos presenta como tradicional algo que, encima, ni siquiera lo es. Ya digo que me fastidian las tradiciones, pero la impostura zambombera resulta todavía peor. Hasta hace quince años, quizás veinte, al menos yo, no había oído nunca hablar de las zambombas, y desde luego en Rota no se celebraban (descontando que fuera un evento clandestino). Pero, además, ¿de verdad alguien se lo pasa bien en una zambomba? Salvo que uno se enfunde media botella de anís Machaquito, parece difícil, aunque entonces, con el anís en el cuerpo, tanto nos da una zambomba como una convención de hare Krisna. Las zambombas a las que he asistido –confieso que tampoco demasiadas – tienen todas el mismo guión. Gente aburrida esforzándose por cantar unos villancicos igual de aburridos de los cuales los participantes desconocen la letra y a menudo también la música. Y el fingimiento de alegría de la mayoría de las zambombas termina resultando un poco triste.
La tercera lacra de la Navidad no es estrictamente navideña, aunque sí que entra dentro del marco general del merricrismoteo. Hablo de la noche de fin de año y de los endiablados cotillones. Por fortuna, ya no acudo a ninguno, pero durante mis años mozos pagaba tributo a tan innoble y poco práctica costumbre. Soy bebedor de cerveza (y de escaso aguante); jamás conseguí ni siquiera aproximarme a que mi desembolso se adecuara a lo que consumía. Pongamos por ejemplo, pagaba treinta euros por le entrada al cotillón y me bebía lo que en el bar de costumbre me hubiera costado nueve o diez o doce euros si me excedía mucho. Encima, tampoco me lo pasaba demasiado bien (en general, casi nadie se lo pasa bien en las fiestas de fin de año) (por eso las borracheras son tan grandes). Por lo demás, el no acudir a cotillones tiene la ventaja de que se puede ver al día siguiente el concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena. Durante muchos años creí que se ese concierto trataba de una leyenda urbana, ya que, por más esfuerzos que realizara, nunca lograba levantarme antes del concurso de saltos de trampolín de Garmisch. Con lo bonito que es el Danubio Azul.
(Aunque, ahora que lo pienso. El concierto de Viena también es una tradición).
En fin. Acaban las navidades, que vienen a ser un paréntesis dentro de la vorágine del mundo y de las preocupaciones. Pues ojalá no se acabaran.












mafalda | Viernes, 11 de Enero de 2013 a las 12:51:49 horas
vaya par de aburrios
Accede para votar (0) (0) Accede para responder