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Sábado, 05 de Enero de 2013

Balsa Cirrito

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TRADICIONES: LOS TRES FANTASMAS DE LA NAVIDAD



 
  
  
Probablemente no sea algo que interese a muchas personas, pero si tuviera que definirme a mí mismo con una palabra, esa sería la de antitradicionalista. Igual que hay gente – incluso mucha gente – amante a destajo de las tradiciones, también nos encontramos aquellos a quienes éstas nos ponen los pelos de punta. En mi opinión, cuando algo se convierte en tradicional suele ser porque resulta o grosero o cursi o terriblemente reaccionario. Si además de tradicional es folklórico, entonces casi seguro que me hierve la sangre. De ahí mi profunda antipatía por Semana Santa, Carnavales, ferias y romerías (lo cual no impide que haya retransmitido por radio y TV más procesiones que nadie en Rota, ni que haya salido en repetidas ocasiones en agrupaciones de carnaval, ni que, algunos años, de las aproximadamente cien horas de que consta la Feria de Primavera, haya pasado en el Real setenta y tantas).

Como he contado en alguna ocasión, de todo este vade retro a las tradiciones exceptúo la Navidad. Por no sé qué motivo, toda la mitología del portal de Belén, de los Reyes Magos en sus camellos y del árbol con colgajos y bolitas iridiscentes, me emboba y me deja con cara de panoli. (Aún más).

Sin embargo, como no podía ser de otra manera, también encuentro peros a la Navidad, y ahora que acaban las fiestas es buen momento para señalarlos. Básicamente tres.

El primero resulta muy evidente: los villancicos. Dejando de lado el desagradable sonsonete de la mayoría de ellos, su repertorio es como el listado de los dirigentes provinciales del PSOE, que no se renueva casi nunca. Los villancicos siempre son los mismos. A decir verdad, en los días de mi vida, dentro del catálogo español sólo recuerdo una novedad apreciable, que, encima, no se puede cantar por ahí, y es el bonito villancico de Canal Sur. (De los villancicos flamencos prefiero no hablar: nada existe más triste que una cinta de casette de quejíos navideños agitanados). Vivir en las calles del centro de Rota y escuchar la misma grabación de canciones navideñas un día y otro y un año y otro también creo que está en trance de ser declarado inconstitucional, por considerarse tortura.

Relacionado con el primero, se halla el segundo embolado navideño. Estoy hablando de las zambombas. Lo de las zambombas (no el instrumento, sino la gente que se reúne para cantar) me parece realmente pernicioso. Para empezar, se nos presenta como tradicional algo que, encima, ni siquiera lo es. Ya digo que me fastidian las tradiciones, pero la impostura zambombera resulta todavía peor. Hasta hace quince años, quizás veinte, al menos yo, no había oído nunca hablar de las zambombas, y desde luego en Rota no se celebraban (descontando que fuera un evento clandestino). Pero, además, ¿de verdad alguien se lo pasa bien en una zambomba? Salvo que uno se enfunde media botella de anís Machaquito, parece difícil, aunque entonces, con el anís en el cuerpo, tanto nos da una zambomba como una convención de hare Krisna. Las zambombas a las que he asistido –confieso que tampoco demasiadas – tienen todas el mismo guión. Gente aburrida esforzándose por cantar unos villancicos igual de aburridos de los cuales los participantes desconocen la letra y a menudo también la música. Y el fingimiento de alegría de la mayoría de las zambombas termina resultando un poco triste.

La tercera lacra de la Navidad no es estrictamente navideña, aunque sí que entra dentro del marco general del merricrismoteo. Hablo de la noche de fin de año y de los endiablados cotillones. Por fortuna, ya no acudo a ninguno, pero durante mis años mozos pagaba tributo a tan innoble y poco práctica costumbre. Soy bebedor de cerveza (y de escaso aguante); jamás conseguí ni siquiera aproximarme a que mi desembolso se adecuara a lo que consumía. Pongamos por ejemplo, pagaba treinta euros por le entrada al cotillón y me bebía lo que en el bar de costumbre me hubiera costado nueve o diez o doce euros si me excedía mucho. Encima, tampoco me lo pasaba demasiado bien (en general, casi nadie se lo pasa bien en las fiestas de fin de año) (por eso las borracheras son tan grandes). Por lo demás, el no acudir a cotillones tiene la ventaja de que se puede ver al día siguiente el concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena. Durante muchos años creí que se ese concierto trataba de una leyenda urbana, ya que, por más esfuerzos que realizara, nunca lograba levantarme antes del concurso de saltos de trampolín de Garmisch. Con lo bonito que es el Danubio Azul.
(Aunque, ahora que lo pienso. El concierto de Viena también es una tradición).

En fin. Acaban las navidades, que vienen a ser un paréntesis dentro de la vorágine del mundo y de las preocupaciones. Pues ojalá no se acabaran.



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  • mafalda

    mafalda | Viernes, 11 de Enero de 2013 a las 12:51:49 horas

    vaya par de aburrios

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  • porreta

    porreta | Martes, 08 de Enero de 2013 a las 20:59:14 horas

    POR FIN! alguien dice algo de la catetada de los cotillones, con lo que nos gusta a los andaluces la libertad de hablar con uno y otro de ir a un bar y terminar recorriendo con tus amigos los bares de tapeos, que cosa mas hortera y cateta eso de estar encerrado en un bar como si estuvieras en una lata de anchoas, es patético, y las consumiciones pagadas de antemano y gente pidiendo wisqui con red bull o lo mas caro (y cateto) que se le ocurra para poder aproximarse a lo que se han gastado en la entrada, y si ya tienes novia o mujer no son 30 por cabeza ya son 60 que salen del bolsillo de uno, es horrible dense cuenta de una vez que sois unos catetos de pueblo queriendo imitar fiestas de capitales cuando un madrileño estaría encantado de recorrer los bares de un pueblo como este, y cambiando de tercio, ya esta bien de papas noel colgando de las casas que CATETADA, encima no es tradición nuestra, es UN INVENTO DEL COCA COLA, y respecto a la semana santa, si esa misma cantidad de gente fuera al pleno del ayuntamiento a quejarse sobre la factura abusiva y desmedida del agua (a subido 20 euros) otro gallo cantaría, pero en fin esto es españistan, donde los niños no saben lo que es un fandango y cantan HIP-HOP quejandose como si se hubieran criado en la mas absoluta pobreza, donde sustituimos el dia de llevar flores a nuestros muertos (cosa que yo no hago) para disfrazarnos en ¿halloween?, una fiesta que estos catetos que van a los cotillones creen que es anglosajona y no saben que es de origen "celta" (si lo supieran seguramente ni la celebrarían) pero claro queda muy "cool", por cierto otra cosa que me repugna es esa manera de meter anglicismos estupidos en nuestro amplio y extenso lenguaje, la ultima que he escuchado es SHOPPING, o PERSONAL SHOPER, en fin no estamos volviendo tan patéticos que pronto nos veremos como los americanos jurando bandera antes de que cominece la pelicula en el cine. En fin no os voi a desear felices fiestas porque detesto esa frase y mas en estos tiempos, DISFRUTEN DE LA VIDA Y SEAN FELICES.

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