Balsa Cirrito
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EL TELÓN DE BUTIFARRA (segunda parte)
Aunque tal vez se haya podido pensar otra cosa, siempre he sido un fan de las cosas de Cataluña. Durante mi adolescencia aprendí de memoria un buen número de poemas (en su lengua) del gran Salvador Espriú; con mi grupo de Rock, con el que actúo todos los veranos, canto siempre alguna canción en catalán (o lo que yo entiendo por catalán: un amigo de Valencia me dijo que, según mi pronunciación, igual hubiera podido estar cantando en francés); es más, en estas mismas páginas de Rota al día, con alguna frecuencia los lectores me han reprochado mis comparaciones de Andalucía con Cataluña, comparaciones en las que casi siempre doy ventaja a los catalanes.
Pero todo esto no impide que los separatistas catalanes me parezcan unos insolidarios, unos ombliguistas, unos mezquinos, , unos horteras, unos aburridos, unos prepotentes, unos paletos y unos pobres hombres cuya máxima ideológica es la pequeñez de horizontes y de fronteras (dicho sea sin ofender a nadie); que, además, con mucha asiduidad han utilizado estrategias que sólo se pueden calificar de fascistas. Esto último no es una exageración. Entre los numerosos ejemplos de fascismo con sutil aroma a Generalitat podría valer la no muy lejana ley de doblaje de las salas de cine, verdadero monumento legal al autoritarismo, aunque podríamos ampliarlo a muchas otras leyes sobre educación, sobre rótulos de negocios, etc.
Curiosamente, hay algo que siempre me sorprende, y es que personas que se dicen progresistas o de izquierdas apoyen a los nacionalistas o a los independentistas. No sé si es por falta de cultura política o sencillamente porque son así de salados, pero parecen ignorar que no se puede ser nacionalista y de izquierdas (si hablamos de separatismos, ya entramos en la categoría de oxímoron esquizofrénico). O se es nacionalista o se es de izquierda, pero las dos cosas a la vez no se puede (no me echen la culpa a mí, mejor hablen con Marx). Sin embargo, los tipos con bufanda morada y camiseta del Che Guevara suelen simpatizar con los independentistas, cosa que, dicho sea de paso, habría espantado al pobre Che Guevara, que, como todo izquierdista de ley, era internacionalista.
No me importa repetirlo una vez más: los nacionalismos españoles son movimientos de origen ultraconservador y ultraderechista, que beben en parecidas fuentes ideológicas que los mismísimos nazis, con un profundo sesgo insolidario y antiliberal y que en algunos casos derivan a tendencias indisimuladamente racistas. Son gente que, además, se centran en lo que divide a los pueblos y no en los que los une, y que parecen creer más importante lo que pasó durante siete u ocho décadas de la Edad Media que durante los setecientos u ochocientos años siguientes.
En fin, no me quiero embalar (aunque, de hecho, ya me he embalado), porque mis intenciones son en esta ocasión muy diferentes. Saquemos conclusiones aproximadamente positivas. Si finalmente se consumase la independencia de Cataluña, me llevaría uno de los disgustos más grandes de mi vida, pero como la misma sigue, se me ocurren, como poco, dos consecuencias positivas. Y hablo de consecuencias tangibles, no de delirios espirituales.
La primera resulta muy evidente: una eventual independencia de Cataluña dispararía la industria, especialmente la alimentaria, del resto de España. No hay que ser un gran profeta para augurar que los productos de esa Cataluña independiente tendrían poco éxito en España. De hecho, si tuviera que comprar acciones de una empresa, yo en este momento elegiría la sidra El gaitero. Se entiende; el previsible batacazo que se van a pegar estas navidades los cavas catalanes los va a ocupar con mucha probabilidad esta simpática marca, creo que asturiana. Y como éste podría poner muchos ejemplos.
La otra consecuencia positiva quizás sea menos clara, y quizás tenga un importante componente quimérico, porque reconozco que se trata de una posibilidad lejana. Pero no irreal.
Vayamos con un preámbulo. En 2005 una importante revista portuguesa (no recuerdo el nombre) realizaba una encuesta bastante extraña para ser hecha por una revista lusitana, ya que se trata de un país que aparentemente tiene como seña de identidad su antagonismo con España. La encuesta preguntaba lo siguiente: “¿Estaría usted de acuerdo en unir Portugal con España?”. El sorprendente resultado decía que un veinticinco por ciento de los portugueses estaba dispuesto a unirse a nuestra nación. ¡Ostras, Pedrín! En fin, podríamos pensar, un mal día lo tiene cualquiera. Vale. Pero sigamos, porque lo bueno es que un par de años después los de la revista volvieron a realizar la encuesta, y el resultado ahora, caray, decía que un ¡treinta y dos! por ciento de los portugueses estaba predispuesto a la unión ibérica. Treinta y dos y subiendo.
En mi opinión, precisamente una España hegemónica y excesivamente poderosa sería la razón que más dificultaría a los portugueses la asociación con España. Con toda evidencia, una España sin Cataluña resultaría menos hegemónica y poderosa y sería más aceptable para nuestros vecinos que se sentirían más valorados. Créanme, no se trata de un disparate. A decir verdad, a lo largo de la historia la península ha estado unida durante muchos periodos: la Hispania romana. En tiempo de los visigodos. Durante los siglos XVI-XVII… Una España sin Cataluña, insisto, sería más fácil de asimilar para los portugueses, que como es lógico, están deseando dejar de ser un país de categoría menor (el objetivo, ya vemos, de los zumbados independentistas) y a los que haría en realidad bastante ilusión una península unida. Incluso el nombre de España no les resultaría completamente ajeno. En el poema nacional portugués Os Lusíadas, de Camoens, los portugueses se llaman indistintamente a sí mismos portugueses, lusitanos o españoles (espanhóis).
Tal vez, el mayor problema para la unión sería la figura del rey; después de todo España es una monarquía y Portugal es república. Aunque, ¿quién sabe? Al fin y al cabo, el rey Juan Carlos pasó toda su infancia en Portugal, y habla su idioma igual que el nuestro (lo cual, en el fondo, tampoco es decir demasiado).
Pero lo mejor, sin duda, sería una península unida con catalanes incluidos, con lo cual volvemos al principio, que es más bien triste.
En realidad, uno no acaba de entender muchas cosas. Cuando escucho hablar a alguno de estos independentistas que se consideran tan diferentes siempre me entran ganas de hacerles ciertas preguntas de simplicidad infantil: ¿Qué tomáis la noche de fin de año, lentejas como los italianos o uvas como los españoles? ¿Quién trae regalos a los niños en Navidades, San Nicolás como a los holandeses o los Reyes Magos como a los españoles? Los domingos, cuando se reúne la familia en casa de los padres, ¿qué almorzáis, chuletas a la barbacoa como los americanos o paella como los españoles? ¿Qué partido de fútbol es el que más os excita, el Liverpool-Manchester como a los ingleses o el Real Madrid-Barcelona como a los españoles? ¿Qué… (podemos seguir durante horas)?












cucudrulu | Viernes, 09 de Noviembre de 2012 a las 14:06:32 horas
¿acemila? un borrico de carga? joe que cultura, ¿no te juntaras con jose?
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