Balsa Cirrito
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EL TELÓN DE BUTIFARRA (Primera parte)
Y digo yo, ¿por qué no convocamos un referéndum para ver si permitimos a Cataluña seguir formando parte de España? ¿Los dejamos o no los dejamos continuar siendo españoles? ¿Podrán seguir sintiéndose compatriotas de Rafa Nadal, de Almodóvar, de Pérez Reverte, de Antonio Banderas y de Chiquito de la Calzada? Y es que por algún lado se me confunden las cuentas. Son ellos los que perderían cuatrocientos ochenta mil kilómetros cuadrados y casi cuarenta millones de habitantes (léase consumidores), no nosotros.
Tengo la sensación de que alguien ha engañado a los independentistas catalanes sobre su importancia en el mundo. Puede que las victorias del FC Barcelona les hayan hecho equivocarse sobre su categoría. En el panorama mundial, España es una pieza pequeña. Cataluña no llega ni a pieza. Casi no llega a engranaje. No sé, pero cuando veo a los independentistas catalanes me suelo acordar de Austria. Austria es un país más rico, más culto, más grande y con mayor número de habitantes que Cataluña. Además, hablan alemán, que es una de las cuatro o cinco lenguas importantes del planeta (cosa que, sin faltar a nadie, no es el catalán). Sin embargo, Austria vive en una perenne depresión por su pequeñez e insignificancia. Si eso le ocurre a Austria podemos imaginar lo que le podría ocurrir a Cataluña.
Las razones profundas de los independentistas catalanes son básicamente dos. Por un lado, piensan que son superiores al resto de los españoles. Por otro, creen que el resto de los españoles son inferiores a ellos. Si estos pensamientos ocultan algún arraigado complejo, no me pronuncio. Los independentistas catalanes se proclaman más cultos, más ricos y más modernos que los demás españoles. Estadísticamente, hay sin embargo dentro de España comunidades con mejores índices culturales y con mayor renta, así que por ese lado podemos demostrar, casi científicamente, que andan equivocados. En cuanto a lo de que son más modernos…
Realmente los independentistas catalanes piensan de forma casi trascendente que son más modernos que nadie, y da igual lo que queramos entender por modernidad. ¡Qué ángel tienen los jodíos! Sin embargo, y deberían saberlo, el origen y esencia del nacionalismo catalán es básicamente paleto. No lo digo por decir. En Barcelona capital, la lengua más hablada desde hace doscientos o trescientos años es el castellano, no el catalán. Donde hablaban catalán era en los pueblos y aldeas, generalmente las gentes de menor cultura y que miraban con desconfianza a los depravados habitantes de las ciudades. El hecho de que en Cataluña se hayan impuesto los catetos de los villorrios a las gentes de la ciudad no es como para que nos lo vayan restregando, me parece.
Pero, sobre todo, donde se emplea a fondo el complejo de catalanidad es en la paranoia colectiva de que son un pueblo perseguido por las fuerzas del mal (parecería que Frodo Bolsom no fuera natural de La Comarca, sino de Castelldefels). En Cataluña el victimismo ha alcanzado la categoría de componente químico indispensable. Déjenme que les cuente una anécdota de hace ya muchos años.
En 1986 estuve en Barcelona trabajando en una sala de fiestas durante quince días. Iba acompañado de un par de amigos. Digamos, es un poner, que mis amigos se llamaban Maicol y Felipe. Pues bien, Maicol, Felipe y yo andábamos en el mes de mayo de 1986 por Barcelona. En aquel mes de mayo, el FC Barcelona había alcanzado la final de la copa de Europa. La disputaba contra un equipo rumano bastante esotérico y endeble, y el ambiente de la ciudad era de euforia nada contenida. Los supermercados mostraban en las puertas de sus locales grandes expositores con ofertas de botellas de champán (perdón, quise decir cava); la policía acordonaba los lugares emblemáticos para prever los disturbios de las celebraciones y, en general, la ciudad entera parecía que acabara de recibir un décimo ganador de la lotería de Navidad. Pero la vida es dura…
Contra todo lo previsto, el equipo catalán perdió aquella final. La desolación se apoderó de Barcelona. Nunca he visto una tristeza semejante. El abatimiento llenó la ciudad como una niebla espesa. Las calles completamente vacías, la mayoría de los bares cerrados. Maicol, Felipe y yo solíamos cenar en un colmado que se encontraba cerca de la sala de fiestas donde actuábamos. El colmado aquel, como excepción, andaba medianamente concurrido (la razón no era otra que la de que el bar lindaba casi puerta con puerta con el mejor puticlub de Barcelona, y los puticlubs no entienden de derrotas futbolísticas). Por supuesto, la conversación general giraba en torno al partido que acababan de perder. Y ahí llegó nuestra sorpresa. Para quienes no recuerden o no lo sepan, digamos que el Barcelona salió derrotado en aquel encuentro en la tanda de penaltis, por la sencilla razón de que falló la friolera de cuatro penales seguidos; sin embargo, oíamos a varios individuos del bar y no salíamos de nuestro asombro. Aquellos aficionados estaban echando la culpa de su fracaso a… ¡Madrid! Si señor; no al Real Madrid o a Ramón Mendoza, su entonces presidente, que también hubiera resultado absurdo pero nos lo podríamos haber explicado, no. Esos individuos culpaban a Madrid, a la capital de España, de que sus jugadores hubieran fallado los penaltis. Uno de ellos, enardecido, y en un alarde de falta de lógica terminó diciendo:
- ¡Por eso queremos la independencia de Cataluña!
- ¿Pero qué tiene eso que ver? – le dijo otro, más moderado.
- Nada, nada; independencia – por supuesto, el tipo pronunciaba independensia.
En aquel momento, mi amigo Maicol, que desde luego no participaba en la conversación, no se pudo resistir a realizar uno de sus famosos comentarios malévolos:
- Pero entonces tendréis que jugar la Liga contra el Hospitalet, ¿no? – dijo Maicol.
El individuo miró a Maicol como si fuera un andaluz (aunque, ahora que caigo, Maicol es andaluz). Quizás fuera a responder de mala manera, pero dado que Maikol mide 1,85 y que mi otro amigo, Felipe, estaba a su lado con la melena suelta y con expresión de killer, optó por las palabras:
- Pues jugaremos contra el Hospitalet, contra el Manlleu, contra el … - el tipo se perdió en una retahíla de poblaciones catalanas menores.
Acto seguido, el individuo se terminó la jarra de cerveza y se fue para el puticlub de al lado.
Y es que los independentistas catalanes echan la culpa a Madrid hasta de las inundaciones del Valle de Arán. Para ellos Madrid, y por extensión España, es la culpable de todos los males, la excusa perfecta, la coartada para justificar sus errores o sus carencias. Es una especie de personificación maligna, el doctor Moriarty que el destino ha colocado para que tropiece la noble Catalunya. Me imagino que en psiquiatría esto debe tener un nombre. En todo caso, y por una vez, no es éste un problema que afecte en exclusiva a España. Los ingleses tienen uno casi idéntico con Escocia y los canadienses con Quebec. Los italianos, aunque en menor medida, padecen una fantasmal Padania que promueve la Liga Norte. Incluso en los EEUU los californianos llevan ya un tiempo con un runrún separatista. Ya se sabe, ahora todo es global, incluso los disparates.
Aunque en el fondo no hay nada nuevo bajo el sol. No sé cómo estará la situación dentro de cinco años, pero sí sé cómo andará dentro de doscientos. La península ibérica ha sufrido a lo largo de su historia numerosísimas particiones y, a la postre, siempre ha terminado por reunificarse. En el siglo XXIII o XXIV, con toda probabilidad, España andará unida en su mayor parte. En una ocasión, hablando con un independentista catalán, me dijo éste en tono belicoso:
- Dame una buena razón para que Cataluña siga siendo parte de España.
Le miré como quien tiene ganada la discusión y le respondí:
- Mira el mapa, muchacho, mira el mapa.
(continuará la semana que viene)












guacamole | Viernes, 02 de Noviembre de 2012 a las 19:04:26 horas
estoy deseando leer la segunda parte.... o es que tiene más?
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