Balsa Cirrito
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DAN BROWN, FRANCO, 55 DÍAS EN PEKÍN Y LA BUENA PUBLICIDAD
Hace poco cayó en mis manos un ejemplar de La fortaleza digital, obra del afamado escritor de bestsellers Dan Brown, autor de El código da Vinci. Como quiera que en la contraportada se indicara que la acción de la novela transcurría en España, comencé a leer con moderada curiosidad. Y, caramba, demonios, rayos, truenos; si llego a tener a mano al tal Dan Brown le rompo la cabeza con una paellera. Porque mira que los españoles hemos tenido que soportar en libros o películas insultos y desprecios de extranjeros, pero pocos como los de esta novela de Brown. Los insultos son tantos y tan continuados que parecen obedecer a una obsesión personal. Veamos algunos ejemplos.
Al principio de La fortaleza digital uno de sus personajes llega a Sevilla, y el escritor se refiere a la ciudad y su entorno como una zona “extremadamente árida, donde casi nada puede crecer”; el hecho de que el valle del Guadalquivir sea precisamente una de las tierras más fértiles del mundo, no parece que arredre al autor americano. Seguimos. Los policías españoles que aparecen en la novela no son para explicarlo (por supuesto, todos tienen bigote, las uñas sucias y los dientes picados), y son más corruptos que los aduaneros tailandeses. En la novela hay un accidente y la policía traslada al herido ¡en una moto! Pero esto sigue, porque en los hospitales sevillanos huele a orinas y casi cualquier enfermedad resulta mortal (por supuesto, el tal Brown desconoce la circunstancia de que la Sanidad Pública española es una de las mejores del mundo; según el último ranking que yo recuerde, la quinta). Todo dios en España, según Brown, tiene muy mala leche, y el único español simpático que aparece es amable porque es gay y quiere meterle mano al guapo estadounidense… En fin, no sigo, porque todo el libro tiene ese aire de paleto anglosajón chorreando prepotencia.
¿Dónde quiero ir a parar? Pues aparte de animar a que nadie compre más libros del tal Brown (que, por lo demás, tampoco son muy divertidos), quiero llegar a una docena de lugares, probablemente demasiados para la extensión de un artículo, así que sólo sigamos un camino.
Me refiero a que esa es la imagen que recibe el mundo, la que proporcionan películas y novelas populares. Da igual que lo que dicen sea cierto o falso. A la postre es la que queda. Para los americanos, pongamos por ejemplo, París es sagrado, pese a los muchos desplantes que les han hecho los franceses. ¿La razón? Muy simple: hay una muchedumbre de películas y series de televisión en las que la capital francesa aparece como el paraíso para las vacaciones. París es una bonita ciudad, pero ni siquiera se encuentra entre las más hermosas de Europa; sin embargo, la abrumadora propaganda consigue que lo parezca.
Si yo fuera gobernante español (eventualidad poco probable), compraría una productora de cine americana. Produciría películas que transcurrieran en España y que dieran una imagen positiva de nuestro país. Porque pocos países necesitan tanto de buena imagen como el nuestro. Necesitamos, incluso, buena imagen ante los propios españoles. Es curioso, pero el régimen de Franco, bastante reaccionario en casi todo, supo ver la importancia de este asunto. Franco, aunque ahora nos pueda parecer absurdo, gozó hasta finales de los años sesenta de un concepto mundial casi favorable; en todo caso, excelente para un dictador que había sido aliado de Hitler y de Mussolini. Y una de las razones, en mi opinión, es la mucha cuerda que le dio el régimen franquista al mundo del cine. Desde finales de los años cincuenta, y durante una docena de años, se rodaron en España numerosas superproducciones yanquis. Un muy somero repaso: Orgullo y pasión, 55 días en Pekín, La caída del Imperio Romano, Rey de Reyes, Salomón y la Reina de Saba, El Cid, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago… Como se ve, películas todas famosas, escritas con letras de oro en la historia del cine. El gobierno franquista otorgaba infinitas facilidades para los rodajes, y colaboraba prestando numerosas unidades del ejército español para que ejercieran de extras en estas cintas, en su mayoría del género épico grandioso. Y los americanos premiaban a Franco incluyendo pinceladas positivas para España. Hay una que me encanta, y que me voy a permitir contar con brevedad.
Es de la película 55 días en Pekín, lujoso film con reparto de campanillas (Charlton Heston, Ava Gadner, David Niven), que aún hoy se cita como una de las grandes películas de aventuras de todos los tiempos. Pues la manera que tuvieron los americanos de agradecer las facilidades que había dado el gobierno de Franco durante la filmación (aunque, de todas formas, el productor Samuel Bronston era un enamorado de nuestro país) fue introducir en la trama a un embajador español, protagonizado por Alfredo Mayo. La acción transcurre a finales del siglo XIX, durante la revuelta de los bóxers. Hay una reunión de diplomáticos de los países occidentales, cercados en Pekín, y el único (aparte del inglés y el americano, claro está) que le echa narices (huevos) al asunto es el embajador español. El otro detalle de agradecimiento de la peli es todavía mejor. Al principio, con los títulos de crédito, se van viendo una serie de banderas de países occidentales, y a la vez que aparecen las banderas suenan seis o siete segundos del himno de la respectiva nación. Cito de memoria: primero la bandera estadounidense; luego la inglesa; creo que la de Francia; y en seguida… ¡La española! Parece una tontería, pero en 1961 (año del rodaje) era casi imposible oír el himno español fuera de nuestro país. Los himnos se oyen sobre todo en los eventos deportivos, y por aquel entonces no teníamos muchos éxitos de este tipo. Baste decir que en la olimpiada de Roma, del año anterior, 1960, España consiguió sólo una medalla. De bronce.
El papel de España en la rebelión de los bóxers fue históricamente exiguo, pero el cine lo convirtió en otra cosa. No sería malo, de ahí lo de la compra de la productora de cine, que reescribiéramos la historia mundial y cambiara el papel que se nos suele asignar en la cultura popular. Es decir, el de los tontos que se dejan saquear en las películas de piratas, el de los tiranos que exterminan a los indígenas de América, el de los fanáticos religiosos que queman a los herejes, principales papeles asignados a los españoles en esa cultura popular.
En fin creo que divago un poco y que me alargo bastante. Pero no me echen a mí la culpa, échensela a Pep Guardiola.












Carol | Miércoles, 19 de Septiembre de 2012 a las 15:57:45 horas
Me ha encantado el artículo, ¡no tiene desperdicio, lo negativo es que lo que cuentas es real como la vida misma, vamos que en España hay 40 millones de Torrente!!
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