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Sábado, 22 de Octubre de 2011

Balsa Cirrito

[Img #9979]



UN POCO MÁS DESPACIO (NO ESTOY HABLANDO DE SEXO)



 

Las revueltas de mayo de 1968, en su esplendor parisino, dejaron una buena ristra de frases memorables que los jóvenes universitarios de entonces grafiteaban por las paredes de la ciudad: Sed realistas, pedid lo imposible. La imaginación al poder (por supuesto, estampar ahora esta frase supone una notable muestra de falta de imaginación). Debajo de las piedras está la playa. Prohibido prohibir. En los exámenes, responde con preguntas… Hay una que me gusta mucho y que se diría muy presente ahora: ¡Roben!, escrita en las paredes de los bancos. Con todo, mi favorita es la de: Que paren el mundo, que me bajo. Esta última ni siquiera podríamos calificarla de vigente; resulta más bien de primera necesidad.

El descontrol o crisis universal que no sé si padecemos o disfrutamos obedece en realidad a que no poseemos hoja de ruta. Todo va demasiado rápido. Todo cambia con demasiada velocidad. No sólo los objetos, también las ideas. Durante toda la historia y en todas las culturas, los ancianos eran considerados como los depósitos de sabiduría y de experiencia, y, como tales, eran honrados por todos. El hecho de que hoy sean arrumbados hacia las zonas menos visibles obedece a que los más jóvenes creen que los mayores no sólo no saben más, sino que saben menos; lo cual, si se refiere al manejo del iPod puede que sea cierto, pero no desde luego en el resto de los asuntos.

Nadie, salvo que se dedique a ello profesionalmente o esté como un cencerro, es capaz de estar al día de los nuevos modelos de teléfonos móviles, de los más recientes tratamientos depilatorios, o de los últimos productos bancarios. La palabra que define al mundo es desconcierto. Desconcierto. Y, desde luego, tampoco las ideas son sólidas. La religión o la democracia han pasado a ser valores en los que pocos confían. Lo único que quedaba como crédito inalterable era la codicia. El deseo de ganar dinero parecía la única idea fija e inquebrantable del hombre occidental. Pero incluso eso se ha puesto demasiado difícil y, a decir verdad, tampoco confiamos en el dinero. A nadie odiamos más que a los banqueros, que son quienes lo fabrican.

¿Entonces? Entonces ni puñetera idea. Nadie sabe nada, y a los pocos que dicen que saben no los creemos. Volvemos al principio. Vamos a toda leche, y no sé si ése es el asunto, pero lo que está claro es que esa misma aceleración nos impide saber cuál es el problema. A un tipo del siglo X por arte de magia lo trasladábamos al siglo XI y el tipo ni se enteraba: todo era más o menos igual. A un individuo de 2000 lo llevamos con un abracadabra al 2010 y el hombre se vuelve loco.

Por ello, no sé si debíamos parar el mundo, pero desde luego, debíamos hacerle caminar más despacio. Seguramente, podríamos ver mejor el paisaje.


PD: He terminado el artículo y me acabo de acordar de que el eslogan Detened el mundo que me bajo no es el de mayo francés, sino de Groucho Marx. En fin, una de las frases, esa sí, de aquel movimiento fue je suis marxiste tendance Groucho. O sea, Soy marxista de la tendencia de Groucho. En eso andamos.



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