Balsa Cirrito
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DIGAMOS NO, DIGUEM NO
Recuerdo una película que me dio mucho miedo cuando niño. Digo que recuerdo, pero, en realidad, sólo conservo de ella vagos detalles. Bastante vagos. Transcurre la historia en algún momento del futuro, y la sociedad de esa época nos la presentan como fieramente estratificada. Hay unos que mandan y otros que obedecen (en esto siempre se han parecido mucho el futuro y el pasado). La gracia está en que, en la película, los que pertenecen a la clase dominante disfrutan de medicinas y de médicos según gusten. Los demás, es decir, casi todos, sólo reciben cuidados clínicos hasta la edad de la jubilación. A partir de los sesenta y cinco no reciben nada. Y, claro está, mueren como moscas. (Estoy pensando que ahora también me daría miedo).
No recuerdo nada más de la película. Ni el título ni los actores. Pero tengo la sensación de que en Cataluña están llevando ya ese sistema a la práctica. Es más, creo que están intentando mejorarlo, y, de camino, parecen dispuestos a llevarse por delante a todos los menores de sesenta y cinco que resulten poco productivos. Como los catalanes son siempre los más modernos, ya sabemos lo que nos espera. No quiero hacer politiqueo con un asunto tan serio, pero, por lo que oigo, en la comunidad de Madrid, con la tradicional rivalidad, están ya realizando grandes esfuerzos para alcanzar a los catalanes. Y no nos quepa duda que la tendencia llegará hasta Andalucía.
¿Quién puede comprender el interés que muestran muchos por cargarse la sanidad pública? ¿O la alegría con que otros tantos jalean a los que realizan los recortes? (¡Y, compadre, qué recortes!) Porque, entendámonos, lo que está en juego no es que unos puedan permitirse un seguro médico de cien euros mensuales y otros no. Se trata de que se acerca una sanidad para quienes sean realmente adinerados (millonarios de veras), y otra para todos los demás.
Se me viene a la cabeza una frase de (no podía ser otra) Esperanza Aguirre. Estaba la buena mujer hace pocos años inaugurando un hospital en Madrid (hospital privado, desde luego); al terminar el acto va y comenta, pensando que no la oían los periodistas: “oh, este sitio está muy bien; pero cuando tenemos un problema verdaderamente serio, todos nos vamos a Houston”. (Obsérvese el subrayado de la palabra todos).
Pues ese es el espíritu. El que pueda que vaya a Houston, y el que no que se jorobe. Hace unos días afirmaba Felipe González, que suele hablar poco y bien, que en sanidad y en educación no debemos tolerar ningún recorte. Bien dicho, Felipe (y que se enteren también en tu partido).
Sin embargo, viendo lo que ocurre en Cataluña y en otros lugares, parece que estemos dispuestos a tragar con todo. Que nos van a zapatear y lo vamos a agradecer. Que nos van a dejar con un algodón y un bote de vinagre para friegas y nos vamos a quedar tan felices. Que no vamos a mover un puñetero dedo.
¿Seguro? Porque vive Dios que existe una alternativa. Digamos no. O, por decirlo en catalán con el gran Raimon, diguem no. Diguem no. ¿O es que no nos hemos dado cuenta de que somos la mayoría? Somos. Y en democracia, qué narices, la mayoría es la que manda.
(Siempre y cuando el Banco de Santander no disponga otra cosa, claro está).












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