Calle Charco, con Antonio Franco
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OLORES ABSTRACTOS
Seguro que muchos de ustedes habrán sentido el olor de la llegada de las estaciones del año. El aroma de la tierra mojada al regarse en verano, con su emanación de efluvios cálidos elevándose en ribetes de vapor; el olor a leña en la frontera de esos días que separan el otoño del invierno; la fragancia de la dama de noche que acompañan nuestros paseos nocturnos en verano; o el perfume del aire en los meses primaverales.
Todos ellos son olores asociados a los tiempos. Para cada uno puede significar el olor de esa estación, de ese período. Podemos decir que realmente se tratan de olores abstractos.
Estos días en que las imágenes se interponen, en que comparten un mismo formato en cualquier telediario, en cualquier periódico o, simplemente, las percepciones cotidianas de la calle, me dio por cavilar sobre esto de los olores abstractos.
Viendo la angustia de las madres somalíes sosteniendo a sus bebés en brazo mientras se les va la vida poco a poco, mientras esperan esa ayuda que no acaba de llegar, me pregunto a qué olerá la esperanza, sus esperanzas.
Contemplando imágenes de Wall Street, con sus ejecutivos enchaquetados, elevando nerviosamente los brazos, haciendo indicaciones sobre la caída o la espectacular subida de las acciones del parquet, me pregunto a qué olerá la ambición, sus insaciables ambiciones.
Oyendo a una amiga decir que su empresa está preparando un Expediente de Regulación de Empleo, lo que significa sólo una cosa: paro, y que lleva sin cobrar dos nóminas sin que pueda hacer nada al respecto, me pregunto a qué demonios olerá la impotencia. La impotencia de los parados.
¿Cuál será el perfume que desprende la soberbia? ¿Se podrá confundir con agua de rosas o, por el contrario, prevalecerá por encima de este aroma cuando algunos/as predican en público lo bueno que son y lo malo que son los demás? ¿Será miasma y pestilencia, antes que aroma de azahar?
Y el miedo, ¿a qué olerá el miedo? Algunos de ustedes pensarán que el canguelo tendrá un tufo característico fácilmente reconocible. ¿Desprenderá esa tufarada los políticos corruptos mientras son conducidos, esposados, a las dependencias de los servicios de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado? De ahí vendrá la expresión, digo yo, “esto huele mal”. Entiéndame, la frase se aplica mientras se está investigando, no mientras los supuestos son detenidos.
¿Y la angustia de esas familias desahuciadas por no poder hacer frente a las hipotecas, qué olor desprenderá sus lágrimas?
Pero, por encima de todas las posibles percepciones odoríferas que seamos capaces de preguntarnos y/o imaginar, una me llama poderosamente la atención. Es la fragancia de la indiferencia. ¿Cómo olerán los indiferentes? Esos personajes “triunfadores”, que nacieron con “un pan bajo el brazo”, y a los que el mundo y sus problemas les importan “un pimiento”. O esos otros que desconocen por completo el dolor ajeno, lo olores ajenos, porque les suena a ciencia ficción o a contenido de novela sentimentaloide. Y, los más numerosos, los indiferentes de a pie, que son aquellos que sólo sienten la presencia del olor de la angustia, de la impotencia, del miedo…cuando ya lo tienen encima y se impregnan de ellos.
Los defensores del neoliberalismo económico que han propiciado esta crisis con toda su gama de olores, fragancias, hedores y pestilencias, tienen un sistema infalible para evitar exhalarlos. Simple y llanamente se tapan la nariz. Aunque no les hace falta, ya que ellos conforman el grupo de los indiferentes privilegiados.
Los políticos defensores de estos “indiferentes privilegiados” tienen, o deben, compartir todas “estas fragancias”, sobre todo cuando tienen por delante toda una campaña electoral. Difícil taparse la nariz ante lo evidente.
Podemos entrar también en el mundo de otra percepción: los colores.
Aquí resulta más fácil. Todos sabemos que la esperanza siempre se ha vestido de verde, el miedo se ha teñido de negro, la impotencia de…no sé.
Como el futuro lleva aparejado un color parecido al miedo, y desprende un olor nada agradable, los políticos pueden hacer dos cosas: taparse la nariz y cerrar los ojos. En algo así debió estar pensando el maestro Saramago cuando escribió su “Ensayo sobre la ceguera”.
Pero hagamos de este artículo un alegato al optimismo, aunque sólo sea en sus últimas palabras. ¿Qué olor desprenderá conseguir un mundo mejor? ¿Será posible un mundo mejor? ¿Somos capaces de poner una fragancia nueva en medio de todo este repertorio? Pongamos, pues, olor a esa ilusión.
Salud.
ANTONIO FRANCO GARCIA












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