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Sábado, 17 de Septiembre de 2011

Víctor Maña

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AQUELLAS ELECCIONES…


  
  
 
 
Dentro de unas semanas estaremos en plena campaña electoral. A lo que ocurre hasta quince días antes de las elecciones no le llaman campaña porque está prohibido pronunciar la palabra “votar”. Vaya idiotez de normativa, como idiotez sería la misma existencia de las campañas electorales. Que levante la mano el lector que necesita un largo mes de mítines y de proclamas por tele y radio, y de carteles, y de vocerío para aclararse a qué partido dar su voto.

Efectivamente, nadie que no se autoproclame zoquete integral lo necesita, o venga, sí, acaso podría no estar mal disfrutar de algún debate televisado entre dos candidatos mientras se come uno relajadamente un yogurt, por aquello del cotilleo político, pero no mucho más. Tengamos entonces la conciencia tranquila si declaramos a voz en grito que las campañas electorales se montan exclusivamente para los ciudadanos supuestamente idiotas (¿es que no conocen aún los partidos, sus ideas, sus dirigentes?¿no leen prensa, no ven telediarios, no discuten en el bar de la esquina de lo que pasa y por qué pasa?). Pero lo que pasa es que los políticos deben de creer que ciudadanos idiotas quedan muchísimos y por eso insisten en machacarnos a todos los demás con proclamas trilladas y con eslóganes vacíos que ni soportamos ni necesitamos, si no, quién entiende tanto inútil gasto millonario y tanta pérdida de tiempo. Y tanta pesadez.

Aun así la llamada a las urnas ya no es, de ninguna manera, lo que era antaño. Tras el paso de las campañas electorales del ‘77 y del ‘79, recuerdo, no quedaba en la calle un simple hueco en tapias, puertas, farolas, hasta en el suelo, donde no hubiera llegado el engrudo y el cepillo para empapelarlo todo. Y me confieso: yo era uno de aquellos empapeladores. Antes era todo más salvaje y primitivo, no había pactos de caballeros entre partidos y daba un especial regocijo tapar con nocturnidad los carteles y las siglas de otros con las nuestras, lo cual a veces duraba no más de 24 horas tras, a su vez, la venganza de aquellos sobre nosotros. Y en los mítines ¿se acuerdan? se preguntaba, es decir, terminada la oratoria de los candidatos se abría un turno de preguntas y respuestas entre el público asistente. Qué encantador era todo… Recuerdo que quien esto escribe le hizo una pregunta en un mitin al mismísimo Manuel Chávez en el cine Victoria, aunque claro, yo era un simple ciudadano anónimo en el patio de butacas, lo que no entiendo en cambio es qué pintaba (esto fue en el colegio Pedro Antonio de Alarcón) Fernando Tejedor -ya alcalde de Rota- formulando preguntas post-mitin al candidato Alejandro Rojas Marcos. ¿Se imaginan a Esperanza Aguirre que asiste a un mitin del PSOE y que a la conclusión se pone a hacerles preguntas a Rubalcaba? ¡Qué tiempos maravillosos!

En aquel paleolítico democrático los partidos políticos que inundaban de cartelería la calle eran numerosísimos, y tantos eran que yo creo que los había incluso repetidos sin que ellos lo supieran, sobre todo entre los extraparlamentarios de orientación comunista, e imagino -dada la sopa de letras- que andaban peleadísimos entre sí (o ya digo, directamente repetidos).

¿Quién se acuerda del F.D.I (Frente Democrático de Izquierdas), del P.T.E. (Partido del Trabajo de España), del MC-OIC (Movimiento Comunista, y OIC no me acuerdo…), del P.C.T. (Partido Comunista de los Trabajadores), de la O.R.T. (Organización Revolucionaria de Trabajadores) de la L.C.R. (Liga Comunista Revolucionaria), del P.C.E. (i) (Partido Comunista de España Internacional)? Y ya en otros ámbitos ideológicos también estaba el P.S.P. de Tierno Galván, el P.S.O.E.(h), o sea, “histórico” (antiguamente, habrán notado, en las siglas aún se colocaban todos los puntos), el U.R.A. (Unión Regional Andaluza), el F.A.L. (Frente Andaluz de Liberación), el Partido Proverista (que nunca me enteré de qué iba eso…). Así que antiguamente una campaña electoral -y se comprende dada la profusión de micro-matices ideológicos y otras sutilezas- era de lo más necesaria, si no vital para poder entender algo. A los partidos y candidatos de ahora, en cambio, los conocemos tanto y de tanto tiempo que bien podríamos agregarlos como amigos del Facebook a ver si se olvidan pronto de nosotros, y nosotros de ellos.

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En las elecciones del 79, recuerdo, también fui interventor. En mi colegio electoral, me di pronto cuenta, había dos tipos de  interventores: los pringaos-normales de los distintos partidos, y el interventor de la UCD. A éste a las doce de la mañana le trajeron un refresco bien fresquito, y los demás lo miramos bebérselo con la boca seca. A las tres de la tarde los pringaos sacamos unos bocadillos y a masticar, en cambio al de UCD le trajeron un catering (entonces no se llamaba así…) muy completo, con un primero, un segundo y postre, servido todo en platos blancos de loza, con cubertería de metal y copa de cerveza, pan y una manzana. Al menos nos consolamos viendo cómo se lo tuvo que comer todo de pie y apoyando con dificultad los platos sobre unas cajas abandonadas en un rincón de la sala. Y para rematar la faena a las seis le trajeron un café con un bollo. Y encima ganaron las elecciones.
 
De acuerdo, tampoco era todo entonces maravilloso, pero aún no nos habíamos aburrido de la política, que se vivía con una inocencia saludable que ya se ha perdido irremediablemente entre los más viejos -que la disfrutamos- y entre los jóvenes -a la que nunca se han enganchado-.




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