Diario del año del coronavirus
Igual son los porros
por Balsa Cirrito
Como ustedes saben, el Romanticismo fue un movimiento cultural que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX. Aunque dentro del imaginario popular el Romanticismo se asocie con flores y con cenas iluminadas por velas, lo cierto es que las características más notables del Romanticismo eran el irracionalismo, el nacionalismo y la exagerada importancia del yo. En Alemania este movimiento prendió con una fuerza particular y, aunque no se diga demasiado a menudo, el Romanticismo Alemán terminó convirtiéndose en el nazismo. Lo digo porque con frecuencia de una cosa se pasa a otra que nunca uno imaginaría, y nos podemos preguntar qué tienen que ver los cuentos de Hoffmann y los poemas de Holderlin con los campos de exterminio, pero, oiga, tienen, vaya si tienen que ver.
Retomando. Algunas características de nuestro tiempo que parecen no demasiado perniciosas terminarán convirtiéndose con el paso de los decenios en graves problemas. Y me refiero ahora al exceso de identidad que viene a ser una especie de enfermedad contemporánea. Parece como si quisiéramos dividirnos en grupos cada vez más irreconciliables. Quien no pertenezca a un grupo, quedará aislado. Pongamos un par de ejemplos.
El lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo en su mayor parte no solo es una estupidez, proclamada casi siempre por quienes no tienen ni puta idea de lingüística (¿por qué están pensando en Irene Montero?, yo no la he mencionado), sino un elemento de disensión. Se habla de “niños, niñas, niñes”. Parecen olvidar los propagadores de estos barros que el idioma no es un catálogo de comportamientos socio-sexuales, sino la forma más excelsa de comunicación, y que cuando se comienza dividiendo, nunca se acaba. Veamos. Niños para género (desde luego, no creo en los “géneros”, pero vamos a dejarlo pasar) masculino. Niñas para género femenino. Niñes, para género no binario. Pero, dicen, hay 33 géneros a día de hoy (mañana ya veremos), lo cual implica que habrá personas que no se sientan incluidos ni en niñas ni en niños ni en niñes. Bueno, pongamos que a los asexuales vamos a llamarle niñis. Pero, hum, quedan todavía 29 géneros. De acuerdo, a los pansexuales los llamaremos niñus. ¿Lo tenemos ya todo controlado, niños, niñas, niñes, niñis, niñus? Ni de coña. Los 28 géneros restantes se sentirán marginados, ninguneados, oprimidos y despreciados, porque una vez abierta esa lata no podemos cerrarla. Honradamente, no entiendo esa necesidad de que todas las opciones sexuales queden reflejadas en los géneros gramaticales. Casi tiene uno la sensación de que para esta gente la Gramática de la RAE tiene más morbo que los sex-shops.
Otro ejemplo de hiperidentificación: la apropiación cultural. La apropiación cultural es una teoría (estúpida teoría, restrictiva y mindundi) que proclama que solo los miembros de un grupo cultural pueden utilizar los símbolos de esa cultura. Hay ejemplos realmente lacerantes. Así, Zara tuvo que pedir disculpas por haber utilizado elementos de la tradición azteca o maya en los estampados de algunas prendas que comercializaba, como si el hecho de lucir una camiseta con un glifo mejicano estuviera exclusivamente permitido a los descendientes de los Indios Tabajaras. Antonio Banderas ha sido atacado en varias ocasiones en medios “latinos” por hacer de mejicano en el cine, ya que él, al fin y al cabo, no es bastante hispano para el gusto de algunos. A decir verdad, el cine es uno de los campos donde los apóstoles que predican contra la apropiación cultural se muestran más agresivos. Marlon Brando o Peter Lorre hicieron en su día magníficos japoneses. Hoy no podrían. Digo más. Clara Lago, que tan bien quedaba como euskalduna en Ocho apellidos vascos, seguramente no habría podido protagonizar la película si esta se rodara dentro de diez años, por haber nacido en Madrid, y porque para entonces la apropiación cultural estará tan asentada como hoy el infantil concepto de “género”.
No me alargo más. Pero resulta extraño que el pensamiento corta-el-punto haya llegado a ser el pensamiento dominante de las sociedades occidentales. Que cada cual deba estar enclavado en un grupo celosamente diferenciado de los demás. Que no podamos sacar los pies de nuestra zona sin que haya alguien que nos corte las uñas. Parece mentira que en los años 60 del siglo pasado se adivinara un futuro de hermandad y buen rollo, sin divisiones y sin razas y hayamos llegado a todo lo contrario. Igual la solución eran los porros y los tripis.
Pero, y vuelvo a lo que decía al principio. El exceso de identidad terminará provocando muchos males. El ramalazo totalitario ya se adivina en muchas de las propuestas, aunque al final todo se reduzca a una cosa: gente metiéndose en la vida de otra gente y sermoneando sobre lo que hay que hacer. Pero, oigan, yo ya lo sé.



































Hermano Lobo | Lunes, 24 de Abril de 2023 a las 09:12:06 horas
Chapó.
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