Diario del año del coronavirus
Hay que callarse: sieg hail!
por Balsa Cirrito
Admiro muchísimo a los izquierdistas radicales de finales del siglo XIX. A los revolucionarios que luchaban por los derechos de los trabajadores. A esos tipos ascéticos que recibían infinidad de hostias siendo ateos y que pagaban con sus vidas su arrojo. Mucho les debemos nosotros. Salarios dignos, jornadas laborales decentes, derechos, dignidad. Sin ellos seguiríamos trabajando 60 horas a la semana y cobrando sueldos de mendigos.
Pero las grandes ideas, por alguna razón, terminan siendo dominadas por imbéciles o por hijos de puta, a menudo por ambos clubes. De manera que estos revolucionarios del XIX se convirtieron en bolcheviques en el siglo XX, que si bien no eran imbéciles, sí que solían comportarse como hijos de puta, y llegaron a crear, entre otros, aquel terrible paraíso llamado Unión Soviética, acompañado de otros Shangri-las similares a lo largo de la buena Tierra. Las hermosas ideas, las llevaron a cabo monstruos.
Las primeras feministas, sobre todo las sufragistas, echaron mucho valor a sus reivindicaciones. Pedían igualdad y derecho al voto. Emily Davidson, pongamos por ejemplo, falleció en el derby de Epson en 1913 tras lanzarse delante de los caballos con una pancarta reivindicativa (por cierto, cuento la historia en mi novela El círculo hegeliano) en la que pedía el voto para las mujeres.
Lo cierto es que contemplar la situación de las mujeres en otras épocas clama al cielo. Leo muchas novelas del siglo XIX, que es mi mayor afición. Las leo y las releo. Y reconozco que hasta los últimos años no me había molestado tanto comprobar la triste condición de las mujeres de entonces, relegadas a ser casi exclusivamente un objeto matrimonial. Su única aspiración había de ser casarse, e iban desesperadas a la caza de marido, aunque fuera un imbécil, por la sencilla razón de que permanecer soltera resultaba ignominioso. Quedarse soltera era un castigo terrible. Lorca escribió, refiriéndose a las primeras décadas del siglo XX, que no había nada tan patético como “una solterona de ciudad de provincias”. No se me ocurre humillación mayor – como vemos en muchas de las novelas a las que me refiero - que la de quedarse sentada en un baile de gala porque ningún hombre se decide a sacar a una joven a dar unos pasos de danza. Imaginamos a esa joven, llegada al sarao repleta de ilusiones y que luego ha de pasar la velada sentada con la familia (que seguramente la mira con conmiseración), sin poder además descomponer el rostro ni expresar disgusto para no espantar a un posible candidato. Solterón era una palabra con connotación positiva; solterona, negativa.
Durante los últimos decenios, por fortuna, las mujeres han logrado numerosísimas conquistas. En países como España, han conseguido la equiparación total; voy más allá: en muchos casos, sobre todo en el legislativo y en el de las relaciones sociales, son los hombres quienes sufren – sufrimos – una cierta discriminación.
A lo que voy – aunque he ido muchas veces – la hermosa idea feminista inicial ha sido sustituida por el totalitarismo. Francamente, estoy harto, muy harto, completamente harto de la ración diaria de estupideces inquisitoriales del sector criptofascista que se ha hecho con los mandos del feminismo. Mi diario favorito, El País, por ejemplo, se ha convertido en una colección de chorradas pseudofeministas proporcionadas en raciones enormes, imposibles de tragar. Todos los días media docena, quizás una decena, de artículos mujeristas, contando “cosas de chicas”. En muchas secciones solo entrevistan a mujeres, sobre todo filósofas e investigadoras. Y en cualquier conflicto donde intervengan las mujeres son como el duce o el papa hablando ex cathedra, infalibles, o sea que siempre llevan razón.
En política, cada vez que se atiza a Irene Montero, personaje al que por otro lado resulta difícil no atizar, es por machismo. Estoy de acuerdo en que muchas veces se la ataca con falsedades y fakes, pero en modo alguno se trata de ataques machistas. Pedro Sánchez sufre diariamente andanadas mucho mayores; Aznar en su tiempo, lo mismo. Para no hablar de primeros ministros, ¿que decir de Fernando Simón durante la pandemia, ridiculizado con una crueldad insólita y casi siempre injustamente? ¿Eran también ataques machistas? No, es que, sencillamente, la política es así de miserable. Para todos, hombres y mujeres.
Quizás el cénit lo hemos alcanzado en el asunto del colegio mayor de Madrid. Que una cuestión que no llega ni siquiera a la categoría de gamberrada haya provocado la condena del presidente del gobierno y del jefe de la oposición y líder del PP, y haya provocado una investigación por parte del Fiscal General del Estado para ver si hay delito es como para coger la katana, pegar un salto y darle un tajo a la Luna.
Personalmente, todo esto me provoca un enorme hastío. Las cosas han llegado a tal punto que cuando escucho o leo la palabra feminismo experimento una sensación parecida a cuando escucho decir Kim Jong-un, el de Corea del Norte. Y creo que no soy el único. A decir verdad, juraría que una buena parte de los hombres y mujeres de este país, incluyendo izquierdas, derechas, nacionalistas autonómicos, liberales, radicales y budistas zen, tienen sentimientos parecidos.
Lo terrible, lo más terrible de todo esto es que la mayoría se calla. Hay temor, y eso es grave. Cuando tanta gente tiene miedo a decir lo que piensa – y ahora da igual cuál sea el pensamiento – es porque existe una dictadura. Y las dictaduras son una mierda. Dicho sea con el debido respeto y siempre solidarizándome con el colectivo de las mierdas, no se me vaya alguien a ofender.


































Pedro | Martes, 25 de Octubre de 2022 a las 16:37:27 horas
Grande como siempre Cirrito!!!!! Abrazo de gol para ti!!!!!
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