En realidad, no se trata exactamente de una estafa, más bien es una mamandurria, porque sabemos que nos la están pegando, pero seguimos en el juego. El precio de la gasolina ha llegado a ser un disparate. Un disparate que casi no podemos calibrar. Y lo cachondo es que nos dicen que su carestía viene obligada por la subida del petróleo. En 2008, en 2010, en 2012, el petróleo se hallaba más caro que ahora, en algún momento, bastante más caro, sin embargo, la gasolina no llegaba, ni de lejos lejísimos, a los precios actuales. Señores (y señoras), lo de la influencia del coste del barril en lo que pagamos es una trola como la ola de Mundaka, porque cuando el petróleo ha estado bajo bajísimo, los precios no han descendido sino mínimamente. Dicho de otra manera, nos chulean.
    

Soy un devorador compulsivo de sandías. En verano raro es el día en el que no liquido medio ejemplar de los grandes. Pero este año, con su puñetera madre, no voy a probarlas. Me niego por principios. La sandía negra, mi favorita, ha ¡cuadruplicado el precio! Esto tendría algún sentido, que no lo tiene, si viniera del coste de origen por el aumento del gasto de los agricultores. Pero el caso es que a los camperos les están pagando lo mismo que el año pasado. O sea, pagamos más por la cara.
    

Sin embargo, un producto que sería más lógico pensar que sufriera un aumento de precio como es el pan, por la escasez de cereales, prácticamente cuesta lo mismo que antes del ucraniazo. Conclusión: nos ponen el precio de las cosas que les sale del Dombás.
    

No nos asustemos. Todo esto es capitalismo en estado puro. Yo, al igual que la mayoría de la gente, pienso que los grupos y partidos anticapitalistas son una manada de frikis y de zumbados, pero hay días en los que se me viene a la cabeza la idea de que igual estos zumbados llevan razón. O, dicho de otra manera, los anticapitalistas puede que sean unos pichaflojas cortos de cerebro, pero los capitalistas que manejan el mundo son unos hijos de la gran tal. Y lo peor es que ni siquiera lo esconden. La teoría más ortodoxa del ultraliberalismo económico tiene como dogma sagrado que el motor esencial y deseable de la economía es la codicia, manera fina de denominar a la hijaputez máxima.
  

De resultas, tenemos, por un lado, a una pandilla de zumbados utópicos fumadores habituales de marihuana; y, por otro, a unos psicópatas crueles, voraces y encorbatados que nunca tienen bastante oro. ¿Qué elegir?
    

Bien. Durante las últimas semanas se ha hablado mucho de un informático de IBM que cree haber detectado que la inteligencia artificial ya tiene sentimientos y pensamientos propios. A este informático le han atacado otros informáticos con una rara unanimidad, lo cual nos hace pensar que lo mismo lleva razón. En todo caso, es el argumento de multitud de películas de ciencia ficción, el triunfo de las máquinas sobre los hombres.
    

Pues fíjense lo que les digo: estoy deseando que llegue ese día. El día en que seamos gobernados por las máquinas. Las máquinas no pueden ser codiciosas, ni tienen amigos ni primos ni sobrinos para corruptear, ni pueden consumir más energía de la que consumen. O sea, que el día que las máquinas gobiernen el mundo seguro que nuestro planeta no va a estar peor que ahora. Habría más lógica y más decencia. Y si no me creen, pregúntenle a Isaac Asimov, pregúntenle.
    

PD. Aunque se me ocurre una pega: ¿qué sería del mundo si las máquinas que se hicieran con el poder fueran las máquinas tragaperras?