La crisis sanitaria de la COVID-19 vivida a nivel mundial nos ha permitido dar visibilidad a aspectos  de la vida cotidiana que anteriormente pasaban desapercibidos. Esta etapa ha sido y es un duro golpe para la sociedad, la cual nos ha enseñado que la salud está por encima de cualquier bien material, reflejando la importancia que posee el bienestar mental.

Los tiempos de confinamiento nacional, aquellos que ya quedan tan lejos, nos demostraron que no somos tan fuerte como pensábamos, y que la permanente estancia entre cuatro paredes acompañada de la incertidumbre y soledad podía desafiar nuestra paciencia y nuestra cordura. Numerosas personas tuvieron que convivir con el dolor y la impotencia de despedirse de sus seres más queridos a través de una pantalla, sin las frías y blancas luces, sin el molesto sillón, o sin el tradicional café amargo que tanto caracteriza a los hospitales.

Muchas personas han desarrollado enfermedades y trastornos mentales a consecuencia de la pesadilla que les ha tocado vivir, y no solo las familias afectadas por el COVID, sino también las personas que han estado trabajando en primera línea por nosotros, siendo espectadores de tantas tragedias sociales y soportando la responsabilidad de tantas vidas desesperadas que recaían sobre sus manos. La gran demanda de personal psíquico nos ha demostrado que la salud mental es una necesidad, la cual muchas personas no pueden cubrir por falta de recursos, ya que la sanidad pública no dispone de suficientes trabajadores como para abarcar tanto público, lo que lleva a un gran porcentaje de la población a acudir a centros privados, siempre y cuando se lo puedan permitir.

La pandemia nos ha enseñado que las enfermedades mentales tienen tanta importancia como las físicas y al igual que estas, requieren de atención profesional. Es necesario más personal psíquico en la sanidad publica para que puedan llegar a muchas más personas que necesitan ayuda urgentemente. El bienestar mental debería ser un derecho, no un privilegio.

María Vergara Criso